El techo es el cielo y los álamos los muros

Hace unas semanas tuve ocasión de conocer la cárcel de Pomona, ubicada en las inmediaciones de la localidad rionegrina homónima y que es poco conocida, aún en el ámbito de la propia provincia patagónica.

Se trata de un establecimiento de régimen abierto que funciona desde hace unos quince años en un predio de cinco hectáreas, que alberga a una veintena de personas privadas de la libertad por todo tipo de delitos y con todo tipo de penas (desde perpetuas a penas de más corta duración, desde agresores sexuales, pasando por homicidas hasta personas que cometieron delitos contra la propiedad).

Impresiona, a quienes estamos acostumbrados a visitar prisiones, no encontrarnos con muros perimetrales, con penitenciarios con sus tradicionales uniformes fajineros, rejas ni candados. Es más, en ese ámbito resulta dificultoso diferenciar quiénes son los presos y quiénes los carceleros, ya que todos conviven en el mismo ámbito, llevando una vida en común.

En esa pequeña comunidad se observa un trato amable, distendido, donde cada uno está ocupado de sus tareas. Encontramos a unas personas estudiando, otras trabajando la tierra, otras cuidando animales, mecánicos, herreros, carpinteros. Cada uno se gana la vida de acuerdo a sus habilidades, como si se tratara de un pequeño pueblo, que en definitiva lo es.

La curiosidad nos lleva a preguntar si los presos no se escapan, teniendo todas las posibilidades de hacerlo. Un poco en broma nos cuentan que la última vez que ocurrió una fuga los evadidos fueron recapturados cuando regresaban al establecimiento con un cordero debajo del brazo, que le habían acercado sus familiares hasta la ruta, a unos diez kilómetros de distancia. Ya más serios nos cuentan que en los últimos años se produjo la evasión de un interno sobre el que pesaba la sospecha de que lo iba a hacer, ya que se encontraba muy mal, y que fue recapturado a las pocas semanas.

La cárcel es muy humilde. Se nota que para nada sobran los recursos. Pero se aprecian condiciones dignas dentro de esa humildad. Quienes pudieron se construyeron sus propias casitas, donde pasan los días a la espera del agotamiento de las condenas. Los que no, comparten un pabellón en la pulcra casa central, que alberga a unos ocho internos. También se observa otra construcción, un poco más grande pero igual de humilde, que sirve para que los internos puedan compartir un par de días con sus familiares que viven en sitios más distantes.

También nos llama favorablemente la atención que cada interno que pueda y quiera tenga su teléfono celular, que les permite estar en contacto con sus familias y amistades. Una forma de contención que contribuye al mantenimiento de la paz interna. Hasta donde se conoce, no se ha registrado ni un solo caso de empleo indebido del teléfono, como lamentablemente ocurre en forma frecuente en el mundo libre. Llama la atención que los aparatos tengan bloqueada la lente de la cámara fotográfica. Obviamente no lo es por cuestiones de seguridad. Por lo bajo alguien nos dice que es para evitar que se publiquen fotos de la vida cotidiana en las redes sociales, lo que enfurecería a ciertos sectores de la sociedad que suponen que las prisiones deben estar destinadas al sufrimiento de las personas que habitan su interior.

Se nota, claramente, que los penitenciarios hacen su trabajo con mucha pasión, convencidos de que se trata de un sistema positivo. Alguno de ellos nos comenta la notable diferencia que existe en trabajar en un ámbito de estas características a hacerlo en una cárcel común, donde el nivel de estrés laboral es muy alto. Son los propios carceleros los que facilitan herramientas de su propiedad para que los internos puedan realizar sus trabajos.

Si tuviéramos que resumir esta positiva experiencia tendríamos que hablar de la normalidad. En esa cárcel, pese a la existencia de ciertas reglas que deben ser acatadas y respetadas, se aprecia muchísima similitud con lo que ocurre afuera. A diferencia de la mayoría de las prisiones, donde el régimen de vida difiere sustancialmente con la vida cotidiana y nos lleva a pensar en la dificultad de cumplir el mandato constitucional de la resocialización, de la dificultad que representa para los presos tener que reinsertarse en la sociedad al cabo de la condena, luego de haber vivido en sistemas prácticamente infantilizados, donde se recibe un tratamiento cercano a un objeto.

*Director ejecutivo de la Asociación Pensamiento Penal

En esa cárcel se aprecia muchísima similitud con lo que ocurre afuera, a diferencia de la mayoría de las prisiones, donde el régimen de vida difiere sustancialmente con la vida cotidiana.

Datos

En esa cárcel se aprecia muchísima similitud con lo que ocurre afuera, a diferencia de la mayoría de las prisiones, donde el régimen de vida difiere sustancialmente con la vida cotidiana.

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