El largo brazo del terrorismo

COLUMNISTAS

La significativa capacidad operativa del terrorismo contemporáneo es conocida. Su escenario no sabe de fronteras. Un caso recientemente resuelto por un tribunal federal canadiense, varios años después de un episodio fuera de lo común ocurrido en México, así lo sugiere. Se trata de una sentencia del 16 de octubre pasado, dictada por la jueza Anne L. Mactavish, en la ciudad de Ottawa, directamente vinculada con el mencionado episodio.

En el 2006, en el departamento de computación de la Universidad Nacional Autónoma de México, un grupo de investigadores de esa especialidad comenzó a planear subrepticiamente un ataque cibernético contra algunas instalaciones nucleares, centros de inteligencia y bancos de Estados Unidos. Lo hizo con el apoyo de funcionarios de las representaciones diplomáticas de Cuba, Venezuela e Irán en México. Y con la participación de técnicos en computación de la mencionada universidad, pertenecientes a corrientes extremistas de la izquierda local. Existió, además, a estar a las manifestaciones de la sentencia canadiense, alguna complicidad de elementos de las instituciones de seguridad locales. Y, siempre según la jueza canadiense, también alguna conexión de los diplomáticos iraníes con individuos vinculados con el narcotráfico mexicano. Una mezcla realmente de temer. Aunque, ciertamente, ya no demasiado inusual.

Para desgracia de los conspiradores, un pequeño grupo de técnicos mexicanos, fingiendo asistirlos, tomó conocimiento pleno de lo que sucedía y decidió finalmente denunciarlo a las autoridades mexicanas, incluyendo a la Policía. Entregó para ello un importante conjunto de grabaciones que demostraban acabadamente la participación en la conspiración de todos los involucrados, así como de algunos diplomáticos de los tres países antes nombrados.

Cuando ello sucedió, el gobierno mexicano ignoró la denuncia y quienes la efectuaron quedaron, como consecuencia de ello, totalmente expuestos a las consecuencias de su conducta y prácticamente sin protección alguna por parte de la Policía local. No obstante, la cadena televisiva Univisión produjo un interesante documental sobre lo sucedido que se difundió ampliamente en México, en diciembre del 2011.

Los denunciantes comenzaron -a partir de entonces- a ser seguidos, fotografiados y vigilados muy de cerca por personas que les eran desconocidas. Que incluyeron, aparentemente, algún personal perteneciente a la embajada iraní en México, siempre a estar a los dichos de la jueza canadiense.

Uno de los denunciantes mexicanos -en rigor, quien obraba como líder del pequeño grupo- cayó enseguida gravemente enfermo, con una extraña fiebre muy alta, sumamente inusual y de origen misterioso, que luego resultó haber sido provocada por un virus muy particular de hepatitis que tan sólo puede generarse en los laboratorios. El que presumiblemente le fue transmitido subrepticiamente al denunciante, de alguna manera; quizás con la comida o la bebida. A lo que se sumó un conjunto de amenazas de muerte, siempre anónimas.

Ante el lamentable cariz que tomaban los acontecimientos, los denunciantes, temiendo por su seguridad personal, se reunieron con el procurador general de México y con algunos senadores de distintos partidos, interiorizándolos acabadamente de todo lo que les ocurría. Sólo recibieron el consejo obvio de ser cuidadosos, vigilantes y prudentes. Ninguna protección concreta. Ninguna.

Por ello se pusieron enseguida en contacto con las autoridades norteamericanas, las que decidieron -a la luz de la dura evidencia que les fue suministrada- declarar como persona non grata -y expulsar de su país- a una diplomática venezolana que se desempeñaba en esos momentos en la ciudad de Miami.

Con una enorme preocupación, los denunciantes, temiendo -con razón- por su seguridad personal, decidieron emigrar a Canadá. El hecho era salir de México, que nada les garantizaba. Se establecieron así en la ciudad de Vancouver, donde solicitaron a las autoridades ser reconocidos en carácter de refugiados.

Cuando el gobierno canadiense no aceptó esa petición, apelaron a la Justicia y obtuvieron una clara sentencia favorable por parte de la jueza antes nombrada, quien describió -con algún detalle- todo lo secuencialmente sucedido a los denunciantes mexicanos, así como los peligros a los que ellos efectivamente habían quedado expuestos. Admitiéndolos como refugiados en un país donde, previsiblemente, su seguridad personal ha dejado ahora de estar tan amenazada.

En momentos en que nuestra sociedad está profundamente conmocionada ante la muerte del fiscal Alberto Nisman, traer a la memoria el episodio antes descripto -y sus derivaciones- puede contribuir a analizar lo que sucede con la dosis de realismo que siempre es necesaria. La capacidad de acción del terrorismo internacional no puede despreciarse, porque ella es realmente enorme.

Emilio J. Cárdenas

Exembajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas

Emilio J. Cárdenas


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