«Yo me llamaba Alicia del Carmen Rivas»

Cree que nació en Neuquén entre 1957 y 1960.

GUILLERMO BERTO

gberto@rionegro.com.ar

NEUQUEN (AN)- Como la mayoría de las personas, supo de la alegría y la desdicha. De la fortuna y la penuria. Del desconsuelo y la esperanza. Pero, como muy pocas personas, no sabe dónde nació ni cuándo ni qué se hizo de su familia. Cuando era muy pequeñita un error burocrático le reescribió las páginas del destino, y es imposible saber cómo habrían sido las cosas si hubieran distintas.

«Yo me llamaba Alicia del Carmen Rivas, y creo que nací en Neuquén en febrero o marzo, entre 1957 y 1960», dice Alicia. Sólo el primer nombre conservó. Ahora lleva el apellido Escobar y le festejan el cumpleaños los 28 de setiembre porque así lo impuso otra decisión burocrática.

«Mi mamá se llama, o se llamaba, Rosa Jaras Leiva, mi papá Luis Rivas, y mis hermanos Rafael y Raquel Rivas». Alicia repite esos nombres desde hace cuatro décadas sin encontrar eco.

La historia de su vida tiene, por momentos, el vértigo de un guión cinematográfico que se desarrolla en paisajes tan distintos como un piso en la avenida Libertador de Buenos Aires y un humilde cuartito en Neuquén. Y una constante: la lucha para superar adversidades. Porque además de desconocer sus orígenes arrastra las secuelas de una enfermedad.

«A los dos o tres años tuve poliomielitis. Yo era de Neuquén pero acá no podían atenderme, así que me mandaron a la sala Tamini del Hospital de Niños en Buenos Aires», cuenta Alicia con mirada brillante y verbo rápido («siempre fui charlatana», advierte como carta de presentación).

Finalizaba la década del '50 y una epidemia se abatía sobre la región. Junto con ella viajaro otros cinco niños y niñas, todos de aproximadamente la misma edad. Su familia, se supone de escasos recursos, no pudo acompañarla y nunca la visitó. Pero la madre de Alicia tomó una precaución: «me hizo repetir mi nombre y el de mis familiares hasta que se me grabaron en la memoria».

Entonces se produjo el error fatal que cambiaría su destino para siempre. «De los seis chicos que derivaron desde aquí fallecieron cuatro. Cuando mandaron la noticia con la lista de nombres a Neuquén, al final anotaron «fallecidos». Pero otra chica de Río Negro y yo estábamos vivas», dice Alicia.

Esa confusión insuperable provocó todo lo demás. Pasaron los meses y nadie de Neuquén preguntó por ella, que siguió viviendo en el hospital. «En esa época el doctor Luis Murga fue un padre y un hermano para mí. Me llevó a su casa, me compró ropa, me enseñó a sentarme a la mesa. También me ayudó la madrina de la sala, Cuqui Gurmindo. A los dos les debo mucho».

Un capellán de la Policía, el padre Gardella, intentó averiguar algo de la familia de Alicia. «Sólo encontró que una señora llamada Rosa Jaras Leiva había fallecido. Del resto de mi familia nada ningún rastro. Y nunca supe si esa Rosa Jaras Leiva era mi mamá».

Como le sucedió a otros chicos en esa situación, Alicia fue dada en adopción (uno de los capítulos más tristes de su vida). La fecha de su cumpleaños se la fijaron arbitrariamente en el expediente, coincidente con el día que se hizo un trámite, y la edad se la calcularon los médicos. «Recuerdo que me revisaron toda y debatían entre ellos: '¿cuántos años te parece que tiene? ¿Seis, siete, ocho?' Así me pusieron la fecha de nacimiento y la edad».

Alicia tiene hoy dos hijos que le celebran el cumpleaños cada 28 de setiembre. «Pero a mí no me gusta esa fecha», dice bajando la voz. En cambio prefiere escuchar ese recuerdo que le viene del fondo de la memoria: «me decía mi mamá que mi cumpleaños era cuando se cosecha el trigo, por eso creo que es en febrero o marzo».

Después de vivir en Buenos Aires, Mar del Plata y Córdoba, después de sufrir, de sentirse sin rumbo, de pensar en el suicidio y de encontrar ayuda en la religión, Alicia volvió a las fuentes.

«Estoy en Neuquén desde hace 20 años. Busqué rastros de mi familia pero no encontré nada. Mi partida de nacimiento no figura en ningún lugar, aunque es posible que haya nacido en el interior. Pero estuve haciendo averiguaciones hasta en Chile, a través del consulado, sin encontrar nada».

Hoy Alicia sigue buscando. Mientras tanto, se pone como ejemplo de que se puede salir adelante. Las secuelas de la polio le impiden caminar con normalidad, y una escalera puede transformarse en una muralla infranqueable. Pero «soy testaruda. Si me ponen una pared por delante y no la puedo tirar con las manos, la tiro con la cabeza. Pero la tiro».

Con esa fuerza interior crió a sus dos hijos, trabaja en el servicio de Adicciones, y está a punto de terminar la carrera de Psicología Social. Cree que esa incertidumbre respecto de su familia fue un impulso extra que la ayudó a sobreponerse a las adversidades, y tiene grandes esperanzas de poder ampliar su campo de trabajo cuando reciba el título.

«Cuando veo gente con discapacidades que se la pasa encerrada, que le parece que no se puede, me da bronca. Sí que se puede. Que tengas una pierna delgada no quiere decir que tu mente esté delgada. Hay que luchar».


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