EN CLAVE DE Y: LA UNA Y LA OTRA

Bajo un techo de lata que no terminaba de hervir, bajo un cielo de diez y media de la noche que no terminaba de oscurecer, esperaban con diversos grados de paciencia -o de impaciencia- el colectivo. Entre varia gente mayor, una y otra eran las dos jóvenes, las dos hermosas. Pero no lo sabían; al menos, una no.

Lamía con deleite un bombón helado, mientras de vez en cuando avizoraba la posible aparición del otro horno de lata. Errática, su mirada vagó aquí y allá. Fue entonces que se detuvo en la otra.

Casi no la había reconocido, ahora que era una más, como cualquier hijo de vecino esperando. La engañaron sus gestos mirando al reloj, su mirada igual que la de ella tratando de atraer al colectivo. Pero sí, era la fulana de la boutique. La miró disimuladamente, la envidió abiertamente: delgadísima, llevando las pilchas como una modelo, esas sandalias preciosas…Recordó cuando casi en paso de guerra, arremetió en el local encandilada por esas remeritas con dibujos y destellos. Volvió a verla, midiéndola de arriba abajo mientras se acercaba al mostrador.

¡Qué bronca sentirse inferior sólo por tener unos quilos más! Su voz – habitualmente firme- murmurando «quiero una remera así» y la otra acompañándola hasta las perchas y diciéndole hay de todos los talles…mentira, porque tienen etiquetas que no corresponden al tamaño y se probó una y se probó otra sabiendo que en realidad no quería salir del cubículo, sentir esa mirada desdeñosa de la otra – flaca, perfecta- perforando su espalda.

Se fue rumbo al cole. Mañana iría a esas tiendas que tienen de todo, y listo; algo aparecería. Pero no esa remera, esa preciosa, decía en su interior una niña que lloraba de frustración y bronca. No esa.

La puta madre, casi gritó, porque entre rencor y rencor el helado se había chorreado en la camisola, y se puso a limpiarla con la mano, tratando de mantener el helado lejos de sus vaqueros, y las monedas que se le caen…

Fue el gesto y el insulto, todo junto, rompiendo la monotonía de la espera, lo que sacó a la otra de sus pensamientos. Ah, una gordita que se le cayó el helado. Qué envidia. Lo que daría por comerse uno, dos, tres…pero esta silueta que la alejaba de las frustraciones y la mantenía en el laburo eran motivos muy, muy fuertes. Mis chicas tienen que ser como las modelos, les repetía esa bruja, ésta es una casa de ropa joven con gente joven hermosa, y no se les ocurra disfrazarse al salir y andar por ahí de zapatillas y cualquier cosa… Bueno, pero valía pena, ¿o no? Era flaca. ¡Claro que hubiera querido un buen par de zapatillas! Horas y horas parada con estos taquitos, y para colmo el día que no termina nunca, la vieja no cierra ni aunque pasen las diez….

Por un momento, la una y la otra se miraron. Sólo una fue reconocida, porque era una sacerdotisa menor del templo de la moda; la otra era una más de las gorditas que vestían camisolas y comían helados.

El colectivo, repleto, se bamboleaba tratando de ingresar a la multitrocha. La una y la otra, agarradas de donde pudieran, danzaban juntas según el cimbrear de ruedas, curvas, frenos, perdidas en sus mundos.Y de pronto fueron los gritos, y volar y golpearse, y caerse y gritar, y rodar, y la oscuridad.

«El accidente nuestro de cada día. Esta noche la ruta se cobró más vidas, cuando un colectivo de línea fue embestido por una camioneta que circulaba a gran velocidad en el mismo sentido…Se sabe que hay dos muertos y varios heridos graves, y aún se ignora la identidad de las personas involucradas. El colectivero está internado con pronóstico reservado.»


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