Con la madrugada llegó la decisión

El vicepresidente Carlos Alvarez comenzó a madurar la decisión de renunciar pasada la media tarde del jueves. Rato antes había recibido al intendente de Cipolletti, Julio Arriaga, quien no percibió sin embargo la más mínima impresión que hablara de la determinación a adoptar por el vicepresidente. Carlos Alvarez se definió ya en la madrugada de ayer, luego de conversar con amigos de siempre y con su propia esposa.

Solo y de madrugada.

Con una de sus piernas colgando del apoyabrazos de un sillón.

Con la corbata aflojada.

Y paseando la mirada por el líving de su departamento de la calle Paraguay. Deteniéndola de tanto en tanto en una pila de «Unidos», revista desde la cual en la década del «80 alentó el debate político.

Así tomó Carlos «Chacho» Alvarez su decisión de renunciar a la vicepresidencia de la Nación.

Fue no mucho más allá de la 1 de ayer.

Y luego de reflexionar con su esposa, Liliana Chernajovsky, una mujer de intensa militancia en el peronismo.

Tanto, que pasó tres años en las cárceles de la dictadura.

-Es lo que tenés que hacer… La historia te plantea un problema urgente e importante -le dijo ella, y se fue a descansar.

Quizá entonces Carlos Alvarez recordó sus años de estudiante de la licenciatura en historia, cuando descubrió aquello del «instante único e irrepetible» que Martin Heidegger dice que existe para definirse en los momentos «únicos e irrepetibles».

Pasadas las 2 de la madruga-da, Carlos Alvarez llamó a sus íntimos amigos, Darío Alessandro, José Vitar y Juan Pablo Cafiero, todos diputados de la Alianza por el Frente Grande.

-Bueno, renuncio -le dijo a cada uno.

No hubo objeciones.

Había llegado a su departamento de tres ambientes pasadas las 23. Luego de dejar en su domicilio a la diputada Irma Parentella, interventora en el Frente Grande rionegrino.

Durante el atardecer del jue-ves, Alvarez conversó largo con los tres: Darío Alessandro, José Vitar y Juan Pablo Cafiero.

Y les dio un adelanto: «Estoy avanzando hacia la idea de irme».

-No tengo otra alternativa. Por quedarme no me voy ha hacer cómplice de que nada cambie -dijo en ese encuentro.

Se sabe que Alvarez habló con la suficiente cuota de convicción como para que sus tres interlocutores infirieran que más que un «avance» hacia la idea de renunciar, ya había renunciado.

Una decisión que no detectó el intendente de Cipolletti, Julio Arriaga, cuando a las 16.15 del jueves ingresó al despacho del vicepresidente de la Nación en el Senado.

Arriaga llegó acompañado del legislador provincial rionegrino Carlos González, un hombre que militó en el MPP pero que acompañó al jefe comunal en su transferencia al Frente Grande.

«Chacho» estaba acompañado de Darío Alessandro. La reunión duró hasta las 16.50, y fue Julio Arriaga quien la dio por terminada. Su avión rumbo al Alto Valle partía pasadas las 18.

Se había conversado sobre todo, especialmente sobre política rionegrina.

-Sé que andás muy bien en las encuestas -le dijo en un momento dado el vicepresidente al intendente, mientras gozaba de su inveterada costumbre de apoyar una pierna en el antebrazo de un sillón.

Pero casi no se habló de la crisis que sacude al sistema político nacional. A lo sumo, un «bueno… vamos a ver qué hace-mos» tirado por Alvarez casi al pasar.

Hablando ayer con este dia-rio, Arriaga recordó que había encontrado «cansado» al vicepresidente. «Pero nada más… mantenía intacto el buen humor e incluso fumó uno o dos cigarrillos, algo inusual en él», señaló el jefe comunal de Cipolletti.

-¿Renunciar «Chacho»?… ¡No!… ¡Ni lo piensa! -machacó y machacó durante toda la mañana de ayer Arriaga ante cada micrófono que se le cruzó.

Ahora, Julio Arriaga sabe que con aquellos cigarros inusuales, Carlos Alvarez matizaba la toma de una decisión inexorable: la de renunciar.

Arriaga a Verani: «Mirá, Pablo, yo voy a estar donde esté Chacho»

A las 12.30 de ayer sonó el celular de Julio Arriaga, intendente de Cipolletti…

-¿Qué me decís?… ¡Estoy azorado! -le dijo desde la Capital Federal el gobernador Pablo Verani.

-¡Yo también… qué querés que te diga!… ¡Nunca pensé que… bueno no sé! -respondió el jefe comunal.

No habían pasado diez minutos del momento en que por televisión se conociese la inminente renuncia del vicepresidente de la Nación Carlos Alvarez.

-¿En qué va a terminar todo esto? -le planteó Verani a Arriaga, con un estilo que pareció más una reflexión que una pregunta.

-No… no sé, hay que esperar… Yo también tengo dudas, Pablo.

Siguió luego un cambio de impresiones surgidas en forma desordenada y manifestadas con fuertes dosis de ansiedad.

Entonces, se habló de la Alianza y las acechanzas que por estas horas se siguen cerniendo sobre ella.

-¡Espero que no se rompa! -dijo el mandatario.

-¡Espero!…

-¡Espero que siga!…

-¡Espero! -respondió Julio Arriaga, y luego acotó:

-¡Mirá, Pablo, yo te tengo que ser sincero, absolutamente sincero: en política yo voy a estar donde este «Chacho»… Voy a seguir jugando ahí. Por primera vez en muchos años, siento que hay un dirigente que reivindica la política con ges-tos concretos!…

-Claro, claro -aceptó Verani.

-Y bueno… si la Alianza sigue, estaremos juntos, Pablo. Y si no sigue, bueno… ya te digo: yo sigo con «Chacho»…

La decisión de Arriaga no puede extrañar.

Veamos.

Hasta enero del «99, Julio Arriaga era un desconocido para Carlos Alvarez. Este había escuchado hablar por primera vez del intendente a partir de finales del invierno del «98, cuando el Frepaso rionegrino inició operaciones destinadas a sumar al jefe comunal, por entonces militante del Movimiento Popular Patagónico.

Pero después, nada. Nada hasta la campaña para las elecciones generales de Río Negro del año anterior. Fue en Villa Regina donde Carlos Alvarez – quizá cansado de escuchar al gobernador Pablo Verani y a su ministro Daniel Sartor hablar de las bondades de Julio Arriaga como intendente- lanzó su propuesta: «Y si ese muchacho es Mandrake, ¿por qué no lo invitamos a que renueve su mandato en Cipolletti en nombre de la Alianza?».

Al margen del destino que tuvo esa propuesta, lo concreto es que ahí nace la relación Carlos Alvarez-Julio Arriaga.

Y en muy pocos meses -a través de largas tenidas-, el jefe comunal se transformó en el principal ariete de Carlos Alvarez para compensar alguna cuota de poder con los radicales en los marcos de la Alianza.

Una Alianza a la que no se sumó todo el Frente Grande, que sometió el tema a idas y vueltas que crisparon a la dirigencia de esa fuerza y la fisuraron.

Esas fisuras y desencuentros colmaron la paciencia de Carlos Alvarez.

Necesitaba un hombre que, de su mano, le sumara votos e imagen al Frente Grande.

Ese era Julio Arriaga, reelegido intendente de Cipolletti con el 74,6% de los votos.

Y así nació y se expandió la sociedad Alvarez-Arriaga, que tiene un sueño: ver a este último gobernador en el 2003.

Claro, es un sueño.


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