«Katie»: el libro del Michael McDowell, un favorito de los lectores argentinos
Consagrado por novelas de culto como “Los elementales” y “Agujas doradas” y por sus guiones para Tim Burton, la obra del fallecido escritor Michael McDowell vuelve a ser publicada en la Argentina por el sello La Bestia Equilátera con “Katie”, otra historia de sangre, horror y codicia, traducida por Teresa Arijón.
Hay algo burlón en el título de esta novela de Michael McDowell, “Katie”. Algo de sentido del humor mezclado con la cuota de terror que caracteriza al escritor fallecido en 1999, rescatado en la Argentina por la editorial La Bestia Equilátera y convertido en autor de culto por los lectores.
Katie, la Katie del título, es una asesina en serie con poderes psíquicos, una analfabeta de malos modales, una salvaje con poquísima empatía y menos corazón, que se cruzará con la arriesgada y valiente Philomena Drax, Philo en el libro, que hubiera sido el orgulloso y heroico título de cualquier otro autor. Pero no de McDowell.
Mc Dowell, el escritor elogiado por Stephen King (fueron muy amigos además de admirarse mutuamente); el elegido por Tim Burton por ese humor que amalgama dosis de negrura e inocencia para hacer los guiones de “Beetlejuice” y “El extraño mundo de Jack”, nunca le tuvo miedo a la sátira en medio de una escena espeluznante y sanguinaria. Parece una mezcla rara, pero en él funciona a la perfección. Sus historias son únicas, y también él mismo fue un escritor particular, único, que aunque murió joven -a los 49 años y como consecuencia de complicaciones en su salud por el HIV- dejó historias inolvidables, para ver y para leer.
McDowell, que nació en Alabama en 1950, se graduó con honores en Harvard y obtuvo un doctorado en Literatura Inglesa y Norteamericana en la Universidad Brandeis, fue tan particular y único como para coleccionar memorabilia mortuoria. Sí, estas cosas: mechones de pelo, ataúdes de niños, fotos de cadáveres, de cráneos, de escenas de crímenes, lápidas, tarjetas de avisos fúnebres y hasta cartas de condolencia que fueron adquiridos por la Universidad Northwestern de Chicago y que fueron parte de una muestra en 2013.
“Soy un escritor comercial y estoy orgulloso de eso. Estoy escribiendo cosas para que estén en la librería el próximo mes. Creo que es un error intentar escribir para la posteridad”, se definía McDowell a sí mismo y a sus libros sin imaginar que él y sus creaciones se volverían piezas de culto mucho tiempo después.
"Los elementales".- terror gótico
En la Argentina, eso ocurrió en 2017, cuando La Bestia Equilátera editó “Los elementales”, con traducción de Teresa Arijón. Fue un éxito, y transformó al autor en un favorito de los lectores argentinos. La novela, publicada originalmente en 1981, es una fábula de horror con todos los detalles escenográficos del gótico sureño, como enumera la escritora Mariana Enríquez en el prólogo de esa novela: “las familias extendidas y excéntricas, las mansiones victorianas, los secretos, la empleada negra con poderes psíquicos, los fantasmas como maldición, la crueldad subyacente”.
La historia de “Los elementales” empieza con el funeral de Marian Savage, la odiada matriarca, que será sometida al rito familiar: en el ataúd, su hijo Dauphin, debe clavarle un cuchillo en el corazón para asegurarse que esté bien muerta. El rito tiene una explicación: ya han enterrado vivas a algunas mujeres de la familia y nadie quiere revivir el macabro horror de darse cuenta de que no están muertas. Tras el entierro, Dauphin viaja con su mujer Leigh y su familia a la propiedad familiar en el golfo de Alabama. Allí hay tres casas: una es de los Savage, otra de los McCray, la familia de Leigh, esposa de Dauphin y la tercera es una construcción sobre la que avanza, lentamente, la arena y que por supuesto, tiene unos extraños habitantes.
“Una vez me preguntaron qué pensaba que hacía cuando escribía terror. Cuál era su propósito. Le respondí que cuando escribo terror trato de tomar lo improbable, lo inimaginable y lo imposible y hacerlo parecer posible e inevitable”, definió él mismo el horror que le gusta contar.
