«Se espantan los peces», la primera novela del cipoleño Matías de Rioja: amistad, divino tesoro

Matías De Rioja, psicólogo, docente y escritor, toma prestadas partes de su propia biografía para construir una ficción intensa y emotiva sobre el desarraigo, los fantasmas del pasado y una vida que no termina de arrancar hasta que todo comienza a tener sentido.

“Vine ayer. Vine hoy y probablemente venga toda la semana”, le dice Simón a su compañera de trabajo. Se lo dice a ella, pero también a sí mismo. Simón es un psicólogo que atiende pacientes oncológicos del servicio público de salud. Juan, el paciente en cuestión, un chico de apenas 14 años está complicado y Simón, por eso y por muchísimas cosas más, es que fue y seguirá yendo al Garrahan. Está decidido a prender fuego todos los manuales de ser necesario. Y lo será. Pero no sólo los manuales que leyó, estudió, rindió, aprobó para recibirse de psicólogo en la UBA él que era de Cipolletti. Todos los manuales estaba dispuesto a quemar, incluso, o acaso, sobre todo, los manuales de su propia vida.


Dos capítulos sabremos que Juan se recuperó, que logró vencer el cáncer que lo tenía acorralado y que está a unas pocas horas de volver a casa, luego de casi un año de internación en Buenos Aires. Y que, en un momento de la despedida, abrazados, Simón le dirá gracias a Juan. ¿Por qué? Las respuestas, porque son muchas, aparecen antes, durante y después de ese vertiginoso y emotivo capítulo en que Simón decide quemar los manuales, el más intenso y revelador capítulo de “Se espantan los peces” (Hojas del Sur), la primera novela de Matías De Rioja (Cipolletti, 1981), psicólogo, docente y escritor radicado desde hace años en Buenos Aires.
Autor de “Mufasa no debió morir (escritos por si acaso)” y los poemarios “Tal vez esperabas otra cosa” (2017), “La pausa del mundo” (2021) y “Después del viento” (2022), De Rioja se debía una novela. Venía escribiendo poesía, pero sentía que le estaba faltando una novela. “Soy sobre todo lector de novelas, la poesía me llegó después”, reconoce en una extensa charla con Río Negro. “Entonces salí a buscar esa novela y escribí un capítulo que está sobre el final de la novela y que era una especie de microrrelato a partir de una visita que hago a un paciente oncológico en el Garraham”.


Ese capítulo es un comienzo que a la vez contiene el final. Aunque es lo primero que De Rioja escribió, allí mismo comenzaba a suceder el final: Simón encontraba más de un sentido en aquella quema metafórica y a la vez práctica de todos sus manuales. Claro que había toda una novela que desarrollar y un personaje por conocer. ¿Quién era Simón y por qué aquel paciente iba a ser determinante?
El capítulo en cuestión tiene hasta otro tono, algo que se torna evidente en la lectura. Hasta entonces, Simón transitaba un derrotero de vida en caída libre. A partir de ese texto ciertamente disruptivos es que arma todo lo demás, hacia adelante y hacia atrás. Es cuando empieza a armar la historia: “Había que regular esa respiración, la novela no podías estar en ese vértigo todo el tiempo y ese fue un trabajo de escritura y reescritura permanente, fui armando los textos y los fui ubicando de acuerdo como se iban desarrollando los personajes y las situaciones”.
“A partir de ese texto empiezo a trabajar el arco narrativo sobre el trabajo de un psicólogo en un hospital público, porque esa era la idea para la novela”, revela De Rioja. “Después aparecieron diferentes capas narrativas. Tomé contacto con Luis Mey, que daba clínicas de novelas, yo estaba medio trabado y él me mandó a hacer lagartijas y flexiones de brazo (risas) Comienza a aparecer todo un desarrollo del personaje de Simón que le da cuerpo a la novela”.

La idea de los capítulos cortos es, primero, porque me salen así, hay algo muy epocal también que nos cuesta sostener 40 páginas seguidas con la cantidad de estímulos que tenemos».

Matías de Rioja


“Se espantan los peces” tiene fuertes lazos autobiográficos, empezando por la profesión del autor y el narrador: ambos son psicólogos de la salud pública. “El texto es parido a partir de la realidad, hay algo de lo biográfico que pare la ficción”, sostiene Matías. “Me gusta mucho una frase que dice que la realidad supera la ficción porque es su madre. Hay elementos autobiográficos en el personaje de Simón. Me servía que el autor le diera al narrador algunas experiencias para contar la historia, entonces elegí que sea en Cipolletti y porque la historia también tiene que ver con el desarraigo, un tipo que no se termina de hacer en Buenos Aires; a su vez hay algo que está roto con su pasado y comienza a buscar en aquellas historias como para entender su presente”.
La novela comenzó como una historia que, en principio, era mostrar el trabajo por fuera de la clínica tradicional, “una historia de un tipo que no tiene pacientes en un diván”, en palabras de su autor. “Después, cuando uno se sienta escribir, ese mismo proceso de escritura van generando textos, en este caso la historia de Simón, que la fui cruzando con cuestiones biográficas. Fue todo un trabajo de escritura donde se cruzaron lo biográfico y lo ficcional”.


Fue todo un trabajo de escritura en la que fue apareciendo Simón, también de retrospección. Fue entonces que ese texto inicial, emotivo, vertiginoso y ciertamente revelador fue movido hacia el final de la novela porque, revela De Rioja, “me parecía que a partir de ahí le sucede algo que cambia en ese arco narrativo, empieza a poder algo, un tipo que hasta ese momento no podía con nada, no podía con Buenos Aires y con su vida allí, no podía con sus relaciones afectivas, no podía con el alcohol, no podía llorar ni hablar, ni siquiera podía con su propio perro. Y para eso había que desarrollar la importancia de todo lo que no podía y de dónde venía todo ese no poder. Cuando reaparece ese pasado a partir de Peque, un amigo de la infancia es que el tipo empieza a entender un poco por qué está ahí”.

Acá fue un ejercicio de hilvanar esas pequeñas peripecias que fueron generando capítulos cortos porque hay una dinámica de lectura y escritura que a mí me funciona. Cada capítulo tiene su propia historia, son como pequeño cuentos”.

Matías de Rioja.


Como aquel primer microrrelato que fue lo primero que tuvo de la novela arrancaba en tiempo presente, con un Simón decidido a acompañar a su paciente el tiempo que fuera necesario, era necesario conocer a Simón, y en ese conocer a Simón, De Rioja escribió las historias cipoleñas de la niñez y adolescencia de Simón: “Empecé a escribir las historias que son varios capítulos seguidos. La idea de los capítulos cortos es, primero, porque me salen así, hay algo muy epocal también que nos cuesta sostener 40 páginas seguidas con la cantidad de estímulos que tenemos. Acá fue un ejercicio de hilvanar esas pequeñas peripecias que fueron generando capítulos cortos porque hay una dinámica de lectura y escritura que a mí me funciona. Cada capítulo tiene su propia historia, son como pequeño cuentos”.
El final de “Se espantan los peces” es tan interesante como su comienzo. La novela estuvo casi un año terminada, pero cuando De Rioja la estaba por mandar a imprimir, la releyó y se dio cuenta de que le faltaba algo. A Simón, no a la novela: le faltaba volver a Cipolletti, a la que nunca había regresado luego de irse a estudiar a Buenos Aires. Pero ese regreso no iba a ser tal si no regresaba una tarde al lago Quimey (trivia simple: ¿de qué lago se trata?). “Simón tenía que volver a Cipolletti”, afirma De Rioja. “Había algo del retorno como el viaje de Ulises, él tiene que volver”.


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