Larga vida a la monarquía

Por razones de fuerza mayor, el príncipe Carlos sustituyó a su padre, el príncipe Felipe, duque de Edimburgo, durante el Discurso de la Reina de 2017. Fue el primero sin ceremonia completa desde 1974. Felipe había sido ingresado en un hospital de Londres por una infección. Isabel II acudió al Parlamento sin corona y en coche, no en carroza como es tradicional. Esto se debió a la cercanía de la celebración de su cumpleaños oficial. Durante su discurso, redactado por la oficina de la primera ministra Theresa May, la reina desgranó el programa legislativo del gobierno, en minoría por el magro resultado obtenido en las elecciones anticipadas.

Tanta pompa y ceremonia lleva a muchos a preguntarse si la monarquía ha pasado de moda o corre peligro de extinción. Nada de eso. La han abandonado como forma de gobierno 22 países desde 1900, pero otros 35 la han adoptado en el mismo período, según un estudio dirigido por Mauro F. Guillén, profesor de administración de la Escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania. Lejos de ser un sistema agonizante, concluye el estudio, la monarquía “garantiza una estabilidad que suele traducirse en beneficios económicos” para proteger el derecho de propiedad y controlar el poder de los funcionarios elegidos por el pueblo.

Entre los 20 países más pujantes del planeta en términos de participación política, pluralismo, procesos electorales y derechos civiles, la mitad son reinos. En España sostienen que la monarquía parlamentaria no es una institución ornamental, sino la clave de la organización política. La corona tuvo mucho que ver en el retorno de la democracia y en la búsqueda de una solución para la crisis de Cataluña, más allá de la trama de corrupción que involucró a Iñaki Urdangarin, marido de la infanta Cristina, hermana del rey Felipe VI, y de otros episodios poco ejemplares protagonizados por el padre de ambos, Juan Carlos I.

En 2007, el profesor Harry van Halen, de la Universidad de Tilburg, Países Bajos, estimó que las monarquías elevan el producto bruto interno de los países democráticos entre un 0,8 y un uno por ciento. La clave del dividendo monárquico es la estabilidad. Juan Carlos I de España ha estado en el trono 29 años y medio; la reina Beatriz de Holanda, 33 años, e Isabel II de Inglaterra espera batir el récord de su tatarabuela, Victoria, con 63 años, siete meses y dos días en el trono. “¿Hay alguien en la familia real que quiera ser rey o reina? No lo creo”, se despachó el príncipe Harry, quinto en la línea sucesoria, durante una entrevista con la revista norteamericana Newsweek.

Los defensores de la monarquía aducen que los países funcionan mejor con ella porque las familias reales fungen de fuerzas unificadoras y emiten un símbolo potente. Aducen, también, que las naciones suelen ser más ricas y estables bajo la corona. Se trata de una visión que, del otro lado de la verja del palacio, resulta anacrónica frente a las frecuentes amenazas que padece la democracia. Varias monarquías se han concentrado en la represión y en el lucro. Algunas de ellas han sido depuestas después de rebeliones sangrientas, como la francesa, o aplastadas por su propio peso, como el Imperio de los Habsburgo o la saga de los zares rusos.

En las monarquías constitucionales, el rey o la reina es el jefe de Estado. El poder descansa en el parlamento elegido por el pueblo, como ocurre en España, Bélgica, Dinamarca, Japón, Holanda, Noruega y Reino Unido. En 2011, el príncipe Carlos se convirtió en el heredero de la corona británica que más ha demorado en alcanzarla. Superó en esos días a su tatarabuelo, el rey Eduardo VII (1841-1910). A la muerte de su madre, la reina Victoria, había esperado 59 años, dos meses y 13 días. El hijo mayor de Isabel II, de 69 años, tenía sólo nueve cuando pasó a ser el príncipe de Gales. Y desde entonces espera, más allá de su agitada vida con Diana Spencer y de la posterior boda con su amante, Camila Parker Bowles.

No tiene alternativa. La Ley de Instauración Real de 1701 estipula que el heredero varón a la corona británica, hijo mayor de un soberano, está en la línea de sucesión al trono y su derecho no puede ser alterado por el nacimiento de otro hermano o hermana. Es una ley anticuada que el ex primer ministro David Cameron deseaba modificar con la premisa de permitir que las princesas primogénitas pudieran ascender al trono. Mientras tanto, el segundo en la línea de sucesión, Guillermo, se casó antes de que su padre ocupara el lugar de la abuela, en apariencia fuerte como un roble.

Apuesta por ello el padrino del príncipe Guillermo, Constantino, rey de Grecia hasta su derrocamiento en 1973. Cree, como la mayoría de los británicos, que Guillermo será mejor rey que el postergado Carlos. Las tres cuartas partes de la población apoyan a la monarquía, pero sólo una ínfima proporción, cuatro de cada diez, piensa que durará otros cien años. Eduardo VII nació como heredero natural el 9 de noviembre de 1841 y tomó posesión el 22 de enero de 1901. Isabel II, nacida el 21 de abril de 1926 en el barrio londinense de Mayfair, es la reina más longeva de la historia británica.

(*) Periodista, dirige el portal de información y análisis internacional El Ínterin, y es columnista en la Televisión Pública Argentina.

Sus defensores aducen que los países funcionan mejor con ella porque las familias reales fungen de fuerzas unificadoras y emiten un símbolo potente.

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