Inés Berton: empezó con 132 dólares y hoy es “la reina del té”

En su paso por Neuquén compartió su fascinante emprendimiento que hoy no conoce límites. Inspira, seduce y comparte.

Gentileza

Por Diana Nieto

“El té es universal. Es la fusión de Oriente y Occidente. Es agua, sensibilidad y paciencia”. Con estas palabras Inés Berton, creadora de Tealosophy, describió el impulso que cada día motiva su creatividad y la lleva a ese lugar en el que su instinto aflora, encuentra su latido y sigue diseñando.

La reina del té, como la presentaron en una visita a Neuquén donde participó en la última edición de Experiencia Endeavor, descubrió en su adolescencia que era poseedora de olfato absoluto, una rara condición que durante años permaneció oculta tras frecuentes dolores de cabeza asociados a determinados productos. Durante un viaje por Europa logró ponerle nombre a eso que le ocurría desde chica.

A los 19 años viajó a Nueva York. Consiguió trabajo en un museo importantísimo y en renombradas casas de subastas internacionales. Parecía que el arte era lo suyo. Sin embargo, crear y trabajar en un museo no era lo mismo. Pronto lo sabría.

Debajo del lugar en el cual trabajaba había una casa de té a la que concurría frecuentemente. Cada vez que ella pedía que le preparen un té con determinados productos, otras personas solicitaban lo mismo. Tanto gustaban sus diseños que las propietarias le ofrecieron trabajo. El argumento fue contundente: Siempre que ella iba al local, se elevaban las ventas.

“Hay un momento en la vida donde uno encuentra su latido”, afirma a la distancia. Ese fue su momento.

Dejó de trabajar en el museo y siguió su instinto. Lo hizo a pesar de las preocupaciones de su familia que, desde lejos, no terminaba de comprender cómo había dejado de lado la seguridad del museo para irse a preparar tés.

Tuvo por mentora a una maestra japonesa que le enseñó mucho de la vida y otro tanto del té. Viajó por el mundo. Descubrió gente noble produciendo elementos nobles. Se maravilló con aromas y sabores que incorporó en sus blends para transportar a otros hacia esos lugares. Un mercado de especias perdido en una callecita, mujeres envueltas en saris eligiendo las mejores hojas de té, una plantación de frutos rojos patagónicos. “Un té honesto se hace con elementos honestos”, repite.

Esa vida soñada se trastrocó a partir de un incendio que afectó su departamento en Nueva York y la dejó sin nada. Mientras caminaba por la calle escuchó la letra de un tango y sintió esa necesidad intensa de volver al sur. Al día siguiente voló de regreso a la Argentina. Estaba decidida a empezar de nuevo, con un emprendimiento propio y sabía que debía hacerlo aquí, en su país, rodeada de sus afectos.

Era 2001 cuando Tealosophy nació. “Empecé con 132 dólares y un entusiasmo enorme”. Los primeros tés se entregaban en bolsitas de garrapiñada que ella misma y buenos amigos rellenaban con paciencia y sensibilidad. Sabía que “el té es el segundo producto más consumido en el mundo después del agua” y había un mercado para eso que ella hacía.

“Quiero que Tealosophy sea el Hermès del té”, pensó en el origen, atraída por la calidad de los productos que ofrece la firma sin descuidar ese dejo artesanal, casi como un alquimista.

Era 2001 cuando Inés Berton propuso al mundo su Tealosophy. Desde una Argentina en crisis hizo una compañía que hoy tiene presencia en 20 países. Su idea era simple: el té es un lujo posible y accesible.


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