Mega-producto turístico Patagonia-Antártida

Por Antonio Torrejón

La integración secuencial de tres productos convocantes de la Patagonia, a partir del vértice que constituye la comarca de Península Valdés, completando el triángulo geográfico con las homogéneas unidades comarcales de Los Glaciares y Ushuaia, nos lleva a proyectar y contribuir con el objeto de aportar a la potenciación innovadora del producto menos movilizado de la región, la Patagonia austral.

La idea de dinamizar y proyectar este imponente escenario, con un moderno marketing estratégico, nos hace reforzar la necesidad de integración de esta competitiva propuesta para el planeta en un extraordinario hiperproducto: Patagonia-Antártida.

Reseñando en pocos trazos estos esfuerzos o intentos, también turísticos, debemos recordar que a partir de la misión científico-turística cumplida por el transporte nacional «Pampa» en 1933 a los mares antárticos, y repetida con más asiduidad desde 1958, por barcos de Transportes Navales y ELMA.

De esta manera, el gobierno argentino descubrió una nueva forma de acumular créditos conducentes que revalidan nuestros títulos en las tierras antárticas, llevando a protagonistas directos y turistas, además del personal científico, técnico y dotaciones a que articulan el programa antártico argentino.

Los viajeros que incorporan el conocimiento de la costa patagónica y las tierras adyacentes al polo sur, ratifican la presencia argentina en el extremo austral de América a través de una actividad prevista y permitida por el Tratado Antártico, viviendo esta inolvidable experiencia aportando al ejercicio de soberanía de la «celeste y blanca».

Vía el consumo turístico, este sector de uso terciario, además un vital aporte al país, contribuye en forma creciente hasta «autofinanciar» dichas estrategias, lo que permite seguir sumando créditos y lograr un adecuado desarrollo de logística.

Por escala económica y principalmente por el respeto a la letra y espíritu del Tratado Antártico, la Argentina no puede intensificar otras acciones que las realizadas por vía de la investigación científica y el turismo sustentable.

Esto obligó, ya desde la entrada en vigencia del Tratado Antártico, a pensar en lo que hoy es un moderno impulsor económico, la actividad turística.

Desde su corredor turístico austral y a través de aeropuertos y puertos con calificados y seguros equipamientos, nuestra Patagonia se ha consolidado como cabecera de puente natural, antesala o trampolín al continente blanco, desde donde opera la mayoría del centenar de cruceros que cruza el paso del Drake para disfrutar de los espectaculares e inéditos paisajes antárticos, resultando hoy Ushuaia, en su tráfico turístico de mar, una cosmopolita recalada con perfiles mediterráneos.

Los viajeros del mundo que, para desplazarse en busca de atractivos existentes sobre la larga distancia (el caso de nosotros, para los países centrales), requieren hoy un par de semanas diferentes a partir de productos «inéditos para el mundo», tienen en el cono sur de América en su continuidad a la cercana Antártida, las nuevas reservas para el «asombro».

Comenzando por el sistema natural-turístico de la Península de Valdés (el mayor zoológico continental-natural del planeta en mamíferos marinos), «Patrimonio Natural de la Humanidad» (UNESCO-1999).

Continuando por el Parque Nacional los Glaciares, de igual calificación por la UNESCO desde 1981, que, fuera de los círculos polares, no tiene el planeta esta dimensión viva de hielos continentales.

De allí a la ciudad de Ushuaia, la más «Austral del Mundo», con su conjunción de hielos que caen al mar, en los verdes Canales Fueguinos, pasando en pocas horas por el cruce de Drake, para vivir las sensaciones del exclusivo continente blanco.

La historia nos enseña que es suicida pretender que nos respeten derechos, sin un ejercicio creciente de uso racional y sostenible de lo nuestro.

A lo largo de los tiempos, la ambición humana ha generado constantes mutaciones en el diseño de la geografía política mundial debido a las necesidades de subsistencia, a la codicia o al poder.

La actitud de países «centrales» históricamente en la Antártida han mostrado tal ambición, no carente de visión.

Esto nos obliga a seguir consolidando nuestros derechos, potenciando por los medios y las acciones a nuestro alcance.

Vivimos con el ineludible convencimiento de que en la latitud antártica, con nuestra participación o sin ella, se seguirá generando un creciente aprovechamiento. La Argentina y Chile, desde el extremo patagónico, al estar a menos de la mitad de distancia del continente blanco (sólo 1.000 km) que los países de Oceanía (2.300 km), avanzaremos con la ventaja de una alta competitividad (precio, tiempo y la secuencia de alta jerarquía y exclusividad que aporta la Patagonia).


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