Lacan: cuando el psicoanálisis volvió a ser

En la década del noventa fue el genio que propuso un retorno a Freud.Fue un hombre extravagante, una estrella popular y sus seminarios casi recitales.

El 1 de setiembre de 1909, Freud llega a Nueva York, para dar una serie de conferencias, invitado por la Clark University de Worcester.

Cuando desde la cubierta del barco divisa el puerto de Nueva York, y la célebre estatua de la Libertad, le comenta a Jung, su acompañante: «No saben que le traemos la peste».

Curiosa frase en boca del creador del Psicoanálisis, en esos años era una novedad la propuesta de la cura de las enfermedades psíquicas a través de la palabra, sin embargo Freud dice que es portador de un «virus», sentencia inquietante pronunciada frente a la estatua que supuestamente ilumina al mundo.

Hay un brillo perturbador en esta frase, Freud, al modo de un ambicioso colonizador, se propone conquistar América, munido de una teoría de la que se desprende una nueva forma terapéutica, pero que paradójicamente no promete ninguna felicidad, apenas el trueque, según sus palabras, del «sufrimiento neurótico, por las penurias de la vida cotidiana».Pero Freud, quién pensaba vencer la potencia de esa gran nación, quedó atrapado en la trampa de su propia audacia. Fueron los Estados Unidos quienes trajeron la peste al Psicoanálisis.

Lo Inconsciente es el gran descubrimiento freudiano, ese territorio desconocido para el Yo del sujeto, al que Freud se animó a explorar venciendo no solo las resistencias de la sociedad vienesa, férreamente cerrada detrás de la moral victoriana, sino también sus propios prejuicios de «buen burgués».

Lo que encuentra es el gran drama, el gran escándalo de la humanidad, al que en recuerdo de la tragedia antigua ha dado el nombre de Complejo de Edipo. Otros, es posible creerlo, habían llegado antes que él a esa frontera prohibida, pero aterrorizados habían desandado el camino, mientras que él solo, sin ayuda ni confirmación exterior vence el horror de su descubrimiento al precio de una lucha interior sobre la cual ha guardado silencio, y decide continuar.

Comienza entonces a escuchar(se) los sentimientos hostiles hacia el padre, la ternura incestuosa para con la madre, amor y muerte entrelazados en un sujeto encadenado neuróticamente a sus propios deseos. No es sin dificultades que Freud acepta sus escandalosos hallazgos. Sus hábitos de pensamiento, su carácter, su moral puritana, todo debía empujarlo a rechazar su propio hallazgo y a no creer en la evidencia. Su reticencia a divulgar el secreto del territorio inexplorado donde acaba de penetrar es tal, que suele citar con predilección dos versos del Fausto de Goethe: «Lo mejor de lo que puedes saber / no irás a contarlo a esos tunantes».

Freud sabía que sus descubrimientos no podían ser fácilmente aceptados, incluso por sus propios discípulos con quienes tuvo frecuentes discusiones, y padeció agrias escisiones (Jung y Adler las más notables).

En las llamadas segunda y tercera generación de analistas posteriores a Freud, la teoría psicoanalítica se fue degradando, producto sobre todo de la poderosa influencia de los analistas norteamericanos sobre la IPA (sigla de la Asociación Psicoanalítica Internacional, creada por Freud). La llamada «escuela del Yo» americana, proponía trabajar con las supuestas «áreas libres del Yo, las zonas sin conflictos del sujeto», con lo cual se descentraba el Inconsciente, que pasaba a ser considerado un obstáculo para el trabajo terapéutico, y consecuentemente se desexualiza la teoría, perdiendo también el analista el carácter de «pantalla proyectiva» que proponía Freud, para pasar a ocupar el lugar del Ideal, (del Amo, dirá después Lacan) ofreciéndose como figura identificatoria para el paciente.

Es en este contexto donde Jacques Lacan hace su aparición en el escenario psicoanalítico en la década del ´50, proponiendo un «retorno a Freud».

Lacan, que provenía del campo de la psiquiatría, siempre hizo gala de una proverbial erudición, de tal modo que su propuesta es leer a Freud, pero no para hacer una mera repetición ecolálica, algo que Lacan jamás hizo con ningún autor, sino que armado de un bagaje conceptual que extraía de otras disciplinas, retomó los problemas en los que el genio de Freud no pudo ir mas allá que lo que el espíritu de la época se lo permitió; sus preguntas y sus impasses teóricos, tales como la estructura del Inconsciente, la sexualidad femenina, la función paterna, la angustia, y la problemática del fin del tratamiento, vuelven a ser trabajados: a la luz de la lingüística de Saussure y Jakobson afirma : «Lo Inconsciente está estructurado como un lenguaje», particular lectura de lo Inconsciente y de la lingüística. Partiendo de Hegel va a afirmar que » el deseo es el deseo de otro deseo» definición que mas allá de su aparente tautología, está indicando su no adscripción a ningún objeto en particular, ni siquiera el cuerpo del Otro, lo que se desea es obtener el deseo del Otro.

A su vez articula estos conceptos con el de «Simbólico» del antropólogo y también amigo personal Levi Strauss, para decir que existe una red simbólica, deseante, que pre-existe al sujeto, el deseo de los padres, que antecede a la llegada de un sujeto al mundo, y que lo ubica a éste en un linaje, condición «sine qua non» para su constitución como sujeto psíquico. Todo esto implica depurar a la teoría freudiana de sus fundamentos instintivistas o sociologistas, hay muchas lecturas posibles de la rica y extensa obra freudiana, se han realizado lecturas biologistas, psicologistas, y culturalistas, Lacan propone una lectura lenguajera.

