Restauración ecológica, cambio climático y pandemia

El aislamiento social masivo que provocó en todo el mundo trajo como consecuencia una reducción de la contaminación. Y hace pensar en los efectos de la fragmentación de hábitats, la pérdida de biodiversidad y el contacto humano con la vida silvestre.

Pablo Laclau*

En pleno desarrollo de una de las peores pandemias de la historia y como resultado del aislamiento social establecido mundialmente, el ambiente de menos ruido, actividad y presencia humana muestra algunos signos de reducción de la contaminación y resurgimiento de la vida silvestre. En las últimas semanas las noticias ambientales han destacado la marcada disminución del óxido nitroso -uno de los principales gases de efecto invernadero (GEI)-. La ralentización de emisiones, que por su magnitud puede ser poco trascendente para el planeta, de algún modo muestra la posibilidad de contener el cambio climático dentro de umbrales razonables.

También sorprendió la reaparición de fauna: peces en el Riachuelo y en arroyos pampeanos, posiblemente asociada a menor presencia humana y a menos vertidos industriales. O de ciervos, carpinchos o gatos salvajes en varias ciudades. Dejar actuar a la naturaleza parece ser clave. Como contrapartida, en los países más afectados por el covid-19 se multiplicó el uso de desinfectantes como el hipoclorito de sodio -agente cancerígeno y destructor de la capa de ozono- y los desechos hospitalarios. Quizás el principal mensaje de este ensayo no planificado a escala planetaria sea la gran resiliencia que demuestran los elementos biológicos aun cuando su hábitat ha sido gravemente dañado. Pese a ello, distintas opiniones de expertos locales e internacionales coinciden en algo: no cambiarán las respuestas de la naturaleza por este quizá breve descanso del trajinar humano.

Durante la pandemia, la pesca irrestricta, la deforestación y los grandes incendios han continuado, al igual que un importante consumo de energía fósil.

De las 315 ppm de CO2 atmosférico que se registraban hace 60 años, hoy se alcanzaron las 415 ppm y la cuenta sube. Aun cuando se detuviera toda actividad contaminante, la propia inercia del sistema planetario demoraría siglos en restaurar el equilibrio térmico preindustrial.

En estos días los ecólogos señalan tres aspectos claves relacionados con la diseminación de la covid-19 y de otras enfermedades infecciosas: la fragmentación y reducción de hábitats para la vida silvestre, la pérdida de biodiversidad y el estrecho contacto del hombre con ambientes salvajes.

La fragmentación interrumpe la circulación de materiales y energía, por ejemplo, luz, agua, aire, calor, polen, animales, semillas, hongos y cualquier otra forma física. También altera la vinculación entre paisajes contiguos, como el bosque con la estepa, destruyendo una red compleja y variada que confiere a los ecosistemas una alta capacidad de reciclaje, renovación biológica o absorción de impactos.

La sobreextracción de plantas y animales, muchas veces vinculada al tráfico ilegal de especies, disminuye las poblaciones y provoca pérdidas de variación genética, incrementando la vulnerabilidad al punto de su desaparición.

Un grupo de flamencos se desplaza por aguas inusualmente claras debido a la ausencia de actividad humana por el confinamiento obligado. (AP Photo/Hektor Pustina)

Las causas principales son la expansión agropecuaria, urbana o minera a través de desmontes, quemas, remoción del suelo y contaminación, oponiendo barreras e incorporando elementos extraños para los cuales los mecanismos reguladores naturales resultan insuficientes. Sin embargo, si se sostuvieran los elementos y procesos ecosistémicos claves, sería posible mantener la integridad de los sistemas naturales.

La ganadería en pastizales, los emprendimientos agroecológicos o las producciones agrícolas basadas en buenas prácticas son formas de relativamente bajo deterioro ambiental. En cambio, la agricultura intensiva o las formas de planeamiento urbano habituales no mantienen esa integridad.

Con la pérdida o disminución de especies, sus remanentes no pueden cumplir su función de hospedantes de numerosos microorganismos capaces de producir enfermedades humanas. Algunos órdenes, como los murciélagos, son importantes vectores de enfermedades en forma directa o mediada, como el SARS (que incluye covid-19), el hantavirus o la rabia; lo mismo que los roedores, transmisores directos de hantavirus, salmonelosis o leptospirosis. Asimismo, insectos como los mosquitos transmiten dengue, malaria, lesmaniasis, esquistosomiasis, fiebre amarilla, zika, chikungunya, virus del Nilo, tifus y otras; las vinchucas, el mal de Chagas, y ácaros como las garrapatas, la enfermedad de Lyme.

El contacto próximo y habitual de la gente con estos hospedantes o sus intermediarios, como el ganado doméstico y las mascotas, o su consumo, facilita el contagio. La conservación de la biodiversidad reparte las cargas microbianas entre muchos individuos o especies, y también sostiene más controladores de vectores.

Las actividades humanas han modificado ciclos naturales a nivel mundial, produciendo un cambio profundo en el ambiente, afectando la calidad de vida de la gente. Entre sus principales consecuencias se cuentan la destrucción de la capa de ozono atmosférica, la erosión y contaminación de los suelos, los cambios en composición y dinámica de los océanos, el derretimiento de los hielos, el incremento de GEI y las pérdidas de biodiversidad en todos sus niveles.

Estos cambios afectan dramáticamente la producción de alimentos, el abastecimiento de agua potable, el mantenimiento de la capacidad productiva del suelo, la salud humana y la estabilidad de obras urbanas y de infraestructura.

Según la ONU, más de cien millones de personas sufrirán hambruna y muerte en los próximos meses como consecuencia de la pandemia.

El Plan de Acción Climática y la Agenda sobre Desarrollo Sostenible de la ONU establecen la urgente necesidad de actuar y modificar el curso de estos temas de aquí a 2030.

El plazo parece corto para la inercia política y económica de los gobiernos.

Sin embargo, la experiencia que el mundo está viviendo muestra que el ambiente conserva capacidad de respuesta y que es posible mitigar el cambio climático y facilitar la recomposición de los ecosistemas naturales.

Resulta evidente la necesidad de actuar sobre la eficiencia productiva de alimentos, la detención de la deforestación, la restauración ecológica, el reciclado y la depuración de deshechos.

Es decir, sobre la producción, la distribución y el consumo, sin volver a pasar por el terrible costo humano que significa esta la pandemia.

*Técnico forestal, ingeniero agrónomo, doctor en Biología e investigador en INTA, AER, San Martín de los Andes


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