Democracia vs. República

Joaquín Yáñez *


Los pregoneros de la “justicia social” pasan a constituir una casta privilegiada, raras veces honesta, nunca democrática y siempre dispuesta a implantar la tiranía a su modo.


Parecen complementarias y simbióticas: una no podría sobrevivir sin la otra. Sin embargo, políticos de oficio o de oportunidad, dotados de amplias dosis de astucia, deshonestidad y ambición, usan la democracia para encaramarse en el poder. Desde allí se dedican, incansablemente, a demoler las instituciones de la república. El equilibrio de poderes inherente a la vigencia de la república es el obstáculo insalvable para el nuevo monarca “democrático”. Por consiguiente, la república debe desaparecer.

Para crear una moderna monarquía y que no luzca antipática, necesitan disponer y alardear de un amplio apoyo del pueblo, del cual se erigen en único y exclusivo representante. Para eso, usan amplia e irresponsablemente todos los recursos del viejo manual del populismo: prometen bienestar total y milagroso (porque nunca exhiben un plan económicamente sustentable de cómo lo lograrían, salvo el recurso elemental de vaciar las arcas del Estado y arrebatarle bienes a los que no constituyen su sustento electoral); protagonismo de las masas, a través del liderazgo carismático de su nuevo monarca; combate sin cuartel al enemigo que les impide ser felices (puede ser el capitalismo o el izquierdismo, según la orientación de quienes sustentan al nuevo líder); heroica defensa de la patria y la nación, como nunca nadie lo hizo antes.

Oscar Martínez, periodista salvadoreño, relata crudamente en el New York Times como Nayib Bukele aplicó este nefasto mecanismo para atacar y destruir la república en El Salvador. Utilizó la amplia mayoría lograda legítimamente en el Congreso, para destituir sin juicio y sin causa a la totalidad de los miembros de la Suprema Corte de Justicia y al Fiscal General y reemplazarlos por magistrados adictos. En menos de 24 horas de haber asumido los nuevos diputados propios, abolió el equilibrio entre los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial, consagrados por la Constitución como mecanismos institucionales de contrapeso para evitar excesos de ninguno de los poderes. Murió la República. Todo el poder lo sustenta el líder, respaldado sin barreras por el Congreso. Como todo esto sucedió en la madrugada del domingo, el periodista concluye: “El sábado cené en un república imperfecta. El domingo desayuné en una dictadura naciente”.

Quinientos años AC, Aristóteles advertía que la democracia podría ser letal para la república. Hoy suena sacrílega esta aseveración. Sin embargo, se basa en fundamentos de peso y el ejemplo de El Salvador lo prueba.

Decían Aristóteles y otros filósofos griegos: si los pobres son abrumadoramente más numerosos que los ricos, los indigentes detentarán el poder. Y dejarán de lado gobernar para el bien común y sólo se ocuparán de satisfacer sus legítimas y urgentes demandas. (“La Política”, Libro III, cap. V).

En estas democracias, los decretos de la asamblea tienen supremacía sobre la ley. No es la ley la que gobierna sino el pueblo. Opinaba Aristóteles que, en tal caso, “los decretos del pueblo son como los mandatos del tirano”. (“La Política”, Libro IV, Cap. IV, pág. 112).

Para Aristóteles, interponer una numerosa “clase media” es el modo más eficaz para evitar los permanentes conflictos entre pobres y ricos.

Contestes con esta postura, los “monarcas democráticos”, en flagrante contraposición con sus promesas electorales, se ocupan de implementar todo lo necesario para que sus seguidores sigan pobres: deficiente o nula educación, aumento de la desocupación, inflación descontrolada, asistencialismo del Estado.

Establecen, además, sus propias “verdades”: quien trabaja y se esfuerza es una víctima explotada por el sistema capitalista; el bienestar les corresponde por derecho propio, con el mínimo esfuerzo; premiar el mérito es atentar contra la igualdad de los ciudadanos y, si es necesario, para lograr el bienestar del pueblo se debe tomar por asalto los bienes de los opresores, ya sea por la fuerza bruta o bien por una falsa legalidad establecida por las mayorías.

Los pregoneros de la “justicia social” pasan a constituir una casta privilegiada, raras veces honesta, nunca democrática y siempre dispuesta a implantar la tiranía a su modo.

Para opositores y rebeldes se crean los mecanismos represores, legales y policiales, necesarios para garantizar la vigencia de su rauda marcha hacia el bienestar del pueblo.

La frase es conocida: no habrá república sin ciudadanos republicanos. Mientras no se perfeccionen mecanismos institucionales y legales que hagan inviables estos excesos de la democracia, la única solución está en la actitud de los ciudadanos; en la férrea defensa de las instituciones de la república que los próceres fundadores tan inteligentemente establecieron. Si a los ciudadanos de la república sus derechos no les importan, fatalmente los perderán.

*Ingeniero. Ex titular de la Presidencia Ejecutiva de la Autoridad Interjurisdiccional de Cuencas por Neuquén.


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