De este modo abre las ventanas para airear al Psicoanálisis, sus interlocutores no son solo psicoanalistas, comparte discusiones y vida social con Althouser, Levi-Strauss, Heidegger, y Bataille entre otros.

Pone al psicoanálisis en relación con otras disciplinas, se pregunta por su vínculo con la ciencia, cuestiona los modos de transmisión, ubica al «deseo del analista» en el centro de la escena, como parte indisoluble de la transferencia y por lo tanto del Inconsciente, y su mayor «herejía» para el «establishment» psicoanalítico, propone cambiar los rígidos cánones técnicos de los tratamientos, trabajando con sesiones de duración variable.

Tanta heterodoxia se torna insoportable, sus continuos enfrentamientos con la IPA desembocan en su expulsión de la misma, junto a su compañera de ruta y amiga Francoise Dolto, en el año ´63.

Lacan se compara con Spinoza, filósofo del siglo XVII, acusado de ateo y excluido de la sinagoga, con lo cual asimila a la IPA con una iglesia, y los lazos que se establecen en su seno no se corresponden por lo tanto con los de una institución psicoanalítica, sino con los fenómenos de masa de instituciones rígidamente jerarquizadas, como la iglesia y el ejército, analizadas por Freud en «Psicología de las Masas». Al poco tiempo, acompañado por el grupo de mayor renombre en el psicoanálisis francés funda la Escuela Freudiana de París. La asistencia a sus seminarios, que los dictaba anualmente, primero con una frecuencia semanal y luego quincenal, crece rápidamente en número, no solo de psicoanalistas, sino también de filósofos, lingüistas, y hasta curiosos ávidos de escuchar su palabra, y debían llegar con mucha anticipación para encontrar asiento. Bajo su cabellera blanca, Lacan iba vestido de manera llamativa, a menudo con un traje violeta a grandes cuadros, que quizás ayudaba a sostener el efecto de fascinación que creaba en su auditorio; se había convertido no solo en un intelectual destacado de su época, sino también en un personaje, a veces extravagante, siempre original.

Al mismo tiempo crecía vertiginosamente el número de miembros de su escuela, de poco mas de cien al momento de su creación en 1964, pasó a tener seiscientos cincuenta en 1979. Lacan temía que aquello que él había criticado tan furiosamente en la IPA, la estructura religiosa, se volviera a repetir en su Escuela. Gennie Lemoine, alumna y supervisada suya, cuenta lo siguiente: «Recuerdo que una vez expresó: Hay analizantes que llegan a mi consultorio y que me vuelven a escupir mi heno sin ni siquiera haberlo comido. Eso lo ponía furioso, esa manera de volver a escupir…Lo que quería era que cada uno hiciera el mismo trabajo que él dentro de sus propias posibilidades…quería que cada uno fuera original. Tenía terror a sus seguidores.» En uno de sus últimos seminarios expresó: «Hagan como yo, no me imiten». Así como su modo de ser freudiano fue «poner a trabajar» la obra de Freud, pretendía que aquellos que se dijeran lacanianos hicieran lo mismo con su obra. Coherente hasta el final consigo mismo, ya viejo y enfermo, poco tiempo antes de su muerte, decide disolver la Escuela, y fundar una nueva, con menos miembros y diferente estructura. Siguiendo el modo particular en que Lacan se expresaba, podríamos decir con él : di-solución.

Su vida se apaga, en lo que iba a ser una de sus últimas apariciones públicas, en julio de 1980, realiza su único viaje a América Latina, para un Congreso en Caracas, que debió realizarse en Buenos Aires, lugar donde el lacanismo ya había alcanzado un desarrollo considerable, pero la presencia de la dictadura militar aleja a Lacan de estas tierras, teme que su presencia aquí, sea usada por el gobierno como un aval al mismo.

Lo mueve una curiosidad: «Quiero conocer a esos Lacanoamericanos que accedieron a mi palabra sin que mi presencia les hiciera pantalla»

Lo sepamos o no, los psicoanalistas tenemos una deuda con Lacan. Tanto aquellos que se criaron como analistas con su obra, como también lo que nos acercamos a ella siendo ya analistas. Su obra nos permitió re-encontrar el psicoanálisis y el entusiasmo para seguir intentando ese imposible que es psicoanalizar.

«Partir de los decires del sujeto para regresar a ellos», dice Lacan. Freud nos había enseñado que el Inconsciente habla, a su manera, con su sintaxis, solo hay que escucharlo. Se trata solo de palabras, pero los analistas habían equivocado el camino, y se habían convertido en buceadores de supuestas profundidades : «en el fondo lo que Ud. me quiere decir es…». Se desconocía así el descubrimiento que había fundado el psicoanálisis, esa desconcertante química de las palabras que constituyen al sujeto. Quién recorra honestamente los textos de Lacan confirmará que su obra concierne a los pilares sobre los que se asienta el psicoanálisis. Es un ejercicio difícil, es cierto, lleva su tiempo y da mucho trabajo. Pero no es un divertimento teórico alejado de la clínica y de la práctica cotidiana, como muchos, sin haberlo leído, creen y hacen creer.

-¿Quién fue Lacan?

-Un psicoanalista que fue muy lejos en su deseo de interrogar a Freud, de cuestionar donde hizo falta al psicoanálisis, y que al hacerlo interpeló a los discursos contemporáneos, hasta los límites mismos de lo imposible del decir y escribir.

Rubén Szerman

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