Entre paisanos

Si bien se trata de un asunto de apariencia relativamente trivial -por desgracia, aquí las irregularidades burocráticas son comunes debido en buena medida a la ineficiencia extraordinaria de una administración pública politizada-, la causa en la cual está involucrado el sirio Monzer Al Kassar nos dice muchísimo sobre el estilo de gobernar y la mentalidad de Carlos Menem. Como es notorio, el ex presidente daba por descontado que el país formaba parte de su patrimonio personal y que por lo tanto le estaba permitido repartir favores y pequeños regalos, como pasaportes argentinos, entre sus familiares, amigos personales y también, claro está, los «paisanos» de Yabrud, el lugar en Siria desde el cual habían salido sus padres para hacer la América. El beneficiado más célebre de esta actitud acaso simpática -desde el punto de vista de los privilegiados, cuando menos-, pero totalmente reñida con la legalidad moderna, fue Al Kassar, el multimillonario traficante de armas que en el curso de su carrera se las ha arreglado para convertirse en blanco de las sospechas de la policía de una docena de países. Al Kassar está siendo procesado por «falsedad ideológica de documento público», aunque en su caso particular parecería que el responsable de acelerar una serie de trámites habitualmente engorrosos para conseguir con rapidez insólita la ciudadanía argentina no fue el sirio, sino el mismísimo presidente de la República.

Este episodio rocambolesco que ha readquirido actualidad a raíz de la visita reciente al país de Al Kassar -el cual, motivado es de suponer por el deseo de vengarse de alguna «traición» por parte de Menem, aceptó tratar de aclarar su situación ante el juez que entiende en la causa-, ha servido para echar una luz alarmante sobre la larga gestión del ex presidente. Es que un mandatario que ni siquiera intenta disimular su voluntad de ayudar a «amigos», pasando por alto las reglas que tienen que respetar los demás, no puede sino estimular la corrupción en gran escala. Aunque los negocios que llevó a cabo Al Kassar bajo la égida de su «paisano» resultaran ser totalmente limpios y el propio Menem no recibiera un solo centavo a cambio de su amabilidad, el ejemplo así brindado incidió forzosamente en la conducta de otros integrantes del gobierno. Si no existiera ningún otro indicio de corrupción durante el decenio menemista, la relación del presidente con Al Kassar sería de por sí suficiente como para hacer pensar que su gestión fue la más corrupta de la historia nacional, lo cual, si tomamos en cuenta los prontuarios acumulados por ciertos gobiernos anteriores, sería toda una hazaña. Puesto que sólo se trata de un episodio extraño entre miles, no cabe duda de que lo fue.

El caso de Al Kassar confirma que el estilo de Menem no se asemejó en absoluto al considerado apropiado para un país que aspiraba a figurar entre los más avanzados del mundo, pero sucede que durante diez años muchos de los representantes más encumbrados de la clase política se comportaron como si creyeran que las excentricidades presidenciales carecían de significancia. Si bien Menem fue el gran responsable de potenciar la cultura del amiguismo, no le faltaban cómplices. De haber estado los dirigentes -en primer lugar los peronistas- a la altura de sus propias pretensiones, no hubieran vacilado en informarle a Menem que incluso el presidente siempre tiene que actuar conforme a las reglas y que no le sería dado subordinarlas a sus preferencias personales. Pero, claro está, tan fuerte es la tradición caudillista que la mayoría de los dirigentes políticos nacionales no realizó esfuerzo alguno por hacer saber a Menem que, por ser la Argentina una democracia comprometida con el imperio de la ley, él también tendría que respetarla. Por el contrario, los más optaron por minimizar la importancia de sus excesos más evidentes, ya por «lealtad» partidaria, ya por temor a provocar una crisis constitucional, asegurando de este modo que el país se acostumbrara al código de conducta propio de hombres como Al Kassar, no al reivindicado en público por los dirigentes mismos.


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