Un líder y su rara inteligencia

Por HECTOR CIAPUSCIO

Especial para «Río Negro»

Cuando el actual líder de Corea del Norte asumió el poder en su país a la muerte de su padre, en 1997, los diarios japoneses y surcoreanos se mostraron nerviosos por lo poco que se sabía de él y por la imprevisibilidad de sus comportamientos al frente de un régimen ya de por sí misterioso. Uno de ellos decía: «Kim Jong-Il es uno de los más enigmáticos líderes políticos del siglo. La información sobre él es escasa y, aunque hay algunos datos confidenciales suministrados por desertores y otras fuentes, no hay modo de verificar la certeza de tal información». Los acontecimientos posteriores no hicieron más que agregar oscuridad a su persona y a las intenciones de su gobierno; este Kim era algo así como un gato negro en una pieza oscura. Vinieron cosas como las tensiones con Corea del Sur, relaciones con China, noticias de hambrunas, denuncias de agencias de derechos humanos, desfiles marciales multitudinarios, alarmas sobre amenaza nuclear, señalamiento del país como pieza del «Eje del Mal», etcétera. Estas versiones sueltas del ámbito poco fiable de la política internacional que manejan los muchachos del espionaje acentuaron el enigma sobre el perfil intelectual y psicológico del líder; sólo reflejaron la existencia de un régimen férreo y de un amo absoluto al que se le brindaba en su país un trato casi religioso.

Pasó mucho tiempo hasta que la oscuridad cedió paso a la luz. Este año se publicó, y ha sido traducida a idiomas occidentales, una biografía oficial con título «El adorado Kim Jong-Il» que, glosada y transcripta parcialmente en diarios, nos da cuenta de una personalidad fuera del común de los mortales. Relata, por ejemplo, que este hijo de Kim Il Sung, padre de la patria, nació en 1942 montando un caballo alado en un lugar conocido como «El Monte Sagrado de la Revolución», donde su progenitor había alumbrado la doctrina nacional. Demostró desde la más tierna infancia rasgos de genialidad: una rara inteligencia, una fina capacidad de comprensión y análisis de todo lo que lo rodeaba. Dice el anónimo redactor de la biografía que, en cuanto a sus convicciones morales, el compañero Kim Jong-Il manifestó desde niño un marcado patriotismo, una profunda humanidad y una gran espontaneidad. Una vez, durante el verano, viendo a algunos hombres en el río Taedong que preparaban explosivos para pescar, los reprendió diciéndoles que de ese modo matarían también a los peces más chicos y que lo mejor era usar redes y arpones. Esa misma tarde le contó a su padre lo que había visto y a consecuencia de ello fue adoptado en todo el país un plan para salvaguardar los recursos naturales coreanos. Pero hay datos todavía más sorprendentes sobre su temprana capacidad para razonar, potencial de un futuro liderazgo. Dice el libro, por ejemplo, que durante su niñez -y gracias a su espíritu de observación- declaró que era falsa una leyenda según la cual pueden verse conejos en la Luna comiendo bajo los árboles ya que, argumentó, la distancia hace imposible verlos dado que todo se ve más chico cuanto más lejano. Y el colmo de su intuición, en dos detalles: entendió por qué entre tantas flores que nos presenta la naturaleza no hay ninguna de color negro y también comprendió el motivo por el cual la gallina, cuando toma agua, sacude la cabeza y mira al cielo.

Esta curiosa biografía en versión cortesana de un líder tan meritorio nos trae una evocación de nuestro secundario (se estudiaban en ese nivel tres idiomas: francés, inglés e italiano). Teníamos como texto, en cuarto año, un «Corso di Lingua Italiana» que nos hizo reír con una crónica en estilo humorístico que trataba de cierto capitán francés de nombre La Palisse y lo describía, con un giro que se convertiría en una broma tradicional, como bien educado desde niño y tan gentil que «no se ponía nunca el sombrero sin cubrirse la cabeza». Decía el cuento, además, que este hombre murió en Italia combatiendo por su rey Francisco I contra Carlos V y que, a su muerte, un poeta popular le dedicó una estrofa memorable: Il signor La Palisse é morto,/ morto davanti a Pavia;/ un quarto d'ora della sua morte/ egli era ancora vivo». Pretendiendo el pobre poeta mostrar que el oficial había sido valiente hasta lo último, al dejar escrito que su héroe «estaba vivo un cuarto de hora antes de su muerte», se había excedido en su afán laudatorio (algo parecido a lo del biógrafo palaciego de Kim Jong-Il), precipitando en el ridículo al propio nombre del ensalzado (1). Por eso, la moraleja del cuento expresaba que antes de tejer elogios sobre las virtudes de alguien debemos pensarlo dos veces; no hacerlo arriesga prodigarle al del encomio un mal servicio.

 

(1) En Italia sirve para zumbas ante una observación obvia de un prójimo. «Grazie tante! Questo lo sapea anche il signor La Palisse». (Muchas gracias! Esto lo sabía también el señor La Palisse).


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