Todos los rostros del “Dios Momo”

En la era de las nuevas tecnologías y las pantallas chicas, televisión o Internet -el nombre poco importa-, los carnavales son la fiesta popular por excelencia. Salen a la calle y la toman con sus colores, sus ritmos y, por supuesto, sus cuerpos casi desnudos moviéndose. En la Argentina la mayoría comenzó la semana pasada y se extenderán hasta marzo.

Buenos Aires, ciudad de murgas

Más de 50 corsos distribuidos por todo Buenos Aires y más de 100 murgas tienen este año la firme expectativa de armar, los viernes, sábados y domingos, desde este viernes y hasta el 5 de marzo, un verdadero festejo popular, llenando las calles porteñas del color y del ritmo que reclama el “Dios Momo”, rey del Carnaval.

Buenos Aires tiene, en su larga tradición, el festejo barrial, donde las murgas son el alma y la expresión más genuina del Carnaval, y llevan sobre sus hombros un pasado propio, en el que no faltaron prohibiciones, azotes, penas y desapariciones.

Desde los edictos y proscripciones impartidas por virreyes, con amenazas de excomuniones por parte de los obispos coloniales, hasta el decreto de la última dictadura militar en 1976, que borró del calendario el feriado de lunes y martes de Carnaval -disposición que sigue vigente-, la fiesta recorrió un sinuoso camino.

Camino en el que, por ejemplo, en 1820 un comentario de “La Gaceta Mercantil” decía, frente a un edicto prohibitivo de los festejos de Carnaval, que “nos ha sido satisfactorio que el señor juez de policía haya dictado medidas que pongan en tortura a todos los prosélitos del célebre Carnaval, inventado para el escándalo más terrible de todas las pasiones juntas”.

Después vino la orden de prisión, decretada por Rosas en 1844, para quienes contravinieran la prohibición de festejar el Carnaval; y tras su caída, se restablecieron las fiestas, pero con medidas muy estrictas de control.

En 1869 se realiza en Buenos Aires el primer corso con comparsas de negros y de blancos tiznados, que relucían con sus disfraces y su ritmo, mientras su canto y su baile alocado y armónico disparaban piernas y brazos al aire. Comenzaron a surgir las agrupaciones de carnaval por barrio, y cada barrio de la ciudad a tener su corso. Décadas del siglo XX por las que decayeron y resurgieron los festejos, en los que las murgas alzaban su canto picaresco, satírico y de crítica social y política, como en la actualidad.

Es el homenaje al “Dios Momo”, quien en la mitología griega personifica tras una máscara la crítica jocosa, la burla inteligente, mientras la cabeza de muñeco simboliza la locura. La época que más recuerdan los viejos murgueros es la década del ’40 como uno de los momentos de mayor brillo del festejo carnavalesco. Atrás había quedado la crisis económica del ’30 que apagó por un tiempo ese espíritu, y después vendrían nuevas luces y nuevos apagones.

Zigzagueando entre la pasión, las prohibiciones y las crisis, las murgas y los corsos recorrieron las calles porteñas. El 30 había dejado la experiencia del barrio como núcleo aglutinador de las agrupaciones de Carnaval, que se nutrían del café, la parada, la esquina, el fútbol. En la última década, la recuperación del Carnaval porteño se hizo carne en el sentir de las agrupaciones carnavalescas, las que año a año instalan en pleno centro de Buenos Aires a sus murgas reclamando aquellos tradicionales feriados. En este marco, lograron en 1997 ser declaradas, por ordenanza 52.039, patrimonio cultural de la ciudad, y reinstalar así a las murgas en parques y plazas, donde se preparan durante todo el año. Mientras tanto, la organización de los festejos fue encontrándose con su historia: el corso barrial, donde se agolpa la gente para ver pasar el desfile de las murgas hasta que llegan al escenario y despliegan su canto y su baile, al compás del bombo con platillo, elemento distintivo de la murga. Suena el primer acorde y, con él, se anuncia la fiesta del “Dios Momo”; una de las tantas canciones presenta a la murga y da rienda suelta a los festejos: “Alucinantes levitas/ se despliegan en el viento/ lamparitas de colores/ hasta el cielo está murgueando/ acérquense, que llega el Carnaval/ el empedrado está rugiendo/ allí vienen con banderas, estandartes y galeras”. (Télam)

Marta Gordillo


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