No pasarán…

DEBATES

Weyland define de “improbable” que el populismo K destruya la democracia argentina. Y en consecuencia devenga en un régimen autoritario propio de lo que encuadra como “populismo radical”. Entiéndase: el populismo que gobierna en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua.

“En esos países -señala-, la confrontación y polarización son profundas. Con sus actitudes combativas, los líderes plebiscitarios de esos países han conseguido movilizar un movimiento de masas bastante amplio y firme”. Weyland conceptúa -en términos de “felizmente”- que la democracia argentina “tiene una capacidad de resistencia mucho mayor” que la imperante en aquellas naciones de “populismo radical”.

En línea a este convencimiento, pasa minuciosa revista a las causas por las cuales el kirchnerismo tiene acotado un eventual tránsito hacia el “populismo radical”. Computa -por caso- la derrota de Cristina en las maniobras destinadas a reformar la Constitución nacional en procura de la reelección. Y acota, incluso, que “las demandas desatendidas -principalmente la inflación y la inseguridad ciudadana- no se prestan a promesas de populismo kirchnerista, sino a una alternativa potencial de derecha”, sostiene.

“Por eso, el populismo de la presidenta tiene una base política mucho más débil que la que tenían Hugo Chávez y sus compañeros cuando se lanzaron hacia la eliminación de los frenos y contrapesos institucionales, la marginación de la oposición, la erosión de las elecciones libres y competitivas y, finalmente, la estrangulación de la democracia. En la Argentina este escenario no va a prosperar”, concluye Weyland.