Frutos de nuestra tierra

Celebrar a Abel Chaneton está muy bien. Y hay que honrar todo lo bueno aunque sea pasado. Pero Guillermo Jacobs es puro presente, del que mi provincia podría sorber, con sólo proponérselo, todo el grafeno de su imaginación volcada a la producción de riqueza


La rutinaria recordación de una ausencia termina por cifrar en el signo encubridor lo que alguna vez fue arquetípica presencia. Será mejor, por eso, que evoquemos los arquetipos de hoy, que los tenemos. El que transcurre ahora es el mes de Abel Chaneton, pues nació y murió en enero. Pero no por eso dejaremos hoy de tensar otra cuerda haciendo de la oportunidad módica virtud, pues lo que decimos es que siempre estamos honrando a los de ayer. Nunca reparamos en los de hoy. Y los de hoy están ahí. No son memoria bordada que le disputa al olvido una presencia con la cual nos obstinamos en convivir. Abel Chaneton nació un 25 de enero y mi amigo Guillermo Diego Jacobs un 4 de noviembre. Y de él se trata, o quisiera yo que se tratara, hoy. Un homenaje al amigo, eso es … con la generosa aquiescencia de lectores y editores de Río Negro que agradezco entrañablemente.

No he encontrado, hasta el día de hoy, en los textos de unos cuantos estudiosos a los que podríamos llamar «teóricos de la globalización», ninguna alusión al hecho de que la alteridad ha devenido objeto de la ciencia política, de la antropología filosófica y aun del puro y simple periodismo, y que esto es uno de «efectos» muy notables de aquella globalización. Hace dos o tres décadas, el encuentro con «el otro» e, incluso, lo que le acontecía a ese otro luego de encontrarse con nosotros, no nos concernía ni nos interpelaba; no nos importaba ni despertaba nuestra curiosidad. Pero poco a poco, eso empezó a cambiar.

Yo no he necesitado, sin embargo, que nadie viniera, nunca, a decirme qué o quién es «el otro». Lo supe temprano, cuando la vida se me impuso por prepotencia de realidad. Lo supe tal vez antes de que Ryszard Kapuscinski le dijera al mundo, en sus «conferencias vienesas» de principios de diciembre de 2004, que » …en el fondo, toda la literatura universal está dedicada al Otro: desde los Upanishads, pasando por el I Ching y por Chuang Tzu; desde Homero y Hesíodo, pasando por el Gilgamesh y el Antiguo Testamento; desde el Popol Vuh hasta la Torá y el Corán …».

Debo decir que mi Otro apareció hace ya mucho tiempo. Apareció como un igual vestido de blanco, de blanquísimo guardapolvo escolar, y aunque esa vez no me tendió la mano para presentarse, supe después que se llamaba Guillermo y que su ilustre padre le había puesto un apodo, Willie, que yo con el tiempo matizaría lúdicamente llamándolo, de tanto en tanto William, Guglielmo o Whilhelm.

Iniciamos aquel día, ahora lo sé, bajo el tupido follaje sostenido en un tronco de eucalipto de dos metros de anchura, una amistad que dura hasta un presente en el que aquel grueso tronco ha encogido su diámetro, que alcanza ahora, a duras penas, a unos ochenta centímetros. Es que en aquel ayer, teníamos esa edad en que los ojos brillan sin ver nada y el tamaño del mundo era la medida de nuestra física estatura. Ahora, todo ha vuelto a su quicio, incluso la medida de las cosas.

No podía imaginar entonces, que la vida me depararía nuevos e inesperados encuentros con «el Otro». Mi amigo de la escuela primaria fue, tempranamente, un hombre de negocios, oficio al que lo predisponía su activa y despierta inteligencia. Decir de él, ahora, que fue un hombre de fortuna no sería verdad, pues lo suyo era mucho más que los logros que distinguen a los que suele llamarse de ese modo. Rara vez un meramente rico conoce a René Daumal, y Guillermo Jacobs me sorprendió una vez con una entrega de La Guerra Santa, texto de mi juventud a cuyo autor yo había conocido a través de una clásica antología de Aldo Pellegrini. «Voy a hacer un poema sobre la guerra … Tal vez no será un verdadero poema, pero será sobre una verdadera guerra», así empezaba ese destello enceguecedor escrito en el siglo XIX y al que la deriva del mundo le ha conferido una vigencia dura y contumaz. No es común ni normal que un «hombre de negocios» transite los intersticios de la poesía surrealista. Willie sí lo había hecho. Y ese fue mi segundo encuentro, mi asombroso encuentro, con «el Otro».

