Cena y baile

la peña

jorge vergara jvergara@rionegro.com.ar

Los musiqueros sin escenario van buscando espacios, pequeños espacios que pueden ser enormes para mostrar lo que saben. Los musiqueros sin escenario no tienen contratos, no ponen horarios, cantan mientras les piden y despliegan todo su potencial a cambio de reconocimiento, de aplausos y de ese momento de placer compartido con desconocidos, los que día a día se renuevan en determinados lugares. Hablamos en esta columna muchas veces de esos musiqueros que sin pausas recorren restaurantes, confiterías y cuanto espacio les permita desplegar su arte, porque es arte lo que hacen. Van de un lado al otro con la misma iniciativa, con el mismo entusiasmo. Me pasó en Las Grutas hace pocos días, en esta Patagonia donde muchos presumen que a la gente no le gusta el folclore, pero cuando se presenta un espectáculo aplauden a rabiar. Una cena para festejar un cumpleaños fue razón suficiente para elegir una parrilla. Ahí se anunció la presencia de un dúo local, que le pondría la dosis de música a la noche. El sitio elegido fue Stilo Campo, los musiqueros que pusieron todo en el pequeño escenario son los integrantes de Cantares, dúo local capaz de hacer zambas, chacareras, cuecas, algunos temas románticos y hasta baladas. Hugo Zola, nacido en Valcheta y Carlos Olivera, de Bariloche, le dieron la cuota musical a la noche. Lo que empezó como cualquier cena, terminó con fiesta y baile, como si la parrilla se hubiera transformado en el transcurso de la noche para ofrecer un espectáculo familiar, muy divertido y con entrega total de los protagonistas. Para lograr ese clima hacen falta no sólo buenos músicos y cantores como los del Dúo Cantares, también es necesaria la apertura del espacio, la predisposición para dar algo más que la comida y la onda para sumarse al canto-baile que se armó. Y todo eso estuvo presente en la noche de Las Grutas, donde Cantares fue como un invitado más, pero con buenas voces y un manejo muy lindo del público. Ellos mismos dijeron que no son profesionales, que no viven de la música, pero que les apasiona cantar y más aún cuando el público se prende. El público, como puede ser el de una parrilla, heterogéneo, se plegó a la fiesta como si se hubieran puesto de acuerdo de antemano. Había gente de Chile, de Buenos Aires, Córdoba, Comodoro Rivadavia, Neuquén, Río Negro y Catamarca. Claro, ciudad turística es sinónimo de público variado. Apareció en escena Juan, porque sólo dijo su nombre, entre niño y adolescente, bailarín de los mejores, que nos dejó con la boca abierta cuando saltó a la improvisada pista con su madre y bailó zambas, chacareras y hasta se le animó al tango. Un lujo, con total desparpajo, sin ponerse colorado, se plantó ante la gente como si nos conociéramos desde siempre. Ojalá haya muchos escenarios así, mucha gente predispuesta a darle espacio a estos músicos y cantores sin contratos y sin demasiadas exigencias, pero que tiene tanto para ofrecer que son capaces de cambiarle la cara a una noche cualquiera. Salud por esa magia que tiene la música de unir culturas, de hacer que una zamba coseche aplausos y lograr que una cueca genere admiraciones. Por momentos chilenos, argentinos, norteños y sureños eran una misma gente, capaz de desatar sus artes para la música y el baile. Esto va más allá del costo-beneficio, esto es una manera de llevar la música a los sitios donde el público manda, pero donde los protagonistas son de un lado y del otro del escenario. Porque no hay aplausos si no hay musiqueros.


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