El gobierno de Bush y la energía

Por Héctor Ciapuscio

Cuando corría el 1979 y perduraban los efectos de la crisis petrolera, el presidente James Carter, como manifestación de su solidaridad con las ideas del movimiento ecologista, hizo colocar paneles solares en el ala oeste de la Casa Blanca. Llegado al año siguiente Ronald Reagan, como un signo de la política económica y energética que preconizaba, los hizo sacar. La consigna se expresaba así: «Remasculinizar América». El país, en opinión de los sectores que lo llevaron al poder, había soportado un período claudicante, de influencia de visiones hacia «tecnologías apropiadas» que ellos consideraban propias de mujeres, no de hombres.

Echar una mirada sobre el movimiento de «tecnologías apropiadas» (o «intermedias», o «alternativas») que floreció en Estados Unidos entre 1965 y 1985, es un ejercicio de memoria que ayuda a entender lo que está pasando ahora en ese país y no sólo en lo que respecta a la política energética. Se trató de un período de movilización reformista coincidente con la guerra de Vietnam, la revuelta estudiantil, la concientización ambientalista y el movimiento contracultural. Un tiempo en que influían libros como «Primavera silenciosa», de Rachel Carson, y «Lo pequeño es hermoso», de Schumacher, inspirando iniciativas energéticas «suaves» (energía solar, molinos de viento, metano y combustibles vegetales) al lado de cosas como agricultura sustentable u orgánica, bicicletas en reemplazo de automóviles, reciclaje o uso de materiales naturales, etcétera. Estas tecnologías se presentaban dentro de un amplio sacudón moral que intentaba corregir el «superdesarrollo» y la destructividad ecológica de la sociedad americana. Se las definía como baratas y accesibles, de fácil reparación y mantenimiento, aptas para aplicaciones en pequeña escala, compatibles con las necesidades de creatividad del hombre, respetuosas del ambiente y educativas. Se enfatizaban -en la línea de pensadores como Thoreau, Mumford y Ellul- valores como democracia, autoconfianza y autonomía local. En consonancia con estas ideas, surgieron desde el poder político y el ámbito privado iniciativas e instituciones encaminadas en particular al propósito de ahorro y conservación de energía. Desde fundaciones hasta agencias gubernamentales, de tipo estadual como las que creó el gobernador de California, o federales, como las que nacieron en la Casa Blanca.

El movimiento por las tecnologías apropiadas, en el marco de la movilización contracultural de los 1960, no logró alcanzar poder suficiente contra las dominantes en los sectores manufactureros, del agrobusiness o el complejo industrial-militar. La cultura hegemónica no desapareció en ningún momento. Sin embargo, el eclipse del impulso de aquellas como movimiento social activo dejó un rescoldo duradero que no deja de avivarse cuando circunstancias puntuales lo hacen posible.

Rambos en el gobierno

El economista Paul Krugman, brillante e inconformista, define a la clase de hombres que, acompañando al «Accidental President» de Estados Unidos (así calificado por haber accedido al poder mediante manipulación judicial), se encargan en este período de la política del gobierno: «En el Washington de Bush, la idea general parece ser que «los hombres de verdad no ahorran energía». Los lideran halcones como el vicepresidente Richard Cheney, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, los uniformados del Pentágono y varios magnates de la industria petrolera de Texas, en cuyos intereses participa la «dinastía Bush». El plan energético que el presidente anunció hace una semana supone un relanzamiento del país en todos los frentes de su sistema energético: desregulación de salvaguardias del ambiente que impiden a la industria adoptar las tecnologías más eficientes; mayor producción de petróleo, gas, carbón e hidroelectricidad; apertura de los campos petrolíferos de Alaska (hasta ahora bajo la ley de Protección de 1980), retoma de la construcción de centrales nucleares a uranio y estudio de nuevas centrales en base a plutonio. Todo esto se motiva, argumentan, en la amenaza de una crisis energética futura, anunciada por problemas como los que hoy afectan al estado de California.

Las reacciones

La embestida del nuevo gobierno republicano incluyó anuncios que han levantado una gran polémica. No es menor la que se refiere a su negativa a ratificar el Tratado de Kyoto sobre límites a la producción de «gas sierra» o «efecto invernadero» por el empleo de combustibles fósiles, pero incluye también planteos alarmantes como el «escudo espacial» y la negativa a firmar los acuerdos sobre crímenes de guerra y armas bacteriológicas. Las reacciones demuestran que su trámite no será un paseo triunfal como esperaban. En la Unión Europea reaccionaron escandalizados por lo primero y manifestaron graves reservas sobre lo demás. Al interior de la propia sociedad estadounidense no se tardó en rechazos. El más trascendente políticamente ha sido el que expresó James Jeffords, un prestigioso senador republicano por Vermont. Hace unos días, el 24 de mayo, tomó la decisión de abandonar su sector político y pasarse al bando demócrata cambiando la relación mayoritaria de votos y la presidencia de las comisiones, además de entregar al líder del partido de oposición Tom Deschle el estratégico control de la agenda del Capitolio. Los motivos de Jeffords fueron explícitos: está en desacuerdo con las políticas anunciadas por Bush en cuanto a varias cuestiones de fondo que incluyen el sistema de defensa antimisiles, la nueva política energética y las cuestiones ambientales.

Todas estas reacciones no pueden sorprender. Si por un lado -como escribió Mark Lilla, politicólogo de Princeton- los cambios económicos han determinado la configuración de una extrema derecha con su imaginación política clausurada, por el otro lado hay cambios culturales que no son fácilmente reversibles. Serán necesarios ajustes y rectificaciones. No tendrán más remedio que entenderlo así los hombres de la estampida hacia adelante ahora en el gobierno.


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