La fiebre del bitcoin

A principios del siglo XVII, Amsterdam fue cautivada por una flor. Ricos y pobres se endeudaban, vendían hasta sus bienes más básicos con tal de comprar bulbos de tulipanes. De la noche a la mañana, todos soñaban con convertirse en millonarios. La fiebre por los tulipanes se extendió por todos lados, incluso en el extranjero. Los corredores de Bolsa se dedicaban exclusivamente a esas operaciones y se compraban por adelantado los bulbos que ni siquiera habían crecido. La actividad era tan potente que se nombraron notarios y abogados que sólo se ocupaban de ese negocio. El mercado se volvió completamente loco.

La “tulipomanía”, como se denominó a esta burbuja especulativa, al poco tiempo estalló y sobrevino el cataclismo. Lo que había alcanzado el valor de una mansión pasó a tener el precio de una cebolla, y dejó a miles de personas completamente arruinadas. Uno de los colapsos financieros más importantes de la historia económica mundial.

En los últimos días ese episodio fue recordado por economistas y analistas financieros que intentan explicar la efervescencia de bitcoin cuya escalada, desde hace meses, alimenta un acalorado debate sobre la formación de una posible burbuja financiera. “La reina de las monedas virtuales”, como llaman a este código informático que aspira a ser una acción de Bolsa, ha despertado una fiebre incalculable. Tan popular como los bulbos de tulipanes de aquella época menos globalizada, bitcoin atrae mucha atención y también controversia. Algunos esperan que arda en el infierno y otros que alcance el cielo.

En los últimos 12 meses el bitcoin se revalorizó más de 900% y su cotización –el 7 de diciembre– se disparó a los 15.000 dólares, su máximo valor hasta el momento. Y así se convirtió en una de las treinta monedas más importantes del mundo, aunque su volatilidad le quita solidez. Hay jornadas que pierde y otras que gana. Hay quienes afirman que resulta absurdo que su capitalización sea de alrededor 137.000 millones de dólares porque no está respaldado por nada.

Bitcoin nació como una rareza en el 2009. Un año después de la crisis financiera global que llevó al mundo a una década de recesión. Ese contexto histórico impregna su esencia libertaria. Aunque a nivel global se define como una moneda virtual que permite hacer transacciones en diferentes partes del mundo. Otros lo califican como un valor o una inversión que se mueve en un terreno gris ya que nadie la controla, no hay bancos ni intermediarios. Por ahora, el entorno regulatorio permanece como uno de acceso libre para todos.

Pero esto no será para siempre. Preocupado por el uso de la criptomoneda en la fuga de capitales y la evasión fiscal, el gobierno chino ha prohibido recientemente los intercambios de bitcoin. Japón, de manera diametralmente opuesta, lo ha consagrado como una moneda de curso legal, en un aparente intento por convertirse en el centro mundial de las tecnologías financieras, las llamadas “fintech”. Al menos otros 13 países han anunciado planes para establecer regulaciones o para reforzarlas.

En lo que todos coinciden es en que el principal valor que tiene el bitcoin está en la tecnología asociada: el blockchain (cadena de bloques). Algo así como una gran base de datos, a la que todos los participantes tienen acceso, es pública, pero a la vez anónima, aunque encriptada. Un proceso de innovación sin precedentes que está reinventando el mundo del dinero y los servicios financieros. Algunos consideran que el impacto que tendrá esta tecnología en la sociedad es comparable con las predicciones que se hacían en 1992 sobre el potencial de transformación que proponía internet.

En todo caso, cuál será el futuro de bitcoin. ¿Se marchitará como ocurrió con los tulipanes? ¿Será tan sólido como el oro? ¿Llegará a ser moneda de cambio como el dólar? Quizás, todo. Quizás, nada…

*Diplomático


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