La actividad física en el ámbito laboral

Marcelo Antonio Angriman (*)

Según una proyección del Ministerio de Salud de la Nación, la cantidad de sedentarios alcanzará alrededor del 65% de la población argentina en el año 2016. La obesidad, la diabetes, los problemas cardíacos y el cáncer son las enfermedades más comunes a las que se expone una persona que lleva una vida signada por la quietud. Sobre la base de un estudio sobre el estilo de vida de más de 17.000 personas, científicos del Pennington Biomedical Research Center, en Louisiana (EE.UU.), determinaron que la gente que pasa la mayor parte de su tiempo sentada tiene un 54% más de posibilidades de morir de un infarto. Por eso, en el país del norte desembarcó la moda de trabajar de pie. Ya hay compañías como Google, Facebook, Chevron, Intel o Boeing que pusieron en sus oficinas escritorios altos. Sin embargo, ésta no parece haber sido la solución ya que los empleados que la probaron, luego de unos días de entusiasmo, se cansaron y evidenciaron otro tipo de síntomas. Así, la bipedestación permanente puede traer aparejados la aparición de várices, dolores de piernas, edemas y trastornos de columna. De allí que entre las nuevas tendencias empresariales se destaca el interés de los sectores de RR. HH. y salud ocupacional por proveer al empleado condiciones laborales agradables y, como consecuencia, mejorar su calidad de vida y capacidad productiva. Hoy en día, dentro del mismo ámbito laboral, se recomiendan pausas activas diarias con ejercicios de estiramiento, respiración, fortalecimiento y postura de entre 10 y 15 minutos. Resulta a su vez aconsejable esta práctica en virtud de evitar las lesiones por esfuerzo repetitivo (LER), la disminución de las dolencias osteo-musculares relacionadas al trabajo (DORT) y la mejora postural ante deficiencias ergonométricas. Si a cualquier persona que realiza actividad física se le recomienda elongar antes y después de un estímulo, cuanto más a aquel trabajador que realiza esfuerzos en frío o reitera movimientos sin una clara conciencia de su propia anatomía o de la kinesis en juego. En ciertos municipios se han enseñado ejercicios de calentamiento a recolectores de residuos y pausas de estiramiento a empleados administrativos. Otros de los objetivos a los que se apunta son: el cambio de la rutina del día a día, mejorar la predisposición y aumentar la concentración en el momento de realizar el trabajo. Algunas empresas, incluso, estimulan el uso frecuente de las escaleras, la instalación de espacios para guardar las bicicletas que transportan a sus dependientes, los masajes de silla (chair masagge) y el servicio de asistencia en actividad física para sus empleados. Sin embargo, cierto sector del empresariado es resistente a tales actividades por interpretar que de dicho modo se fomenta la dispersión y la falta de contracción laboral. Lo cierto es que para combatir eficientemente el sedentarismo se precisa no sólo de buenos hábitos laborales como los descriptos, sino de una acción combinada de éstos con una mínima actividad aeróbica regular (ejemplo: 30 minutos diarios de caminata) y alimentación saludable (ingesta de verduras, frutas, legumbres, carnes, bebidas y lácteos magros). El Estado y el perímetro abdominal Otro aspecto muy interesante del tema analizado es la intromisión de algunos Estados en la autonomía de la voluntad de las personas que trabajan, en general –sean empleados públicos o privados–. La cuestión alimenta, una vez más, el dilema de cuál es el límite del orden público y hasta qué punto el Estado se puede inmiscuir en cuestiones que naturalmente resultan de índole personal. Mientras que en nuestro país el tratamiento del problema no pasa de tímidas campañas que pretenden generar conciencia, en otras naciones se ha avanzado hasta límites insospechados. Así la “República Bolivariana” de Venezuela –cuando aún Hugo Chávez gozaba de buena salud– sancionó la ley Orgánica de la Actividad Física y el Deporte que declara, so pena de sanción a los empleadores, “obligatoria la práctica de la actividad física y deporte en el marco de la jornada laboral, con una frecuencia de media hora diaria, mínimo tres días por semana”. Para facilitar el cumplimiento de la disposición se determinó que todos los desarrollos urbanísticos debían contar con espacios para la actividad física y deportiva. Por otro lado, en Japón existe una ley que controla la obesidad de los trabajadores. A través de ella se establecen valores máximos abdominales: 89,9 centímetros para las mujeres y 85 centímetros para los varones. Las empresas rebeldes, que no obliguen a sus empleados a reducir el exceso de peso, serán penalizadas mediante contribuciones económicas al seguro nacional estatal. De hecho, las grandes firmas japonesas ofrecen diferentes regalos –electrodomésticos, viajes, etc.– a aquellos operarios que hayan logrado reducir su perímetro abdominal. Por su parte, los nipones excedidos en peso están obligados a poner remedio a su problema, en tres meses, por cuenta propia. Si al cabo de este período de tiempo los valores máximos de cintura siguen superando los marcados por la normativa, se les obligará –a su cargo– a mantener una dieta y a respetar los consejos de salud que les proporcionen los especialistas en nutrición. Una intervención tan a fondo del Estado puede resultar ajena a nuestras costumbres y principios democráticos. Mas habrá que pensar en medidas más contundentes a la hora de combatir la epidemia de sedentarismo que nos azota y el trabajo –donde una persona pasa gran parte de sus días– aparece como un lugar cada vez menos extraño desde el cual se le puede dar batalla. (*) Abogado. Profesor Nacional de Educación Física marceloangriman@ciudad.com.ar


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