Yo no soy; yo tampoco

NEUQUÉN

HÉCTOR MAURIÑO vasco@rionegro.com.ar

A dos semanas de las elecciones provinciales, en medio de una campaña sin adrenalina en la que las dos fuerzas principales, MPN y Frente Neuquino, esgrimen sus argumentos sin mayores sobresaltos para nadie, lo único que destaca sobre la uniformidad gris es el conflicto gremial, al punto que se ha convertido en el principal eje de confrontación. El viernes pasado la negociación finalmente dio algunos frutos: ATE selló el acuerdo para los empleados de la administración central y el diálogo parece encaminado respecto del sector Salud. Sólo se mantiene firme la protesta de los docentes. Es curioso, pero ATEN fue el primer gremio con el que arregló el gobierno. No quería que se repitiera el tradicional desgaste por el no inicio de clases, sobre todo en un año electoral, y le dio un aumento en diciembre del año pasado. Pero hoy ese sector es el que más guerra está dando. Ocurre, como lo demostró la ajustada votación del último plenario en el que se que resolvió volver a las medidas de fuerza, que el gremio está virtualmente fracturado. Por un lado los sectores combativos pero moderados que actualmente ejercen la conducción; por el otro, los “ultras” que aplican su lectura tremendista de la política y de la realidad al ejercicio de un gremialismo implacable. En la puja por cargar el desbarajuste gremial en la cuenta del adversario, desde el oficialismo se señala como responsable al frente opositor que lidera Farizano. Los hombres del gobierno apelan a un argumento lineal pero de peso: en el Frente Neuquino revista Une, expresión política de la CTA en la que milita la mayoría de los gremios estatales neuquinos. De esta forma, resulta relativamente sencillo para el oficialismo facturar los costos políticos sobre la oposición. Y lo cierto es que esa acusación resulta verosímil para una porción importante de la sociedad. “Mansilla y sus muchachos tiran para abajo a Farizano”, deslizan en privado los sapagistas, como si revelaran un secreto de Estado, convencidos acaso de que la cuestión no los afectará demasiado en el resultado electoral. En la oposición, aunque desde la óptica opuesta, la mirada no es totalmente homogénea. Algunos coinciden en que el conflicto beneficia al oficialismo y despotrican contra ATE y contra Mariano Mansilla. Aseguran que a los sindicalistas sólo les importan ellos mismos y que en ese tren no les preocupa –o tal vez les cuadra– llevar a sus aliados a la ruina. Pero otros defienden a Mansilla y afirman que es el gobierno el que fogonea huelgas y cortes con su falta de flexibilidad. Recuerdan que en los últimos años se perdió más de un ciclo lectivo por los paros y que éstos no necesariamente coincidieron con las elecciones. “La gente corta rutas porque sabe que al final le dan el aumento. Lo que hay que preguntarse es por qué el gobierno los deja llegar hasta ahí si al final, invariablemente, les da la plata”, razonó un hombre cercano al candidato frentista. Una limitada encuesta telefónica realizada en la capital, que circula en medios de la oposición, daría cuenta de que si bien aproximadamente la mitad de los consultados piensa que la oposición promueve los conflictos, la otra mitad cree que no lo hace y que obra de manera responsable. El gobierno tampoco sale totalmente indemne de esta cuestión: cerca de la mitad de los consultados le atribuye la culpa del conflicto. En cuanto a los reclamos en sí, aunque una porción los considera “injustos”, la mayoría de los entrevistados piensa que son “justos”, aunque rechaza de plano la metodología utilizada. Aquí es donde los dirigentes gremiales parecen no advertir que, independientemente de cómo se asignen las responsabilidades políticas, la gente rechaza las protestas interminables y los cortes de rutas y calles, metodologías que transfieren los costos de los conflictos a quienes nada tienen que ver. Quitando el eje de confrontación que proporcionan los gremios, y las disputas sobre la necesidad o no del mentado “cambio de la matriz productiva” y sobre quién juntó más gente, el recital de Vicentico o el de Julieta Venegas, la campaña no destaca por un debate profundo de ideas y propuestas. Por el contrario, discurre más que nada entre la exhibición de eslóganes y consignas. En un escenario así, la peor parte parece llevarla la fuerza que sale a desafiar lo establecido. Hasta acá la campaña de Farizano ha sido poco menos que mediocre. Después de todo –y sin que esto implique un juicio de valor sobre la estrategia oficialista–, para que el MPN siga donde está basta con no hacer nada. Es lo que piensan los estrategas de Sapag. Si se los deja hablar reafirman que la diferencia a favor de su jefe se ha mantenido, “inclusive en la capital provincial”, donde gobierna su principal adversario. “Estamos tranquilos, aunque hacemos campaña con prudencia, sin hacernos los locos y sin ostentación”, confían por lo bajo. En el entorno de Farizano parecen haber advertido que con esa estrategia no han logrado conmover al electorado y ahora anuncian que han dado un golpe de timón. Por lo pronto, la decisión es pegar el candidato a la presidenta. Es que, en todas las encuestas realizadas en Neuquén, Cristina no sólo tiene muy buena imagen sino también muy alta intención de voto. Esta jugada tiene su contrapartida en la resistencia que pone a la figura presidencial el sector del radicalismo identificado con la centroderecha. Pero los hombres del intendente han concluido que, pegando este giro, es más lo que se gana que lo que se pierde. Eso sin contar con que, si se produce un cambio de expectativas a favor de Farizano, el pragmatismo les indicará a los correligionarios que lo de Cristina puede ser un mal necesario.


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