La pasividad de los corderos

mirando al sur

Los islamistas que celebraron la matanza de Manchester llamaron “cruzados” a las niñas, adolescentes y adultos a quienes mataron, pero, felizmente para tales asesinos, los “cruzados” europeos actuales tienen poco en común con los de antes. A diferencia de Ricardo Corazón de León y sus compañeros, son pacifistas. Y si bien la mayoría de los europeos ha dejado atrás el cristianismo, casi todos siguen fieles al principio muy cristiano de reaccionar frente a la violencia de los resueltos a someterlos a su propio credo poniendo la otra mejilla.

Para subrayar la adhesión a la no violencia, se han habituado a transformar los lugares ensangrentados por yihadistas en relicarios, llenándolos de ositos de peluche, velas y pequeñas cartas en que casi siempre figura la palabra “amor”. A veces, alguien se las arregla para traer un piano para tocar el himno de los Beatles “Imagine” en que se habla de lo bueno que sería un mundo sin fronteras. Conmovidos por tales espectáculos, políticos y otros se afirman maravillados por el estoicismo y solidaridad de sus compatriotas británicos, franceses, alemanes, belgas, suecos u holandeses. Es su forma de felicitarse por su propia apatía.

En los círculos gobernantes de Europa occidental se ha consolidado el consenso de que la mejor forma de combatir, por decirlo así, a los islamistas consiste en minimizar su importancia. Un ex primer ministro de Francia, el alcalde de Londres, Angela Merkel y otros dirigentes aseguran que habrá que acostumbrarse a matanzas como las perpetradas en Bruselas, Niza, París y Manchester. Y aun antes de identificar a las víctimas del atentado más reciente, juran creer que “la islamofobia” es peor que el terrorismo, que el islam es una religión de paz y que quienes asesinan en su nombre no lo entienden aunque toman al pie de la letra lo escrito en el Corán y los Hadices que lo acompañan.

Tanta pasividad tendría sus méritos si hubiera motivos para suponer que los terroristas, y los muchos musulmanes que comparten sus aspiraciones sin por eso buscar el martirio personal llevando consigo al más allá a contingentes de infieles y dejando mutilados a otros, se sentirían debidamente impresionados por las efusivas manifestaciones de amor fraternal y respeto por el islam de los líderes occidentales, pero, como es natural, les parecen síntomas de debilidad. Es por tal razón que creen estar ganando la larga guerra militar y cultural contra “Roma”, el enemigo ancestral del islam.

¿Lo están? El que muchos gobiernos europeos hayan modificado las leyes para apaciguar a la minoría musulmana hace pensar que no se equivocan. En algunos países, jóvenes barbudos de apariencia exótica pueden pedir con impunidad la decapitación de quienes insultan a su profeta, mientras que los infieles juzgados culpables del crimen imperdonable de islamofobia suelen terminan entre rejas. Aunque en ocasiones algunos gobiernos europeos, como el francés, procuran complacer a los nativos prohibiendo el velo integral musulmán, se trata de gestos simbólicos que brindan a los militantes más pretextos para afirmarse víctimas de prejuicios raciales y redoblar los ataques.

Los islamistas cuentan con el apoyo fervoroso de una franja influyente de la izquierda que los considera aliados valiosos en la lucha a muerte contra el capitalismo, el imperialismo y otros males, y que se dedica a difundir la noción de que, pensándolo bien, el yihadismo es la consecuencia natural, y por lo tanto legítima, de la arrogancia occidental. También los ayuda la convicción generalizada de que los países europeos y, desde luego, Estados Unidos, son tan fenomenalmente fuertes que sería absurdo suponer que el islamismo plantea un desafío equiparable al nazismo o el comunismo.

Por desgracia, los islamistas mismos no comparten dicha opinión. Confían en que la inmigración en escala masiva, el empleo astuto de leyes contra la discriminación por motivos étnicos, políticos o religiosos y el apego de las elites cosmopolitas al multiculturalismo, les servirán para hacer del islam el credo universal. No intentan ocultar lo que tienen en mente. Lo proclaman a los cuatro vientos. Saben que los occidentales son reacios a tomar en serio hasta las amenazas más truculentas porque no quieren sentirse obligados a hacer lo necesario para impedir que se concreten.

Según las autoridades europeas, se cuentan por miles los yihadistas que, después de haber servido al Estado Islámico en Siria o Irak, han regresado a Europa para continuar luchando contra “los cruzados”. Aunque los tienen identificados, no los detienen por no tener que gastar muchísimo dinero en los juicios que armarían sus defensores. Tampoco, por razones relacionadas con el temor a violar sus derechos, los privan de la ciudadanía de los países en que nacieron o se criaron para que queden atrapados en una zona de guerra en que les aguardaría un destino ingrato. De tal modo, los invitan a cometer atrocidades en suelo europeo convirtiéndose en bombas humanas.

En última instancia, las próximas fases de la guerra santa que están librando los islamistas no sólo en Europa sino también en todos los demás países, dependerá de la voluntad popular. Son cada vez más los persuadidos de que ha fracasado de manera desastrosa la estrategia adoptada por gobiernos más interesados en tranquilizar a la población local que en hacer frente al islam militante. Para comenzar, quieren ver expulsados a todos los yihadistas, además de los predicadores del odio importado desde Arabia Saudita, a sus países natales o, si nacieron en Europa, a aquellos de sus padres o abuelos, además de asegurar que sean vigiladas atentamente todas las mezquitas y otras instituciones, como colegios sectarios, que se utilizan para difundir el evangelio islámico.

Si bien tales medidas ofenderían a los musulmanes presuntamente benignos, los obligarían a tomar muy en serio lo que se ha gestado en el seno de su propia comunidad para que entiendan que les ha llegado la hora de elegir entre adaptarse plenamente a las costumbres y valores de su país de residencia y trasladarse, antes de que el grueso de los europeos decida que la convivencia es imposible y actúe en consecuencia, a uno islámico en que, sería de suponer, se sentirían mucho más a gusto.

En los círculos gobernantes de Europa occidental se ha consolidado el consenso de que la mejor forma de combatir a los islamistas es minimizar su importancia.

El que muchos gobiernos europeos hayan modificado

las leyes para apaciguar a la minoría musulmana hace

pensar que no se equivocan.

Datos

En los círculos gobernantes de Europa occidental se ha consolidado el consenso de que la mejor forma de combatir a los islamistas es minimizar su importancia.
El que muchos gobiernos europeos hayan modificado
las leyes para apaciguar a la minoría musulmana hace
pensar que no se equivocan.

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