La «dama del bandoneón» va a los barrios

Dorita Orengo se lanza a un nuevo desafío: enseñar lo que aprendió de oído

VIEDMA (AV)- Aprendió a tocar el bandoneón de oído y sola cuando no llegaba a los ocho años y mientras su familia vivía en el campo. Dorita Orengo está sumamente agradecida por ese don divino y no cobra sus actuaciones. Tuvo que luchar contra el «machismo» para imponerse. Ahora pretende enseñar en los barrios y a estudiantes universitarios.

El apego a ese desafío que le dio la vida se transformó en compulsivo. A medida que abre el fuelle comienza a aparecer el talento oculto. Primero «Anclado en París», de Barbieri y Enrique Cadícamo, el vals «Dos corazones», rancheras y luego las milongas. Interminable a la hora de friccionar el fuelle en el paño negro con bordado chino que le confeccionó una amiga para no gastarse las faldas.

Entre su repertorio hay poco de Piazzolla y de concierto. «Es que empecé a los 14 años animando bailes en yerras y señaladas», se explica.

El rumbo lo marcó solita. Mientras acaricia el bandoneón cual si fuera un felino cuenta que a los seis años y a escondidas para que su madre no la retara porque según pregonaba «era cosa de hombres», ya aporreaba el acordeón de ocho bajos conocido como la «verdulera» heredando ciertos genes de los Linares, su familia materna.

Su padre se mostró más proclive a no frustrarla. Destaca que «un día vino a Viedma y me compró un bandoneón de estudio y para mí fue como si hubiera tocado el cielo con las manos».

Recuerda que luego de vencer algunas barreras «en mi casa del campo ni siquiera había vitrola, el tango que escuchaba por la radio, me lo tenía que grabar para volcarlo después en el instrumento, fue una larga lucha. Me encerraba en mi «piecita» a la tres de la tarde y salía de noche. Me daba cuenta del tiempo que había transcurrido cuando me agotaba, pues llevaba cinco horas sacando temas sin que nadie me enseñe. Por eso nunca cobro para tocar porque que para mí fue un regalo de Dios. Conozco mucha gente que tiene bandoneón, nunca estudió y tampoco aprendió».

Cuando Dorita cumplió 16 le ofrecieron formación musical pero su madre no quiso saber nada. «Cuidadito -me dijo-, qué es eso de estudiar con hombres…». Siguió adelante aunque durante su primer matrimonio se pasó 20 años sin tocar y con el bandoneón escondido en el placard. Lamentó que en ese tiempo «ni siquiera me salía «Palomita Blanca», pero un día ya enviudada mi hija Lilián me animó y aquí estoy de vuelta».

El trampolín fue su ligazón con el campo. Unos amigos la llamaron para que animara una fiesta en la capilla de Cristo Rey, del paraje Zanjón de Oyuela, cercano a Viedma. Después vinieron los años de la Peña Virulazo.

La sensibilidad y la fibra que le pone, se nota con la milonga «Lo que vale una mujer». Una definición que le cabe es como si fuera de «sangre caliente». Ella misma dice que «hay que tocar con el alma», porque «yo no podría hacer las cosas fríamente en la música».

Cuando el violinista santiagueño Sixto Palavecino visitó Carmen de Patagones la miró como «bicho raro». Pero ni bien bajó del escenario de la Fiesta del 7 de Marzo se acercó a felicitarla por haber encontrado un «fuelle festivo» que toca tango para bailar. «Prometió que la mandaría a aprender a su mujer», afirmó Dorita denotando su inapagable sentido del humor.

Sabe bien que la principal referente del género es la porteña Paquita Bernardo sin embargo dice desconocer qué otras discípulas pueden seguirle en la región. Por lo pronto, lo único que le apasiona es afianzarse con el conjunto que fue naciendo en «Virulazo», y que integran Juan Grenz, Juan Di dío, Juan Mussi y la vocalista Mabel Luna.

Enrique Camino

Los maestros que le hicieron conocer las partituras

Dos personas marcaron un hito en su vida: el bandoneonista Roberto «Pichuquito» Scorolli y el violinista Carmelo Cambareri. Ambos le enseñaron a conocer las notas y leer partituras a pesar de su adultez. Hasta entonces la señora interpretaba los textos con cifras.

«Ahora «Pichuquito» me carga preguntándome como podía tocar «Derecho viejo» en la nota musical Mi Mayor. Me decía que era un desastre pero yo lo hacía bien», sostiene Dorita Orengo casi a las carcajadas.

Su tesón recibió como premio que Cambareri le dedique un fox trox de su autoría llamado «La dama del bandoneón», cuya letra lleva la pluma de Iban Bustamante. A su vez, el poeta Umberto Giovanini le dedicó un verso.

Como agradecimiento a tanto sostén, y a la posibilidad de que a Virulazo le cedan gratuitamente un espacio municipal ya quiere ofrecer algo en reciprocidad.

La idea es enseñarles a los chicos en la Junta Vecinal del Barrio Belgrano a modo de trueque, y hacer lo mismo con estudiantes de la Universidad Nacional del Comahue. Un verdadero desafío se plantea. (AV)


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