Y habría un tercero. Habría lo inesperado dentro de lo inesperado. Aquella peste que narró Defoe fue medieval y europea. El reciente Covid, fue contemporáneo y nuestro. Y fue inesperado. Yo no habría sobrevivido al Covid ni a la ulterior sucesividad del tiempo si un «Otro» no hubiera irrumpido en mi vida para tenderme una mano que no era, para él, al fin y al cabo, ninguna kantiana “acción por deber”. Ese gesto lo honrará en mi memoria para siempre y aspiro a que también lo haga durante todo el tiempo posterior a «siempre», que es ése el objeto de esta trémula sintaxis: no dejar que muera lo que merece vivir en la memoria, en la mía y en la de todos. Lo inesperado dentro de lo inesperado vino a mí cuando yo, sin saberlo, lo necesitaba. Hay hechos, en la vida, yo no sé …! Hechos como del amor de Dios, como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido esbozara una sonrisa, yo no sé … Y también hay episodios en la vida que deben conocerse aun tensando la cuerda vallejeana para ese propósito, como acabo de hacerlo.

Tampoco advertí nunca, sino sólo cuando, ya perdida por ambos la edad de la inocencia, comprendí que su intensa y muy llamativa opción por la libertad como ideal político, tenía (hoy lo creo así) una raíz religiosa. Se puede incurrir en el yerro sin ser, por eso, hereje. Pues el error es hijo del intelecto, en tanto la herejía procede de la voluntad. De ahí, de ese pensamiento filosófico de Meister Eckart, proviene la tolerante admisión para las ideas adversas a las propias, y era ese dominico alemán el que inspiraba -inspira todavía hoy- la veneración y la actitud vital de mi amigo Willie.

Este deshilván se ha escrito solo y no aspira al género bildungsroman, aun cuando narra, en somero modo, una transición, y my friend Willie bien podrá ser, en reencarnaciones sucesivas, un joyceano Stephen Dedalus, aquel artista adolescente que prolonga su presencia en el moroso discurrir del tiempo.

Pues celebrar a Abel Chaneton está muy bien. Y hay que honrar, qué duda cabe, todo lo bueno aunque sea pasado. Pero Guillermo Jacobs es presente, puro presente del que mi provincia podría sorber, con sólo proponérselo, todo el grafeno de su imaginación volcada a la producción de riqueza lo cual -digámoslo de paso- era el programa de aquel Chaneton que fue muerto un 18 de enero de 1917 y que había nacido un 25 de enero de 1877. Ambos son, ahora podemos saberlo, nourritures terrestres, (Andre Gide), es decir, frutos de la tierra, de la tierra neuquina.

Si no esperamos lo inesperado, nunca lo encontraremos, pues es difícil de encontrar, tiene dicho (tal vez como paráfrasis de Eurípides o del “Oscuro” Heráclito, vaya uno a saber) Philippe Sollers, aquel eficaz provocador que fundó la mítica revista Tel Quel. Yo sólo supe que el «Otro», para mí, fue intempestivo como ciertas «consideraciones» de Nietzsche, y que no se llama ni «la Patria», ni Gilgamesh: se llama Guillermo Diego Jacobs, tal vez el ser humano más íntegro y necesario que haya dado el Neuquén actual que, sin embargo, se permite prescindir de sus talentos. Ahora, cuando la lasciva mano del tiempo está tocando las partes privadas de mi medianoche, desleo estas líneas, quizás un poco extemporáneas, y cuyo sentido más hondo quiero que sea menos el de un elogio que el de una gratitud.

*Abogado, periodista, escritor neuquino.


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