Obama II

Redacción

Por Redacción

Hace cuatro años, el inicio del primer mandato del presidente norteamericano Barack Obama fue un hito histórico emocionante por motivos exclusivamente raciales. Para sus compatriotas, su elección significó que por fin dejaban atrás siglos signados por una obsesión malsana con el color de la piel de las distintas personas y la negativa a tomar en cuenta características mucho más importantes. Aunque el hecho de que el “hombre más poderoso del mundo” sea un mulato sigue incidiendo en las actitudes hacia él de algunos blancos y de muchos negros que lo apoyan por razones de solidaridad étnica, el comienzo del segundo mandato carecía de la simbología portentosa que hizo tan memorable el del primero. Puesto que en Estados Unidos la re-reelección ya no constituye una alternativa concebible, Obama estará pensando en su lugar en los libros de historia. Quiere ser recordado por algo más que su origen un tanto exótico como hijo de un keniata andariego y una antropóloga de Kansas, un hombre que, para más señas, pasó parte de su juventud en Indonesia donde asistió a un colegio musulmán. En el discurso que pronunció ante una muchedumbre de aproximadamente 800.000 –menos de la mitad de la multitud impresionante que celebró la inauguración de 2009–, Obama pidió a sus compatriotas poner fin a las divisiones internas, insistió en que la recuperación económica cobraba fuerza, habló de la necesidad de dar una bienvenida a los inmigrantes y de superar los prejuicios en contra de “nuestros hermanos y hermanas homosexuales”, se declaró resuelto a luchar contra el cambio climático y se comprometió a usar el poder militar de su país de manera responsable, afirmando que “la década de guerra ya terminó”. Aunque los objetivos que Obama se ha propuesto sean dignos, alcanzarlos no será del todo fácil. Si bien se ha reanudado el crecimiento económico y el aprovechamiento de fuentes no convencionales de gas y petróleo posibilitará la independencia energética en los años próximos, una deuda difícilmente sostenible sigue planteando el peligro de una nueva recesión. Por lo demás, ya se habrá dado cuenta de que, de por sí, el crecimiento no genera nuevos empleos en cantidades suficientes para desocupados de nivel educativo inadecuado. En cuanto a las divisiones internas, se deben a mucho más que la oposición rencorosa de un puñado de dirigentes republicanos a la política impositiva del gobierno que un par de semanas antes había puesto a la economía más grande del planeta al borde del “abismo fiscal”. En los años últimos, se ha ampliado la brecha cultural entre la alianza de progresistas y “minorías” étnicas y hasta sexuales que domina el Partido Demócrata y los millones de norteamericanos que sienten que su país está alejándose con rapidez de sus valores tradicionales. A juicio de éstos, Obama sigue siendo un activista de ideas socialistas parecidas a las que, dicen, están detrás de la crisis gravísima que está sufriendo buena parte de Europa. Exageran, puesto que, según los criterios vigentes en otras latitudes, Obama es a lo sumo un centrista, pero sería un error subestimar la importancia de tales sentimientos. La voluntad de Obama de poner fin al intervencionismo en el “gran Oriente Medio” no es motivo de mucha inquietud; luego de las campañas largas y, a juzgar por los resultados, infructuosas en Irak y Afganistán, no sólo los demócratas sino también muchos republicanos están a favor de un repliegue aislacionista, pero, mal que les pese, una superpotencia como Estados Unidos no podrá lavarse las manos de los problemas internacionales. Cuando George W. Bush comenzaba su primer período en la Casa Blanca, quería concentrarse en los asuntos domésticos: el ataque islamista contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono en Washington lo obligó a dar prioridad a lo que llamó “la guerra contra el terror”. Pues bien, en vísperas de la inauguración del segundo mandato de Obama, en Argelia un grupo de fanáticos vinculados con Al Qaeda se las arregló para recordarle que el islamismo militante sigue planteando una amenaza a los intereses no sólo de Europa sino también de Estados Unidos. Asimismo, si la retirada de las fuerzas norteamericanas de Afganistán significa el regreso al poder de los talibanes, Obama se verá acusado de haberlo permitido, lo que acaso sería injusto pero que no podría sino perjudicarlo.


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