Guerras preventivas
Por Aleardo F. Laría
Cómo será la guerra contra Irak? Probablemente similar a las últimas guerras libradas por los Estados Unidos si nos referimos al uso de la nueva tecnología militar. Pero novedosa en su aspecto estratégico por las graves repercusiones que dejará en el orden jurídico internacional. Será la primera «guerra preventiva», inserta en la nueva estrategia de seguridad nacional que la Casa Blanca envió recientemente al Congreso norteamericano. Estados Unidos se atribuye por esta doctrina estratégica el derecho a lanzar ataques preventivos contra otros países u organizaciones si así lo aconseja su interés nacional, al margen de lo que dispongan las Naciones Unidas. El objetivo consistirá desde ahora en «identificar y destruir la amenaza antes de que se acerque», «incluso si hay dudas sobre el lugar y momento del ataque enemigo». Sin embargo, este derecho que se arrogan no podrá ser invocado por otros estados: «Las (restantes) naciones no deben utilizar la prevención como pretexto para la agresión». Estados Unidos tampoco permitirá que se reduzca su «inmensa ventaja militar» frente a las demás naciones. Ha obtenido una «victoria decisiva» y disfruta de «una fuerza e influencia sin precedentes en el mundo», lo que le permite aspirar a «extender los beneficios de la libertad a todo el orbe».
William Pfaff, estadounidense experto en política internacional y columnista habitual del International Herald Tribune, expuso sus impresiones sobre la nueva doctrina en una conferencia celebrada recientemente en la Casa de América en Madrid. Para Pfaff, Estados Unidos se erige en potencia dominante dispuesta no sólo a atacar a Irak, sino también en llevar a cabo un ambicioso proyecto de reconstrucción del mundo árabe, del mismo modo que se propuso reconstruir Europa tras la II Guerra Mundial. El presidente Bush, alentado por una corriente mesiánica interna del Partido Republicano, afecta la causa israelí, reclama el establecimiento de un nuevo sistema socio-político en Medio Oriente forzado por su intervención y con el acompañamiento de los países «democráticos» que acepten su liderazgo. Este programa culminaría con la anexión por Israel de los territorios palestinos y el reparto de las reservas petrolíferas de Irak como botín de guerra entre Estados Unidos y las naciones amigas que presten su respaldo. Para esta corriente fundamentalista dentro de la derecha neo-conservadora, que define ahora las prioridades de la política norteamericana, la humanidad es llevada al mal por dictadores corruptos, de modo que las intervenciones preventivas pretenden una liberación, más que una conquista. Esta visión atribuye a los Estados Unidos una misión que consiste en eliminar del mundo a los «estados perversos», que pueden depositar «tecnologías catastróficas en manos de unos pocos amargados». Para Pfaff este programa delirante, alentado por el grupo extremista de halcones que rodean a Bush, puede sufrir un súbito traspié cuando los ciudadanos estadounidenses comiencen a hacer el recuento de las vidas perdidas en campañas militares en el extranjero, como ya aconteció con Reagan en Líbano y con Clinton en Somalia. Declarar que el problema es «el mal» y situar al «terror» como enemigo, es enredarse en cuestiones más bien teológicas. Al terror, concluye Pfaff, no se lo puede atacar y sólo cabe actuar sobre sus causas.
Será en definitiva la dura realidad la que se encargue de develar las imprevisibles e inesperadas consecuencias que puedan derivarse del uso unilateral de la fuerza. Pero al menos ya es posible prever un efecto «colateral» debido al deletéreo efecto que la doctrina de las «intervenciones o guerras preventivas» seguramente tendrá en el derecho internacional. La Carta de las Naciones Unidas, firmada en San Francisco en 1945, es el intento más decidido para evitar el recurso al uso de la fuerza en las relaciones internacionales. Sus redactores declararon solemnemente que pretendían «preservar a las generaciones futuras del flagelo de la guerra, que por dos veces durante nuestra vida ha infligido a la humanidad sufrimientos indecibles». En consecuencia dejaron establecido que «los miembros de la Organización se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado». La Carta ha intentado así cerrar el paso a toda guerra, prohibiendo la amenaza y el uso de la fuerza con las únicas excepciones del uso de la legítima defensa y las decisiones que adopte el Consejo de Seguridad en ejercicio de las facultades del Capítulo VII. Obviamente, la legítima defensa consiste en las acciones dirigidas a repeler un ataque armado y no ampara acciones preventivas. Por otra parte, según la resolución 3.314/74 de la Asamblea de Naciones Unidas, «el bombardeo por las fuerzas armadas de un Estado del territorio de otro Estado, independientemente de que haya o no declaración de guerra, se caracteriza como acto de agresión». Según esa misma resolución, «la guerra de agresión es un crimen contra la paz internacional y origina responsabilidad internacional». Por consiguiente, la nueva doctrina militar de los Estados Unidos no sólo vulnera abiertamente la Carta de las Naciones Unidas, sino que supone una bomba de demolición colocada en los cimientos de la delicada y frágil arquitectura del derecho internacional.
No hace falta remarcar la trascendencia de esta grave ruptura del derecho internacional. Hace pocos días, se conocían las declaraciones del director general del FMI, Horst Köhler, quien auguraba unos beneficiosos efectos para la economía mundial si la guerra contra Irak no se prolonga excesivamente. Esas declaraciones venían precedidas de otras similares de Larry Kudlow, conocido analista de Wall Street, en las que postulaban que una invasión a Irak serviría para levantar el alicaído índice Dow Jones. Si las nuevas «guerras preventivas» lanzadas por los Estados Unidos permitirán cubrir objetivos tan variados como mejorar la economía mundial, subir los índices de la bolsa, garantizar el abastecimiento del petróleo, distraer a la opinión pública de unos escándalos corporativos o simplemente expandir el capitalismo, el futuro se presenta poco esperanzador.
La lista de «estados perversos» no es demasiado extensa, de manera que borrados del mapa esos gobiernos, pronto habría que pensar en nuevas incorporaciones. Para el historiador inglés Eric Hobsbawn, el punto de vista de los Estados Unidos es: «Vamos a luchar contra cualquiera al que nos parezca que podemos vencer». Eso significa, añadía Hobsbawn, exactamente lo que se acaba de leer. Cualquiera puede resultar elegido.
Cómo será la guerra contra Irak? Probablemente similar a las últimas guerras libradas por los Estados Unidos si nos referimos al uso de la nueva tecnología militar. Pero novedosa en su aspecto estratégico por las graves repercusiones que dejará en el orden jurídico internacional. Será la primera "guerra preventiva", inserta en la nueva estrategia de seguridad nacional que la Casa Blanca envió recientemente al Congreso norteamericano. Estados Unidos se atribuye por esta doctrina estratégica el derecho a lanzar ataques preventivos contra otros países u organizaciones si así lo aconseja su interés nacional, al margen de lo que dispongan las Naciones Unidas. El objetivo consistirá desde ahora en "identificar y destruir la amenaza antes de que se acerque", "incluso si hay dudas sobre el lugar y momento del ataque enemigo". Sin embargo, este derecho que se arrogan no podrá ser invocado por otros estados: "Las (restantes) naciones no deben utilizar la prevención como pretexto para la agresión". Estados Unidos tampoco permitirá que se reduzca su "inmensa ventaja militar" frente a las demás naciones. Ha obtenido una "victoria decisiva" y disfruta de "una fuerza e influencia sin precedentes en el mundo", lo que le permite aspirar a "extender los beneficios de la libertad a todo el orbe".
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