Bienvenidos al capitalismo, por Julio Rajneri

El panorama político argentino se diferencia notablemente del que caracteriza a los países más prósperos. En la Argentina no ha existido un sector político competitivo. El kirchnerismo ha contribuido con sus excesos a separar las aguas en forma más nítida.

ELECCIONES 2015

Para Ernesto Sanz y sus seguidores, la decisión de la Convención de la Unión Cívica Radical privilegiando la unión con el Pro de Mauricio Macri estaría fundada en el llamativo ascenso del alcalde porteño en las encuestas y en la necesidad de conformar una fuerza capaz de lograr la mayoría frente a la constatación de que ninguno de los candidatos de Unen, la frustrada asociación de partidos socialdemócratas, conseguía remontar una intención de voto que alcanzara al menos los dos dígitos.

La iniciativa obtuvo una clara aunque no abrumadora mayoría. Quienes votaron por la negativa, sin embargo, no lo hicieron por razones homogéneas. Una parte quería extender el acuerdo al sector del peronismo opositor con el que ya tenía compromisos en algunas provincias, de manera que su oposición era meramente circunstancial y no ideológica, en tanto que otros, en su mayoría jóvenes, se manifestaban nostálgicos del abandono de la alianza y sus posturas socialdemócratas.

Estos últimos probablemente estuvieran más enfocados en el verdadero meollo de la alternativa, en tanto que los restantes, quizá por razones estratégicas, eludieron referirse a las definiciones doctrinarias que están implícitas en la transferencia desde un espacio donde convivían agrupaciones con posiciones cercanas a un socialismo de contornos difusos con aliados menores pero fuertemente comprometidos con planteos anticapitalistas, hasta un espacio dominado por Pro donde es absoluto el compromiso con la economía de libre mercado.

Cuando se toman en cuenta estos parámetros, el mundo antimercado no se limita al kirchnerismo. Incluye una parte considerable de quienes hoy se encolumnan detrás de Margarita Stolbizer, una proporción significativa de los sindicalistas opositores al gobierno, amén de los grupos de extrema izquierda. Algunos también rodean a Massa, aunque su núcleo central parece encaminarse hacia una propuesta convergente con la racionalidad económica. En muchos casos son versiones prolijas de la misma ideología que ostenta el gobierno que se manifiestan sinceramente horrorizadas por la corrupción rampante que la gestión actual exhibe impúdicamente y que aspiran a un sistema más tolerante y democrático que el delirio kirchnerista pero que, sin embargo, participan de su cultura anticapitalista y prefieren, hasta ahora con poco éxito, correrlo por izquierda.

El panorama político argentino se diferencia notablemente del que caracteriza a los países más prósperos de Europa, Asia, América del Norte y, en los últimos años, a la mayoría de los latinoamericanos que, liderados por Chile y Brasil, se encaminan hacia el Primer Mundo.

A diferencia de aquellos países, en la Argentina no ha existido un sector político competitivo identificado con la economía de mercado. De manera que las elecciones se han limitado a agrupaciones con sesgos populistas de distinta intensidad, separadas a veces irreconciliablemente por su diversa concepción democrática pero no demasiado distantes en cuanto a economía se refiere. Afortunadamente, en los últimos años el kirchnerismo ha contribuido con sus excesos a separar las aguas en forma más nítida, incluso en el seno del justicialismo, lo que da a las próximas elecciones una alternativa más cercana a la de los países del Primer Mundo.

Una explicación posible de la particularidad argentina la brinda un reciente estudio de la Pew Research Center, entidad privada de investigación con sede en Washington, en un informe sobre los partidarios y los enemigos de la economía libre de mercado en diversos países del mundo que pone en evidencia las raíces culturales profundas del comportamiento del electorado argentino.

Los pueblos más identificados con el capitalismo, según la encuesta, no son -como podría suponerse- aquellos donde éste funciona con más eficiencia, como Alemania y Estados Unidos. Curiosamente, la mayor proporción de partidarios de la economía de mercado la ostentan dos países nominalmente comunistas: Vietnam, cuyo ejército comunista liderado por Ho Chi Minh derrotó primero a los franceses y luego a los norteamericanos, ahora defiende el capitalismo con un abrumador 95% a favor y solamente un 3% en contra y China -la de la revolución cultural y el librito rojo de Mao- exhibe un no menos impresionante 75% a favor y un 15% anclado en la nostalgia.

Entre los países desarrollados, la lista la encabeza Corea del Sur que, aunque no pasó por la experiencia comunista, tiene peligrosamente cerca a los lunáticos gobernantes del norte, como ocurrió en el pasado con las dos Alemanias divididas.

La sombra en la pared es la Argentina. Ocupa el último lugar en la lista de países que aceptan la economía de mercado, con solamente un 35% de aceptación. El 48% rechaza al capitalismo.

La explicación no es simple. El rechazo al dirigismo estatal es más profundo en aquellos pueblos que han vivido en carne propia o muy de cerca la dolorosa experiencia comunista y, en consecuencia, no son campo fértil para las divagaciones supuestamente idealistas de quienes propugnan el espejismo igualitario. Es decir que la experiencia comunista ayuda a consolidar un sistema opuesto, como ocurrió en Chile después de la desastrosa experiencia de Salvador Allende.

Algunos economistas sostienen que es mejor una crisis hiperinflacionaria que una inflación crónica. Consideran que en la hiperinflación se pueden adoptar medidas duras pero imprescindibles para eliminarla con consenso popular, mientras que los gobiernos que conviven con una inflación crónica creen que es más costoso combatirla que tolerarla.

Como la hiperinflación, el comunismo le proporciona a la sociedad innumerables padecimientos, pero le da los anticuerpos que la protegen de la tentación de las nuevas utopías.

Para proseguir con la analogía, la inflación crónica tiene su correlato en el populismo. No llega a suprimir la propiedad privada, pero combate “al capital” convirtiendo a sus integrantes más conspicuos en sus blancos preferidos.

En la Argentina, los enemigos se pueden llamar neoliberales, Clarín, Shell, banco Citi, Fondo Monetario Internacional, poseedores de bonos a los que denominan fondos buitre, agricultores o Sociedad Rural, por citar a los más emblemáticos. En una palabra, convive agriamente con un sistema del que reniega. No intenta reemplazarlo por otro, pero hace todo lo posible por volverlo ineficiente.

El peronismo originario que hoy representa cabalmente Cristina ha logrado la hazaña de haber destruido un país que hace medio siglo era uno de los más promisorios del planeta. Su mérito es notable si se considera, como puede verse, que lo ha conseguido sin afectar en lo más mínimo su popularidad. En pocos años Cuba será, seguramente, extremadamente capitalista. Y, en cambio, el peronismo tal vez siga siendo una fuerza políticamente considerable.

La decisión del radicalismo de compartir el espacio con una fuerza centrista, claramente definida en torno a una economía liberal, abre una esperanza. Es posible que una parte de sus seguidores más dogmáticos opte por alejarse del centenario partido, pero la gran mayoría de sus votantes se va a sentir cómoda en el nuevo escenario y el país va a resultar favorecido porque su exponente históricamente más comprometido con los valores esenciales de la democracia abandone las tentaciones populistas y la ambigüedad del pasado y se ubique en el rol que incluso los socialistas europeos juegan y aceptan en el mundo moderno.

JULIO RAJNERI


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