Política y vacuna

En medio de la aceleración de la pandemia en el país (con fuerte suba de contagios y muertos) y los anuncios sobre la extensión del aislamiento, la noticia sobre la asociación entre el laboratorio Oxford y empresas tecnológicas de Argentina y México para elaborar una vacuna contra el coronavirus fue un bálsamo de optimismo. Sin embargo, la noticia debe tomarse con cautela, pues restan varios pasos claves, los riesgos son concretos y pasarán varios meses antes de lograr certezas sobre su efectividad y acceso.

Que una empresa argentina elabore la inmunización que desarrolla Oxford/AstraZeneca (una de las más avanzadas) es un reconocimiento a la capacidad científico-tecnológica nacional. Nuestro país y Brasil son los únicos en Latinoamérica en condiciones de fabricar vacunas, dadas las altísimas exigencias de infraestructura y personal científico y técnico capacitado que tiene. La iniciativa nos permitiría contar con este suministro vital antes de lo previsto y a un costo accesible.

Dicho esto, hay que recordar que la intensa carrera por la vacuna contra el coronavirus, una pandemia que ha enfermado a casi 19 millones de personas y dejado más de 700.000 muertos, está cruzada por presiones e intereses geopolíticos y comerciales.

La noticia sobre la asociación entre el laboratorio Oxford y empresas tecnológicas de Argentina y México para elaborar una vacuna contra el coronavirus fue un bálsamo de optimismo. Sin embargo, debe tomarse con la debida cautela

Las vacunas son quizás el avance más importante para la salud que dio el siglo XX. Su desarrollo implica una serie de pasos importantes para comprobar no solo su efectividad, sino para evitar efectos secundarios o incluso contraproducentes. Por eso, la ciencia fijó una serie de pasos y fases de prueba que deben respetarse. Primero, una etapa “preclínica” donde hay experimentación in vitro o en animales. Recién después las pruebas en humanos, que hoy tiene tres fases. En las dos primeras, aplicadas a pequeños grupos, se ajusta la dosis y se testean la reacción inmunitaria y posibles efectos adversos. Recién en la última fase la vacuna se prueba en miles de voluntarios para verificar cómo reaccionan, si generan anticuerpos efectivos y por cuánto tiempo. En cada etapa se publican resultados, verificados por científicos externos y entes reguladores. ¿Hay fracasos? Sí, en años recientes se debieron abandonar vacunas contra la difteria, el MERS, la gripe porcina, enfermedad de Lyme y dengue por inefectivas o incluso peligrosas.

El proceso lleva de dos a cuatro años, en el mejor de los casos. En medio de la crisis desatada por la pandemia, varios países y laboratorios fueron autorizados a acelerar etapas. La propia jefa del equipo de Oxford admitió que comprimieron procesos de cinco años a cuatro meses, trabajando a destajo, en turnos corridos y acortando plazos. En Argentina, la vacuna se producirá mientras se hacen los estudios de fase 3 y son revisados por los reguladores. AstraZeneca admite que trabaja a riesgo. “Si se aprueba, se vende; si no, se destruyen” las 150 millones dosis, asegura.

Los intereses en juego son inmensos. En lo comercial, la empresa y el país que logren una vacuna efectiva tendrán la ventaja de llegar primero a un mercado de 7.500 millones de personas. Y mostrarán liderazgo científico-tecnológico en mundo en transición y reacomodamientos geopolíticos. Por eso Rusia se adelantó a patentar su vacuna, sin publicar resultados y prácticamente saltándose la fase 2, bautizándola “SputnikV”, rememorando épocas de gloria espacial de la URSS. China apura a sus empresas para mostrarse a la altura de su rol de potencia emergente y promete “compartirla” al mundo, mientras Donald Trump dice que “muy pronto” tendrá la vacuna de laboratorios estadounidenses, que se reservó en exclusiva, antes de las elecciones donde juega su reelección y donde los estragos que causa la pandemia lo ponen abajo en las encuestas.

En este contexto, se impone la prudencia. Hay que recordar que la vacuna segura y eficaz aún es una promesa, que en el mejor de los casos tiene por delante meses de pruebas y desafíos de fabricación y distribución. Sería peligroso un exceso de optimismo que llevara a relajar medidas de testeo, aislamiento y prevención, que por ahora son la única forma de mantener a raya los efectos de este virus tan contagioso y mortal.


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