Final del juego

La imaginación ha perdido vigor. Ya es prehistoria la frase que la propulsaba al poder.

Hubo un tiempo en que Picasso, Neruda, Lacan y Borges estuvieron para contarlo. Raro privilegio. De una forma u otra se cruzaron sus caminos y todos nos vimos beneficiados por ello. Pero el juego ha terminado.

Hoy las buenas ideas y la creatividad son territorio vedado. Existen, sí, pero no salen a la luz. Sin apoyo fluyen por los subterráneos de las calles en donde brillan otros carteles. No podía ser más precisa la frase de Divididos al definirla como «La era de la boludez». Somos parte, querellante o no, del patético reinado de los talk shows, del mal gusto, del chiste burdo y de las torpezas más descabelladas convertidas en programas.

El orden de los factores ha sido trastrocado. Si Pancho Ibáñez es la encarnación televisiva de la cultura con un programa que premia el dato y no el saber, como dice, ¿quién es ese otro argentino, brillante, Mario Bunge? Hombre que también supo estar en televisión hace dos temporadas en un reportaje desperdiciado. Ni hablemos de Juan José Sebreli, ¿a qué altura de los tobillos le llega Borges, al rostro fashion que le ha encontrado la tevé al conocimiento?

Si Rodrigo es un genio musical, ¿en qué sitio ponemos a Piazzolla? ¿Y a Debussy? ¿Qué me dicen de Mozart?

Si Betina O»Conell tiene tiempo y espacio para hablar acerca de los entretelones de sus nulas condiciones actorales, ¿cómo podemos mirar a los ojos a Alfredo Alcón? ¿Existe alguna justificación para que un actor del tamaño de Miguel Angel Solá haya tenido que emigrar porque en su propio país pasaba hambre junto con su familia?

No se trata de transformar la televisión u otros medios masivos en versiones sonoras de las bibliotecas públicas o los museos. Pero tampoco podemos aceptar que todo es lo mismo. Hay gente que rehúye de las comparaciones porque éstas establecen prioridades y demuestran nuestra verdadera comprensión de las cosas. Comparar es válido. Una cosa es el respeto a lo ajeno, otra la negligencia.

El editorial del sábado pasado de «The Buenos Aires Herald» da justo en el centro de esta problemática: la banalización de nuestra cultura. Dice refiriéndose a la irreparable muerte del doctor René Favaloro: «Pero más allá de las circunstancias estrictamente financieras de la tragedia, algo más allá ha fallado aquí: la sociedad otrora vista como lugar donde la buena gente puede progresar a partir de humildes comienzos, y lograr grandes cosas, ha traicionado todas las expectativas. De esto tomaremos conciencia lentamente, y el dolor será tanto mayor y más prolongado al darnos cuenta de que ésta es una sociedad en la que los vivos en busca de enriquecerse rápidamente son los únicos héroes, tal como ocurre con los millonarios forjados en aras de lo trivial, lo frívolo, y de esta mentalidad de sexo y consumismo instalada firmemente durante la última década».

Se dice que nunca se leyó ni se escribió tanto como en esta época. Lo que aún no ha sido objeto de análisis serio es qué se lee y qué se escribe. Es una obviedad agregar que nuestra sociedad pasa por un mal momento.

Claudio Andrade


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