El buen amor

Un libro sobre el amor es algo un poco extraño en estos tiempos. Sin embargo hubo un escritor que se animó a escribirlo y, sorprendentemente, tuvo un éxito enorme. Fue el libro póstumo de Allan Bloom quien, apenado por la comprobación de las vivencias materialistas y banales de sus estudiantes, se empeñó en analizar «la des-erotización de un mundo donde el sexo está obsesivamente omnipresente». El fenómeno se dio, según su diagnóstico, con la ciencia materialista y el olvido de los grandes maestros de la sensibilidad humana y es por ello también que sería imprescindible volver a la lectura de los clásicos.

Comenta en «Amor y amistad» que una fuente del rebajamiento de la idea del amor ha sido Freud, el creador del psicoanálisis. Otra, aquel famoso «Informe Kinsey» sobre la sexualidad de hombres y mujeres que resultó de influencia duradera. Las investigaciones pretendidamente objetivas de este zoólogo y las peregrinas e inadecuadas teorías de Freud han empobrecido el lenguaje que habla del amor y distorsionado su idea misma. Porque en los seres humanos, contrariamente a los animales, lo que es central no es la búsqueda de satisfacción física, sino el papel de la imaginación. En la charla sexual de nuestro tiempo, la imaginación es miserablemente desestimada. Cuando ella está presente, se habla de amor, no de «hacer el amor»; de ternura, no de «relaciones», un modo poético más que material, algo que tiene que ver con la belleza. La idea de deseo debe estar unida a la de idealismo, no al placer egoísta, los impulsos animales o la idea de negocio.

Los verdaderos maestros sobre el amor son los grandes poetas y los grandes novelistas.

Históricamente, el primero fue Platón. En «El Banquete» pone en boca de Sócrates, el más erótico de los filósofos, un discurso magistral sobre la filosofía como la forma más completa y reveladora del amor. El amor, para los humanos involucra eternidad y constituye a Eros en cuanto opuesto a sexo. (En la vena pintoresca contó el comediógrafo Aristófanes allí una teoría memorable para explicar el origen de la atracción en los sexos: fabuló que los hombres eran originalmente esféricos, con cuatro brazos, cuatro piernas, dos caras, dos conjuntos de órganos sexuales. En algún momento pecaron de soberbia y el dios Zeus, para castigar sus altanerías, decidió partirlos por la mitad. El resultado es que cada una de esas mitades anda por el mundo buscando a la perdida).

El segundo es claramente Dante Alighieri. El gran poeta de la Cristiandad cantó con versos transidos de nostalgia de la «Vita Nuova» su deslumbramiento juvenil al ver, pasando el puente florentino del Arno, a la bella Beatrice Portinari casi niña, como un milagro venido del cielo, «una cosa venuta di cielo in terra a miracol mostrare». El tercero, William Shakespeare, artista insuperado en el conocimiento del alma humana que hizo decir a la adolescente Julieta en su balcón aquellas palabras de ruego para olvidarse de su apellido: «Sólo tu nombre es mi enemigo, Romeo, rechaza tu nombre; y a cambio de ese nombre, que no es parte de ti, tómame a mí toda entera». Y finalmente uno moderno, Tolstoi, cuya dulce Natascha enamorada de «La Guerra y la Paz» ilusionó la fantasía de generaciones, podría ser visto como el cuarto.

Allan Bloom vio a sus jóvenes discípulos universitarios como crispados en su crecimiento emocional y en sus actitudes sexuales por una cultura académica que ignora la verdad de la gran literatura. Cualquier gran novelista puede enseñarnos más cosas verdaderas acerca de nuestros deseos e incrementar nuestro placer mostrándonos cómo hablarnos de nuestros amores de lo que hacen los científicos y nuestras artes de exhibición popular. Las obras maestras de la gran literatura formarían las mentes de los jóvenes y elevarían su estilo de vida. La imaginación está en todo esto centralmente involucrada y la imaginación desea lo hermoso.

Con el papel de la imaginación y el de la belleza va unida una clase de valentía que hoy se considera demasiado exigente. Se dice, por ejemplo, que ahora está fuera de moda cortejar. Se encara todo como casual y liviano. Nos reímos de las dilaciones sexuales de nuestros ancestros en contraste con nuestras actitudes directas. Nuestras «relaciones» tienen una gran superioridad sobre aquellos ceremoniosos ritos de seducción y enamoramiento. Pero, ¿se necesita hoy en día más entereza que cuando la empresa nos comprometía como la más importante e imaginativa de que éramos capaces? Ya Stendhal advirtió que Don Juan se perdía la intensidad de la vida erótica, que está ligada con la pasión de una mujer para la cual el amor es un asunto de honor, vida y muerte.

Allan Bloom enfatiza la importancia del vocabulario y el estilo en los cuales las cuestiones eróticas son discutidas. El lenguaje misogínico o violento degrada nuestras nociones de amor. Así lo hacen también ideas de que las relaciones entre hombres y mujeres son de poder y explotación. Y tiene mucho que decir respecto de la agobiante pornografía que la sociedad soporta, la que distorsiona y empobrece a la sensualidad.

¿Un moralista, finalmente? En todo caso un humanista que coincide con filósofos y sabios. Con Kant, por ejemplo, y su Regla de Oro («Actúa de tal manera que siempre trates al ser humano, tanto en tu propia persona como en cualquier otra, no simplemente como un medio sino siempre al mismo tiempo como un fin»). O con Mijael Evenari diciendo, en un nivel más alto, casi lo mismo que el autor de «Love and Friendship»: «Hay que regresar al sentido verdadero de la palabra. La expresión «hacer el amor» es ejemplo de una degradación del sentido. Nada tiene que ver con el amor que menciona la Biblia cuando dicta «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», ni tampoco con el Budismo cuando dice «Tu prójimo es cualquiera».

 

HECTOR CIAPUSCIO (*)

Especial para «Río Negro»

(*) Doctor en Filosofía.


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