El Brexit, entre los ravioli y el salami

EDUARDO TEMPONE*


Por el momento, el Reino Unido está fuera de la Unión Europea pero no del todo. Seguirá acatando la legislación comunitaria y las decisiones del Tribunal de Justicia.


Si todos piensan que el Brexit concluyó y que está ya resuelto, están muy equivocados. Ahora sí empiezan las verdaderas discusiones y las escenas de familia. Un tire y afloje que en cualquier mesa de domingo puede terminar con platos volando y el tuco salpicado en la camisa de algún comensal. Pero lo primero es lo primero: decidir qué comemos.

Una vez más, como en los últimos tres años, el recurso a las metáforas gastronómicas se han convertido en una suerte de obsesión para describir el tipo de acuerdo que el Reino Unido y la Unión Europea intentan negociar para definir su relación económica comercial futura.

Primero empezaron por el postre, pensaron en las cerezas que en la jerga diplomática significa elegir una por una las áreas que estarán en la mesa de negociación; luego una parte ofreció un menú de tres platos y el otro apareció con un paquete de chips. También hablaron de una torta, pero no dijeron si era de crema o chocolate. Y hasta el propio primer ministro británico no ha resistido la tentación de tener su propia metáfora, al prometer que “el horno” está listo para un acuerdo.

El plato de ravioli en las negociaciones comerciales significa integrar todos los elementos en un solo recipiente. Con el salami, en cambio, el acuerdo se construiría rodaja tras rodaja.

Y ahora, el menú que ofrece la Unión Europea es un plato de ravioli pero los británicos han adelantado que prefieren el salami.

El plato de ravioli en las negociaciones comerciales significa integrar todos los elementos en un solo recipiente, es decir, que el acuerdo sería un único paquete y la negociación no se daría por concluida hasta tanto no se acabe el almuerzo. Con el salami, en cambio, el acuerdo se construiría rodaja tras rodaja y no sería necesario terminar todo al mismo tiempo.

Estas son las dos preferencias claves que marcarán la saga del Brexit hasta el 31 de diciembre de este año. Y es con final abierto. No hay un manual de instrucciones para separar una familia que estuvo estrechamente vinculada por casi cincuenta años. Nunca se ha hecho ni nadie tiene muy claro cómo se va a hacer.

El período de transición que se disparó el 1 de febrero fue pactado el año pasado en dos documentos. El Acuerdo de Salida, negociado por la Comisión Europea y el gobierno británico, y una declaración política con las líneas generales de lo que será la futura relación en materia comercial y de cooperación.

Por el momento, el Reino Unido esta fuera de la Unión Europea pero no del todo. Seguirá acatando la legislación comunitaria, las decisiones del Tribunal de Justicia y cumplirá con todas y cada una de sus obligaciones, como lo ha hecho hasta ahora. Pero no tendrá voto ni voz. La normativa europea se aplicará mientras dure la transición, pero esta vez alejada de cualquier influencia británica. Una situación anómala que el Reino Unido tratará de acortar.

La Unión Europea propone una negociación amplia, donde todos los asuntos y sectores se encuentren sobre la mesa. Y nada será acordado hasta que todo esté resuelto. Un enfoque tradicional que Bruselas sigue en cada una de las negociaciones comerciales pero que requiere, sobre todo, tiempo. Hay que considerar miles y miles de estándares regulatorios, fitosanitarios, aduaneros y arancelarios. Once meses parecen insuficientes. Cualquier acuerdo de libre comercio de esa dimensión suele tardar entre 7 y 10 años de negociación.

El mercado único europeo funciona con miles de reglas y estándares comunes, diseñados para que no haya discriminaciones y que las empresas puedan operar en diferentes países con un entorno lo más semejante posible para garantizar una competencia justa. Por eso, en Bruselas, hay serias dudas sobre la posibilidad de cerrar en tan poco tiempo con el Reino Unido un marco satisfactorio para ambos.

Por el contrario, el Reino Unido es de la idea de pactar miniacuerdos en áreas prioritarias para tornarlo más manejable. Se incluirían aquellos que tienen verdaderas consecuencias disruptivas para el continente, como el comercio, la pesca, la seguridad, el transporte o la aviación. De no lograrlo, el Reino Unido se enfrentaría este año a una nueva posibilidad de caer en un “Brexit salvaje”, de consecuencias económicas para muchos catastróficas.

Para Bruselas ese enfoque no es fácil de aceptar, porque abre la posibilidad de generar tensiones entre los diferentes intereses y prioridades de sus 27 estados miembros. Un juego de suma cero que hasta ahora la Unión Europea logró evitar.

La metáfora del plato de ravioli o el salami sobrevolará este año la cuestión del Brexit porque encierra los asuntos e intereses que podrían hacer descarrilar las conversaciones.

Pero lo que es seguro, como en la elección del menú familiar del domingo, esta etapa del Brexit presagia nuevos dolores de cabeza para Europa.

*Diplomático


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