La desgarradora denuncia de Carolina Aguirre por violencia de género

La guionista reveló una traumática situación que vivió hace algunos años con quien fuera su pareja.

La exitosa guionista, ganadora del Martín Fierro en repetidas ocasiones, Carolina Aguirre, relató hoy en su columna de La Nación la pesadilla que vivió por su pareja que la torturaba psicológica y físicamente.

Aguirre creó personajes en Guapas, Farsantes, Ciega a citas y Signos, entre otras y hoy cuenta un infierno que no es ficción.

Hace dos meses les dije a mis amigas que ya estaba lista para escribir sobre esto, pero que me daba miedo: «¿Y si manda mis fotos a todos lados, si inventa cosas sobre mí, si se aparece en mi casa de noche?” «¿Y si todos chusmean sobre mi vida, si se burlan, si me dejan mensajes feos?” Entonces Jesica Lamonica Lima me respondió: “Vos no pienses en eso. Vos escribí lo que tengas que escribir, y lo que venga después lo atravesaremos juntas, como siempre”. Y yo le hice caso, no pensé en nada. Solo escribí esto que van a leer hoy. Esta, Colombia, es la ultima columna de “Mi vida como guionista” en La Nacion revista. Es larga, pero es de las cosas más hermosas que escribí en mi vida y al final dice lo más importante que tengo para decir sobre mi oficio. Cualquiera que me haya leído sabrá que tuve algunas columnas mejores, otras peores, pero nadie podrá decir que no dejo todo cuando escribo. No me importa humillarme, abrirme al medio, sentir miedo, tirarme al vacío, o perder toda dignidad para contar lo que tengo para contar. Jamás escribí para lucirme o para estar a salvo. No iba a empezar justo ahora que termino.

Una foto publicada por Carolina Aguirre (@aguirrecaro) el

Fragmentos de la carta: “Colombia, o cómo volver a casa después del infierno”

Lo único que sé sobre Colombia es que hacen mis telenovelas preferidas y que es un país violento. (…)

Viajo con mi novio. Estamos juntos hace cuatro o cinco meses y la relación está en su peor momento. (…)

Llora y me jura que soy el amor de su vida, me muestra el whatsapp, me da la clave del celular, me ofrece casamiento. (…)

Llegamos a Colombia y es tal cual lo describieron. (…) Él trabaja todo el día y yo doy vueltas por la ciudad buscando qué más puedo comprar hasta que sean las seis y nos encontremos de nuevo. Ese día hay un partido de Argentina y él quiere verlo en un bar. Yo me aburro mientras él le grita al televisor y tuitea estupideces. Me pregunto de nuevo qué hago con él. No entiendo por qué no estoy en mi casa, escribiendo, cerca de mis amigos, con la vida que tenía antes de conocerlo. Lo miro y le digo que no soy feliz, así de la nada. Él sonríe tranquilo. Dice que yo estoy mal, pero que estamos enamorados y vamos a estar siempre juntos. Yo asiento mientras él me agarra el mentón y me besa. Después vuelve a mirar el partido.

A la noche hay una comida con colegas en la que sólo hago chistes cínicos. En el hotel me reclama mi desprecio (…) De repente, siento unas ganas de huir inexplicables. Lo quiero dejar ya mismo, no puedo esperar a volver a Buenos Aires, no sé por qué. En silencio agarro mi celular y busco un hotel cerca. Cuando lo encuentro, lo despierto y le digo que me quiero separar. Él me grita que es tarde y que me vaya a dormir. Yo me levanto de la cama y le digo que esta vez es en serio, que no puedo estar un minuto más al lado suyo. Él me arranca el celular de las manos y vuelve a gritarme que me vaya a la cama. Yo rompo en llanto y le digo que no soy feliz, que no lo amo más hace mucho tiempo, que quiero volver con mi exmarido. Cuando digo exmarido la cara se le deforma de odio. Me agarra del pelo y me grita que nunca nos vamos a separar, que antes de que lo deje y verme con otro me mata. Que en Colombia un sicario sale cincuenta mil pesos, que si quiere me hace matar ahora mismo. Yo me suelto y me río. ¿Un sicario? ¿Cincuenta mil pesos? ¿Por qué me habla como en un culebrón mal escrito? Mi risa en vez de relajarlo lo vuelve más loco. Yo lo ignoro y me voy a hacer la valija a la otra punta de la habitación. Nunca llego. Me agarra del brazo, me grita que a él no lo deja nadie y me arrastra hasta el baño y me empuja contra la pared. Siento mi espalda crujir contra los azulejos, dolorosa como un sable, y ahí entiendo que está hablando en serio. Son las tres de la mañana, estoy sola en un país donde no conozco a nadie, a siete mil kilometros de mi casa, y mi novio me está pegando.

