Poder y crispación

Redacción

Por Redacción

El arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Bergoglio, no es el único convencido de que hay que dejar atrás “la crispación” y “fomentar la cultura del encuentro y del diálogo” porque, dice, el pueblo está harto del “mundo que arremete, que enfrenta a los hermanos, destruye y calumnia”. Desde vísperas de la Independencia, la idea de que los problemas del país pudieran solucionarse o, por lo menos, atenuarse mediante un diálogo cortés entre los dirigentes más encumbrados es una constante de la vida política nacional. En los años últimos, los reclamos en tal sentido han sido motivados por la agresividad llamativa de los Kirchner que en el 2003 optaron por aprovechar el malhumor imperante embistiendo con furia contra personas y facciones consideradas culpables de provocar la debacle económica de turno. El método así supuesto funcionó muy bien hasta que el país comenzó a estabilizarse, pero desde entonces ha resultado ser contraproducente. Además de costarles a los Kirchner su popularidad, ha brindado a los integrantes de una oposición heterogénea un tema que han sabido explotar. Para muchos opositores, la deficiencia principal del kirchnerismo tiene menos que ver con lo que ha hecho el gobierno que con el carácter a menudo absurdamente combativo de sus dos protagonistas. Desafortunadamente para los líderes opositores, el que según las encuestas buena parte de la ciudadanía quisiera que el mundillo político se tranquilizara y que, en lugar de intercambiar insultos, los dirigentes intentaran alcanzar acuerdos sobre las alternativas frente al país, no necesariamente significa que les convendría tranquilizarse ellos mismos. A juzgar por lo ocurrido a partir de la renovación tardía del Congreso en base a los resultados de las elecciones legislativas de mediados del año pasado, la agresividad permanente de los Kirchner no les está resultando tan costosa como muchos previeron. A ojos de muchos, la voluntad altanera de la presidenta y la intransigencia terca de su marido no son síntomas de debilidad sino manifestaciones de confianza en su propio poder. Si bien muy pocos los quieren, parecería que en amplios sectores existe la convicción de que sólo ellos están en condiciones de gobernar el país con la firmeza que supuestamente exigen las circunstancias y que por lo tanto sería un error arriesgarse reemplazándolos prematuramente por personas que acaso fueran más amables y más lúcidas pero que así y todo carecerían de las calidades consideradas necesarias para mantener a raya el espectro de la ingobernabilidad. Los opositores, pues, se ven ante una disyuntiva que dista de ser sencilla. Los que subrayen su voluntad de dialogar con los Kirchner –y por lo tanto de hacer algunas concesiones– se exponen al riesgo de parecer demasiado débiles o, lo que es peor, demasiado dispuestos a pactar en secreto con una pareja cuya falta de escrúpulos es notoria. Los radicales, cuya actitud ante los Kirchner siempre ha sido ambigua, para no decir oportunista, son especialmente vulnerables a acusaciones de este tipo. En cambio, aquellos opositores, entre ellos Elisa Carrió, que no parecen estar interesados en ceder nada pueden brindar una impresión de dureza equiparable con la patentada por los Kirchner, lo que no los ayudará en absoluto. No es fácil en ninguna parte para un político ambicioso combinar la firmeza con una vocación negociadora. En nuestro país, hacerlo es excepcionalmente difícil para quienes se enfrentan con un gobierno que subordina virtualmente todo a su lucha contra una oposición dispersa y que no vacila en manifestar su desprecio por las reglas democráticas. Aunque es frecuente atribuir el retroceso leve en las encuestas de varias figuras opositoras, además de la oposición en su conjunto, a las vicisitudes de las internas de las distintas agrupaciones y a su resistencia a formular algo parecido a un programa común –lo que puede entenderse por ser cuestión de lo que la presidenta, con la amabilidad que la caracteriza, califica de “un rejunte”–, otro motivo consiste en que existen dudas en cuanto a la capacidad de cualquier dirigente radical, peronista disidente o partidario de Coalición Cívica-ARI de liderar un gobierno que sea lo bastante fuerte para manejar con éxito la herencia sumamente pesada que los Kirchner están preparando para sus eventuales sucesores.


Adherido a los criterios de
Journalism Trust Initiative
Nuestras directrices editoriales
<span>Adherido a los criterios de <br><strong>Journalism Trust Initiative</strong></span>

Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Ver planes ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora