El mar fue su sepulcro

Por Paulina Modiano

Viviana Díaz buscó durante 24 años a su padre, un dirigente comunista secuestrado en 1976 por la policía política de la dictadura de Augusto Pinochet. Hace una semana el gobierno le notificó que su peregrinar había terminado: nunca lo encontraría, fue arrojado al mar.

La suerte de Víctor Díaz y otros 199 desaparecidos en Chile durante el régimen militar fue revelada al presidente Ricardo Lagos por los propios uniformados.

Por primera vez en 27 años y más de una década después del fin de la dictadura, los altos mandos castrenses reconocieron aquello que 1.000 veces negaron: la existencia de detenidos desaparecidos.

“Por todos los antecedentes que tengo, anteriores a esta etapa que hemos vivido, personalmente siempre he pensado que lo lanzaron al mar”, dice Viviana Díaz, abatida por la confirmación del oscuro presagio que la atormentó tanto tiempo. Otros, que como ella consagraron su vida a la angustiosa búsqueda de sus parientes, simplemente no aceptan que el océano haya sido su sepulcro. “¡Que me lo saquen del fondo del mar entonces!”, reclama con desesperación una madre de 84 años que aún anhela cobijar los restos de su hijo.

La verdad oficial

El informe de los militares, la nueva “historia oficial”, dio cuenta del destino de sólo una quinta parte del más de millar de desaparecidos durante la dictadura de Pinochet, de 1973 a 1990. Los antecedentes revelaron que 150 personas nunca serían halladas ya que fueron arrojadas al mar, ríos y lagos, mientras otras 50 estarían enterradas en fosas clandestinas.

La entrega de datos surgió de un pacto entre las fuerzas armadas y abogados de derechos humanos, en la llamada “mesa de diálogo” formada en 1999, mientras Pinochet permanecía detenido en Londres acosado por la Justicia española. Por eso los familiares, que siempre rechazaron conversar con los militares, están seguros de que fue el arresto de Pinochet el que abrió una rendija para hallar parte de la verdad.

El veterano general, de 85 años, está a las puertas de ser procesado por crímenes durante su régimen, la mayoría de ellos casos de detenidos desaparecidos. Y mientras Pinochet espera el resultado de exámenes mentales para verificar si puede ser enjuiciado, miles de chilenos no se reponen del estupor que les provocó tener certeza sobre aquello que antes ni los propios jueces quisieron creer. “En 1976 me entrevisté con el entonces presidente de la Corte y le conté todos los antecedentes sobre la detención de mi padre”, afirma Díaz. “Me dijo que tenía mucha imaginación, que esas cosas no pasaban en Chile”.

Rebelde desconsuelo

Parte del desconsuelo que invade ahora a los familiares de los desaparecidos se centra en que el informe de los militares no dio grandes luces sobre qué ocurrió realmente con sus parientes.

Reclamos más de fondo apuntan a que las fuerzas armadas se limitaron a reiterar lo que ya había sido dicho en 1991, en seis voluminosos tomos, por la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, creada tras el retorno a la democracia para investigar violaciones a los derechos humanos bajo la dictadura.

“Hay testimonios de una práctica de ejecución que consistía en llevar a los detenidos dormidos o semidormidos, a causa de fuertes sedantes, en un helicóptero que sobrevolaba el mar, desde el cual se los iba arrojando a las aguas, abriéndoles primero el vientre con un arma blanca, para impedir que los cuerpos flotaran”, dijo el informe de la Comisión.

Pero no todos los cuerpos se hundieron. En 1976, “el mar devolvió el cadáver de Marta Ugarte”, señaló el mismo informe. Viviana Díaz vio la foto del cuerpo mutilado de Ugarte en la primera plana de los diarios de la época, bajo el titular de “crimen pasional”. “Sentí que mi papá estaba muerto, que lo lanzaron igual que ella al mar”, dice. No fue mera intuición. Una detenida que logró sobrevivir estuvo con Ugarte en la misma celda, en Villa Grimaldi, uno de los más feroces centros de prisioneros y de tortura, donde también fue visto su padre, recuerda Viviana. “Ella habló conmigo y mi madre y nos dijo que el mensaje de Marta era que ni ella ni mi padre saldrían con vida de ahí”. Ni el tiempo ni una verdad en la que los familiares creen “sólo a medias” parece ser el calmante adecuado para tanto dolor.

(Reuters)


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