En el baño me pega un cachetazo y me sigue sacudiendo. Corro a la habitacion, pero me tira al piso y me tapa la boca mientras me grita que me calle. Pataleo, lo empujo y trato de sacármelo de encima, pero no puedo moverlo ni un milímetro. Soy hermana de varones y nos hemos peleado de mano, pero hasta ese momento no sabía que los hombres tenían tanta fuerza. Estoy segura de que ninguna mujer lo sabe hasta que no tiene un manojo de dedos frios en la cara, hasta que no siente que si él cierra el puño un poco más te mata en serio. Me acuerdo de todas las veces que le dije a mi psiquiatra que él tenía algo raro y oscuro. De mis angustias supuestamente injustificadas. De las ganas de dejarlo todo el tiempo. Me duele la espalda y no puedo respirar, pero más me duele no haberme escuchado, no haber confiado en mí. Su mano me aprieta mas fuerte la cara y me retuerzo como una lombriz fuera de la tierra, sin aire. Soy un alarido mudo debajo de su cuerpo pesado y hostil. Por primera vez en la vida creo que me voy a morir. Dios mío, qué pena me da morir así. Pienso en todas las veces que me dijeron que Colombia era peligroso, en que me iban a robar, en que me iban a secuestrar, en que me iban a sacar toda la plata. Nadie se imaginó que Colombia era él. Nadie se imaginó que me iba a matar mi novio en la habitación de un hotel de lujo. Cuando siento que no doy más, toca la puerta la gente de seguridad. Lo muerdo y mi voz traspasa su mano gruesa y furiosa. La puerta se abre y entran dos hombres de traje con un handy. Él se asusta y me suelta. Avergonzado, se deshace en explicaciones mentirosas: que estábamos discutiendo, que mil disculpas, que es una pelea de pareja. Les digo a los guardias que no es cierto y que me está pegando, que por favor me esperen. Qué suaves sus excusas. Qué pequeño y débil parece ahora. Guardo mis cosas en bollos, busco mi billetera y mi pasaporte, y cierro la valija. Me tiemblan las manos. Yo, que nunca tengo miedo, estoy temblando como nunca temblé. Él me suplica que me quede y hablemos. Yo no lo miro, sólo les repito a los guardias que no se vayan, que me esperen, por favor. Ellos me dicen que me quede tranquila, que no se van a mover de ahí. Ahora tiembla él. (…)

Por momentos la vida es como un acordeón que se pliega y los recuerdos se meten adentro, invisibles. Si quiero, me olvido de Colombia para siempre. Nunca pasó. Hago como si nada, sigo con mi vida, vuelvo a ser feliz. Sólo a la noche en silencio me arrasa un pensamiento recurrente. ¿Por qué yo? ¿Por qué me pasó esto a mí? A mí, que siempre fui fuerte, inteligente, independiente. A mí, que soy tan arisca y desconfiada. A mí, que acabo de escribir un programa sobre mujeres y violencia de género. A mí, que me subí a recibir el Martin Fierro con el cartel de Ni una menos. A mí, que soy feminista. A mí, que tengo una carrera, que soy exitosa en lo que hago, que les cuento todo a mis amigas, que hice terapia quince años. A mí, que leí tantos libros. A mí, que siempre tuve parejas que me amaron tanto, que tuve el matrimonio perfecto, que soy amiga de todos mis exnovios. ¿Por qué yo? ¿Cómo me pasó esto a mí?

Con horror, me doy cuenta de que esta pregunta despierta la fiera machista que duerme dentro de mí. (…)

Me pega porque vivimos en una sociedad machista que les enseña a los hombres que las mujeres somos una cosa y las cosas no hacen valijas, no se van a las tres de la mañana, no deciden que no te aman más. Me pega porque es el último recurso que le queda cuando toda su manipulación y sus falsos gestos de amor fracasaron. Me pega porque sabe lo que todos murmuran: que es poca cosa para mí. Me pega porque puede, porque desde hace años hay hombres que les pegan, violan o prenden fuego impunemente a las mujeres que les dicen que no. Pero por sobre todas las cosas me pega porque además de mujer soy guionista, y no hay nada que me importe más que escribir. Y sabe que, a no ser que esa noche me mate, apenas esté lista, escribiré también sobre esto.


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