La silueta de las palabras

Carlos Moguillansky *


Desde siempre las personas copiamos y creamos. Representamos al mundo y a nosotros mismos. Buscamos plasmar en imágenes, en palabras, en objetos, en músicas y en danzas lo que comprendemos. La cueva de las manos del río Pinturas, en la Provincia de Santa Cruz, muestra imágenes de las manos de los tehuelches impresas hace once mil años. Ellos llenaron un hueso con pintura y soplaron un aerosol sobre su mano. Al sacarla, quedó en la roca la silueta en negativo de su sombra. La curiosa maniobra puso en acto que la representación está en vez del objeto que muestra, allí donde él se ausenta. No vemos los objetos; las imágenes y las palabras son la silueta en negativo de lo que muestran.

Esas figuras adquirieron un valor mágico. Durante miles de años la cueva fue un lugar de peregrinación para ese pueblo. Así conjuraron a sus dioses y a los guanacos y choiques que cazaban. Paulatinamente, sus imágenes se estilizaron, formaron espirales, triángulos y figuras abstractas que recuerdan a Kandinsky. Es curioso que culturas tan distintas apelen a los mismos recursos para dar palabra y representar su mundo.

Las representaciones se tiñen con nuestra propia cosecha. Les agregamos lo que sentimos y lo que inventamos. Las palabras y sus primos, los números, son los recursos más sofisticados que tenemos para definir lo que comprendimos. Con ellas, con ellos, nos contamos lo que sentimos, vivimos, amamos, lo que irritó nuestros sentidos y lo maravilloso que experimentamos cada vez que nos hemos sentido vivos, en un mundo lleno de sorpresas.

Las palabras sirven para decir la verdad, aunque muchos las usen para mentir. Algunos acarician con las palabras y otros las usan para dañar. Amamos y odiamos. Deseamos entender quiénes somos y cómo son los que nos rodean. Estas acciones van y vienen. Usamos las palabras o, en todo caso, ellas son el modo más complejo que tenemos para decirnos quiénes somos y qué nos pasa.

No es sencillo acceder a las palabras. Muchos no saben qué hacer con ellas. En todo caso, nos maravilla ver a quienes sí saben hacerlo y nos ayudan a descubrirlas. Con ellas aprendemos a nombrar lo que creíamos que no existía, lo que no sabemos escuchar, tocar, oler, admirar. En ese camino gritamos, hacemos caras, movemos las manos, saltamos, bailamos.

Buscamos contar lo que nos maravilló, nos asustó o nos sorprendió. Como los niños, usamos lo que tenemos a la mano para decirnos lo que vivimos. Y, al igual que los viajeros, nos contamos nuestras aventuras. Nuestra curiosidad por las palabras nos lleva a preguntar que fue lo que ese viajero conoció, pero también queremos saber qué matices agregó de su propia imaginación. Así, viajamos con las palabras y ellas nos enseñan otros paisajes y otras maneras de ver al mundo.

Desde las cuevas de las manos hasta las palabras que titilan en una pantalla digital pasó mucho tiempo y se transformó nuestra relación con los relatos. Sin embargo, nos queda la misma inquietud por compartir lo que vivimos. Embadurnamos nuestras manos en pintura y con ellas decoramos una cueva. O dibujamos un animal que cazamos. O que tememos. O modelamos el cuerpo de una mujer.

Esas fueron las maneras de nuestros ancestros de soñar despiertos, de jugar con las imágenes, de contar lo que vieron, vivieron, imaginaron. Esas fueron sus primeras maneras de encontrar una palabra que comunicara eso. Nos despierta curiosidad saber que ellos quisieron plasmar en esas manos el descubrimiento de las primeras palabras. Sus manos son las nuestras. Sus imágenes y sus memorias son nuestros relatos.

Ellos tuvieron la misma necesidad que yo encuentro al escribir y usted al leer. Quizás algún día, alguien remoto del futuro vislumbre estas palabras como un raro indicio de lo que en esos días sea su modo familiar de comunicar. No lo sabremos. La historia es eso, es un encadenado relato de sucesos dispersos, que alguien junta en un futuro sobre un pasado ignorado. En el medio, las palabras, a veces intraducibles, esperan que una incierta Piedra de la Roseta ofrezca la traducción posible de sus significados.

* Psicoanalista de APdeBA


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