Palimpsestos: finales de novela

Datos

Los lectores de novelas suelen tener diferentes hábitos en el transcurso de la lectura. Así tenemos lectores que siguen el devenir de las páginas y no quieren asomarse a las que vendrán, quieren ir paso a paso nutriéndose lentamente de los acontecimientos narrados. Están también los ansiosos moderados, son esos que espían entre visillos cómo sigue la historia veinte o cuarenta páginas más adelante; o bien los ansiosos extremos a quienes les gana la impaciencia y le dan una mirada al final de la novela y luego realizan una lectura más “tranquila” porque ya saben cómo termina. Claro que muchas veces depende del género novelístico que uno frecuenta para formar determinados hábitos. Así entre los lectores del policial o de la novela de terror existe un pacto implícito de no anticipar nunca el desenlace.
Este gusto por la intriga, por el desconocimiento sobre el destino final de los personajes es propio de un género moderno como es la novela tal como la concebimos en la actualidad. Los contemporáneos de Esquilo, Sófocles o Eurípides no hubiesen tolerado un final sorprendente, ni que sus tragedias se apartasen demasiado de los mitos que les daban origen. El final lo conocían todos y lo consentían porque era restituir el orden del mundo que por un momento se había alterado.
Entre los finales de novelas el más extendido históricamente es el denominado final cerrado, ya que clausura la historia; el lector sabe qué paso con todos los personajes y cómo se resolvió el o los conflictos. No hay hilos sueltos. Estos finales suelen estar en novelas que tratan sagas familiares por ejemplo. Quién no recuerda el final de los Buendía: “ Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o de los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”.

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