Entre la razón y la pasión, el boxeo

El boxeo es una actividad considerada de alto riesgo. Al igual que otras disciplinas de contacto físico como la lucha libre o el full contact, este tipo de enfrentamientos implica violencia y riesgo para la vida o la salud de los contendientes.

COLUMNISTAS

Cuando el negocio noquea al deporte

Desde antaño, incluso, se ha puesto en discusión si se trata de un deporte en sentido lato, por la carencia de un finalidad salutífera.

Si el deporte debe, entre otras premisas, apuntar a la salud de quienes lo practican, el boxeo está en las antípodas de dicho fin, siendo su principal objetivo provocar daño en el contrincante.

Así el límite al concepto saludable de deporte lo da el boxeo olímpico, en el que se privilegia la protección del deportista y la menor duración de los combates.

De tal suerte, el boxeo es una actividad en la que la agresión física se encuentra autorizada por el Estado, sin que existan razones de orden público para convalidarla.

Según el civilista Santos Cifuentes, no resulta comprensible cómo, si el Estado reprime la lucha callejera o la riña con lesión, luego apoya la de los profesionales, mucho de los cuales quedan diezmados por el resto de sus días.

Nuestro país tiene una larga tradición en materia pugilística que ha calado profundo en la cultura popular, al punto de ignorar este tipo de cuestionamientos y aceptar al boxeo como uno de sus principales emblemas.

Tal aceptación obedece, a mi entender, a diferentes razones. La figura del guapo o del compadrito es particularmente atractiva al sentir machista.

Si a ello se suma la posibilidad para quienes practican box de emerger de la privación absoluta a ser un rey con corona y lujos, la propuesta resulta aún más convocante.

Pero hay un costado mucho más cruel que cierra la innegable seducción del box y es el morbo que éste despierta. Observar a un hombre -ahora también a una mujer- tambalear en un ring o morder el polvo de la lona, ver sangre y sudor ante el griterío desencajado de la gente, es una escena dramática que, paradójicamente, embelesa a millones de personas.

En la red del boxeo han caído artistas e intelectuales como Julio Cortázar, Ernest Hemingway, Arthur Conan Doyle, Lord Byron, Martin Scorsese, Clint Eastwood o Leonardo Favio, todos desvelados por bucear en su submundo.

De lo que no hay duda es que, en la elite mundial del boxeo, la pelea entre el espectáculo (televisación, publicidad y apuestas) y el deporte la ha ganado hace tiempo el primero.

Los razonables interrogantes que despierta esta disciplina cada vez que un púgil recala maltrecho en un hospital o en un cementerio son tan contundentes como los argumentos que sostienen que se trata de una actividad legal y que los boxeadores son profesionales que saben a lo que se exponen.

En Argentina, una actividad poco regulada

Es justamente en la asunción del riesgo por parte de los boxeadores adultos donde el Estado se despoja de todo criterio paternalista.

En la Argentina, el boxeo se encuentra escasamente regulado. El decreto reglamentario 2689/63 prevé un registro con licencias habilitantes y controles médicos periódicos, aunque su contenido poco avanza en orden a la protección de la salud e integridad de los pugilistas.

También se cuenta con el reglamento de la especialidad, que destaca con énfasis los golpes considerados correctos (art. 29) y las conductas prohibidas susceptibles de ser sancionadas con advertencia, amonestación o descalificación (art. 30).

El dolo definido como intención de causar daño es en el boxeo su elemento característico, más sólo será sancionable jurídicamente cuando se viole notoriamente lo dispuesto por el reglamento de la disciplina.

En dicho orden, existe un viejo precedente del Superior Tribunal de Justicia de Tucumán del año 1938, cuando murió un contendor, en el que se resolvió que, «si el deceso es consecuencia de un match de box autorizado por la Municipalidad y su desarrollo fue normal, no resulta penalmente reprochable».

En consecuencia, la regla aplicable es la licitud de la actividad e irresponsabilidad de los participantes. En tanto la excepción se dará en caso de conductas dolosas o gravemente imprudentes que contraríen las reglas deportivas. (Tal sería el caso de un boxeador que pega con intención, a un adversario desprevenido, luego del campanazo).

Un rol fundamental en la preservación de la integridad de los boxeadores le cabe al árbitro, quien justamente por ello debe ser juzgado con más severidad que los de otras disciplinas.

Así en el antecedente «Fuentes Ángel y otra c/ Club Defensores del Oeste» LL 149-552 se concluyó que: «El árbitro de box debía ser responsabilizado por la muerte de un boxeador por hemorragia como consecuencia de los golpes recibidos en la nuca. Se consideró que, en ese momento, el árbitro no actuó con la prudencia del caso e incluso debió haber suspendido el encuentro».

En relación a los organizadores, estos deberán atender a la conducta diligente de sus dependientes, al examen médico previo al combate y a la necesidad de contar con servicios médicos de urgencia.

También las federaciones deben brindar autorización previa a la realización de un espectáculo boxístico, con facultades de inspección y contralor, debiendo fijar normativa expresa respecto del local afectado, el ring y sus accesorios.

Una pulseada entre la razón y la pasión

Con tan escasa regulación, el boxeo resiste el paso del tiempo, en un combate en el cual la fascinación saca ventaja sobre la razón. Un costado sensible que en nuestro medio muchos han mamado desde niños con boxeadores de la talla de Carlos Monzón, Nicolino Locche, Ringo Bonavena o Víctor Galíndez.

Basta con recordar las palabras de Cortázar cuando, consultado sobre por qué le gustaba tanto el boxeo, dijo: «El porqué nunca me lo pregunté… Yo tenía nueve años y la pelea Dempsey-Firpo fue como una tragedia nacional que definió mi pasión por el boxeo. Leía todo lo que se publicaba sobre boxeo y escuchaba por radio las peleas más importantes».

El terreno de las piñas será siempre polémico. Habrá quienes encontraran en él un espectáculo sórdido y quienes, como el autor de «Rayuela», una confrontación plagada de estética.

En definitiva, el boxeo dará siempre letra para aquellos que entienden la vida como una constante sucesión de acontecimientos donde prima a veces la cabeza y otras veces el corazón.

Un continua pulseada entre la razón y la pasión.

(*) Abogado. Profesor nacional de Educación Física

marceloangriman@ciudad.com.ar

MARCELO ANTONIO ANGRIMAN (*)


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