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Milei y los periodistas

¿Le conviene al presidente figurar como un enemigo jurado de la libertad de expresión, que quiere ver hundirse los medios que se animan a criticarlo?

La política no es para hipersensibles. Es para gente de piel muy dura. En sociedades democráticas, los practicantes del oficio tienen que acostumbrarse a ser blancos de críticas aún cuando lo que algunos dicen de ellos les parezca terriblemente injusto. Pronto aprenden que es mejor sonreír que protestar. Afirmarse víctima de una campaña de prensa orquestada por enemigos inescrupulosos entraña el riesgo de caer en el ridículo y, lo que podría ser peor, de llamar la atención a pequeños detalles que de otro modo pasarían desapercibidos.

Dijo una vez el entonces presidente norteamericano Harry Truman, “Si no soportas el calor, sal de la cocina”, pero los hay que creen que sería mejor solucionar el problema expulsando a quienes se nieguen a aplaudir al cocinero so pretexto de que necesita trabajar sin tener que preocuparse por los reparos de periodistas que quieren saber más sobre lo que está haciendo.

Aunque Javier Milei no se haya propuesto emular a mandatarios que silenciaron a comentaristas insolentes que no les gustaban, a menudo habla como si fantasearon con hacerlo. No vacila en calificar de “imbéciles”, “mentirosos”, “despreciables” y, para rematar, hasta “cómplices de Sergio Massa” a aquellos escribidores y personalidades televisivas que lo han molestado.

Que el presidente sea un personaje irascible que cada tanto estalla de furia por motivos que a otros parecen insignificantes no es ninguna novedad. ¿Lo perjudica tal propensión? Para nada; hasta ahora por lo menos, ha sido una parte valiosa de su imagen pública. Será que, en un país en que se cuentan por millones los hombres y mujeres que, por razones que son dolorosamente evidentes, están muy pero muy enojados, saber que el jefe de Estado comparte sus sentimientos puede servir para asegurarle su apoyo.

Si están en lo cierto las encuestas de opinión que aseguran que mantiene el respaldo de la mitad de la población a pesar de haber puesto en marcha lo que él mismo dice es el ajuste fiscal más drástico de la historia humana, uno aún más severo que el sufrido por los griegos a mediados de la década pasada, ha sido de su interés brindar la impresión de estar permanentemente al borde de un ataque de nervios.

¿Le conviene a Milei figurar como un enemigo jurado de la libertad de expresión, un hombre que quiere ver hundirse los medios que se animan a criticar las medidas que está tomando o aluden a su en ocasiones extravagante conducta personal, además de cubrir de insultos fuertes a aquellos periodistas “ensobrados” que viven en “torres de marfil” desde las cuales le tiran dardos verbales?

En el corto plazo, puede que sí. En Estados Unidos, Donald Trump ha logrado hacer de la hostilidad febril hacia su persona de los medios periodísticos tradicionales más prestigiosos, el New York Times y el Washington Post, una carta de triunfo. Lo ayudan a mantener unida a una base de sustentación electoral conformada por quienes sienten que, cuando lo atacan por su vulgaridad y su negativa a respetar las reglas políticas no escritas, los dos diarios reflejan la arrogancia de elites supuestamente ilustradas que se imaginan moralmente superiores al hombre común.

Si bien en este ámbito como en tantos otros la Argentina es muy distinta de Estados Unidos, en ambos países abundan los convencidos de que la vieja clase gobernante, es decir todos los vinculados de un modo u otro con “la casta” que Milei suele vilipendiar, lo ha traicionado y que por lo tanto merece ser maltratada por guerreros culturales que quieren privarla de influencia.

Tal actitud sería comprensible si los periodistas que están en la mira de los libertarios fueran todos trotskistas o paladines nac&pop que buscan frenar el intento de racionalizar la alocada economía nacional, pero ocurre que, con escasas excepciones, son personas que aprueban “el rumbo” que ha elegido pero temen que, a causa de lo difícil que le es colaborar con quienes son reacios a postrarse ante él, termine fracasando, lo que tendría consecuencias nefastas para todos.

Es tentador atribuir la agresividad de Milei hacia el periodismo a un plan maquiavélico urdido por estrategas persuadidos de que todo movimiento político necesita contar con enemigos de carne y hueso. Es lo que piensan los convencidos de que el mileísmo tiene mucho en común con el kirchnerismo cuyos teóricos, inspirándose en académicos como Ernesto Laclau y, a través de él, el jurista alemán Carl Schmitt, un simpatizante de Adolf Hitler, subrayaron lo importante que era estar en contra de algo que sea fácilmente identificable.

Aunque Milei mismo se apasiona por los temas económicos, entenderá muy bien que, a menos que logre personificarlos, no servirán para conmover multitudes.


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