"Agujas doradas", historias de Nueva York
El fenómeno McDowell siguió en el país con “Agujas doradas”, nuevamente rescatada por La Bestia Equilátera y traducida por Arijón. En aquel momento, agosto de 2021, agotó los 2.500 ejemplares de la primera tirada, pero eso no sorprendió a Diego D’onofrio, editor de La Bestia Equilátera. En una entrevista con la agencia Télam publicada en ese entonces dijo: “El fenómeno nos sorprendió con ‘Los elementales’ porque era un autor completamente desconocido en Argentina al momento de publicarse. Pero ahora ya tiene muchísimos lectores y lo comprobamos al lanzar ‘Agujas doradas’ como preventa: se contactaron con la editorial para pedir un ejemplar y fueron cientos los que lo hicieron”.
sta otra novela de McDowell cuenta una historia más siniestra que de terror, una historia de venganza ambientada en Nueva York a partir del enfrentamiento de dos familias. Por un lado, los Shanks, liderados por la matriarca Black Lena, que opera desde una casa de empeños y que se dedica a explorar distintas aristas del crimen y por el otro, los Stallworths, ligados al poder, corruptos e infieles, conducidos por el despiadado juez James Stallworth.
Con los diálogos geniales que lo caracterizan -rápidos, plenos de ironía- McDowell lleva al lector a un horror terrenal, alimentado por objetos, olores, sutilezas: una luchadora temeraria llena de tatuajes que ama a otra mujer con ternura, una joven que practica abortos clandestinos, niños que roban un cadáver para vendérselo a un médico, un cuerpo desnudo tendido en la morgue a la espera de ser reconocido. Cada uno de estos “cuadros” terminan por conformar una gran panorámica de Nueva York y de una época: 1881/1883.
En un ambiente de fumaderos de opio, el título “Agujas doradas” hace referencia al aguijón largo usado para preparar el opio, que en la novela se convierte en una suerte de arma letal.
"Katie: codicia, sangre y terror
La tercera entrada de McDowell al país es “Katie”, con su bellísima edición nuevamente de La Bestia equilátera y con traducción de Arijón.
La historia arranca en 1863, en Filadelfia, cuando una pequeña Katie Slape juega a vestir muñecas frente al fuego, en una habitación paupérrima. La cuida una tal Hanna Jepson mientras la madre de la niña baila por las noches en el Olimpic. La escena no es tierna. Hannah no lo es;Katie tampoco. Lo que hacen ambas, después de ese juego con las muñecas, es darles gin barato a unos cachorritos para que no crezcan mucho y poder vendérselos a damas adineradas. La escena, por algo que hace Katie, termina llena de sangre y risas, aunque nada es gracioso. Y en la escena, además se vislumbran los poderes psíquicos de Katie. La chica es capaz de ver el presente y el futuro de las personas con sólo tocarlas para decirles, con pelos y señales, lo que está sucediendo.
Huérfana, Katie queda en manos de Hannah, una mujer mala y de poquísimas luces que hará muy poco para instruirla y que junto a su marido John encontrarán el modo de vivir robando.
Una de las víctimas de esa familia es Richard Parrock, un granjero que tiene enormes superficies de tierra, y que termina compartiendo casa con esa gente a raíz de un accidente que lo deja inválido. Parrock adivina las intenciones de Hannah, una ya crecida Katie y John: quieren matarlo y quedarse con todo.
Es entonces cuando entra en escena Philo, que es la nieta de Parrock, y que vive en un pueblito lejano junto a su madre Mary . Aunque Parrock hace 23 años que no habla con su hija Mary, distanciados por una decisión que tomó ella, el hombre le escribe una carta contándoles lo que sospecha y la fortuna que tienen. Philo viaja en su ayuda, pero Kate ya ha avanzado demasiado con su plan criminal.
Y ese es solo el principio de este enfrentamiento -que incluye muertes violentas- entre Katie y Philo, que se perseguirán una a la otra en busca de venganza o simple maldad. Katie, que ha crecido desde aquella niña que despanzurraba cachorros, es una villana escalofriante, la maldad en estado puro.
Como los otros libros de McDowell, “Katie” avanza a un ritmo imposible de dejar, pero no es una lectura acelerada. Como en sus otros libros, McDowell va sumando capas permiten espiar las formas de la codicia, las de la maldad, pero también de la inocencia, y del amor. Porque el terror, se sabe, no siempre toma las formas más obvias.
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