El karma de vivir al sur

Hubo un tiempo en que Río Turbio vivió una época de esplendor. Con los años sus sueños de desarrollo se fueron cayendo y gran parte de su población abandonó el lugar ubicado a unas 6 horas de Río Gallegos y a minutos de la turística cordillera chilena.

A Río Turbio siempre se llega de noche. Los colectivos que salen desde Río Gallegos a la capital del carbón lo hacen recién a las 7 de la tarde. Tal vez por que de esa manera se evitan la rutina del paisaje. La geografía santacruceña es abismal. Nada. Nada de nada.

Cada año miles de turistas inician el peregrinaje sin religión que los deja en estas ciudades desde las que parten a Ushuaia, el glaciar Perito Moreno o Torres del Paine en Chile. Durante el verano hay una sensación en el ambiente, una música chispeante que revela la expectativa de quienes van a conocer el fin del mundo. Pero eso es en verano. En un día cualquiera de junio, por ejemplo, los habitantes del confín atraviesan su provincia de un lado a otro en el silencio tan peculiar del sur que es casi un zumbido.

Río Turbio es la antesala de las montañas. El pueblo está ubicado en una especie de olla y bastan unos 15 minutos para encontrarse con la cordillera trasandina. El trayecto es sorprendente cuando se viaja en coche: primero la nada que cerca a Río Gallegos, luego una olla natural conteniendo al «Turbio», como le dicen todos por allá, y finalmente una cadena infinita de altas cumbres. A muchos habitantes de Río Turbio, los que dejaron el pueblo y los que no-pero más a estos últimos-, todavía les resuenan las lejanas promesas del por entonces candidato peronista a la presidencia Carlos Menem que aseguraban una pronta reactivación de las producción minera. Menem, una vez instalado en la Casa Rosada, no volvió al lugar para cumplir su visión de estadista. Y Río Turbio fue muriendo sin pausa en los 10 años siguientes.

A fines de los 80, Yacimientos Carboníferos Fiscales ocupaba un enorme edificio en una céntrica diagonal de Buenos Aires. Por entonces algunos ya especulaban con un cambio de rumbo. Las políticas económicas reinantes indicaban que la etapa de bonanza estatal estaba por concluir. Luego de las reestructuraciones, hechas en el marco de la concesión de 1992, las oficinas de YCF fueron trasladas a Avenida Santa Fe. A principio de los 90 todavía algunas comunicaciones entre la administración porteña y la de Río Turbio se realizaban desde una radio que estaba instalada en el último piso del edificio. Por supuesto, todo había cambiado. De los cientos de empleados que trabajaban cuando el carbón significaba algo en la Argentina ahora quedaban unos pocos. El término oficinas puede ser considerado un simbolismo. En rigor, en Avenida Santa Fe había una soledad únicamente comparable a la que soportaban los santacruceños.

Río Turbio se desangró de habitantes tal como lo hicieran otros pueblos emergentes de la Argentina, entre ellos Sierra Grande. Hubo un tiempo en que vivieron allí entre 15 y 18 mil personas hasta que la población quedó reducida casi a la mitad. Esas noches en las que el viajero llega a Río Turbio, lo único visible entre tanta desolación son las luces magras de los antiguos edificios que todavía contienen parte de la estructura minera. Enormes, fantasmales, cubiertos de un polvillo oscuro. Cuando los monstruos cuasi deshabitados aparecen sobre el costado izquierdo de la ventanilla a eso de la 1 de la madrugada, sabemos que falta poco para terminar el viaje.

Si es un viernes o un sábado, no se hallará el pueblo vacío tal como podría suponerse dada la latitud. Las gente de allí todavía conserva el sabor de la bohemia argentina. Carente de glamour pero no por eso menos digna. Hay bares sirviendo vino y cerveza y más de un restaurante con todas sus mesas ocupadas.

Ha sido Río Turbio un refugio posible en el extremo del continente. Lo fue durante años para soñadores, locos, aventureros y también para miles de humildes trabajadores chilenos que encontraron en sus minas una oportunidad laboral que les retaceaba su país de origen aunque años después pagaran su periplo con una salud delicada. «El que se jubila de la mina no dura mucho tiempo», dice un dicho popular por esos lares.

Es Río Turbio un sitio duro que algunos dicen amar a pesar de sus carencias, de su falta de belleza prototurística, de sus calles sin asfalto y de sus incumplidas promesas de productividad y desarrollo.

Ser minero en Río Turbio constituye una de las tareas más duras que un hombre pueda realizar en una tierra salvaje. El invierno y el viento son implacables. Nadie pestañea cuando el termómetro se clava en los 20 grados bajo cero. En la mina las condiciones de trabajo resultan extremas, perjudiciales para el cuerpo hasta lo impensado y el sueldo, francamente, magro tomando en cuenta el esfuerzo. Sin embargo, el minero siempre se ha considerado a sí mismo una herramienta útil de este apaleo. Sus sueños, las más de las veces, tienen que ver con que sus hijos o sus nietos sean protagonistas de unos destinos más excelsos. Herederos de un futuro luminoso. Justo en memoria de él que vive apañado por la oscuridad del Cadalso.

Días atrás el presidente Néstor Kirchner hizo la última promesa que se haya escuchado en muchos años en Río Turbio. El mandatario anticipó la construcción de una usina térmica y una serie de reformas que volverán a dar cierto brillo al yacimiento. Ahora el compromiso del presidente lleva una sombra triste que lo cubre todo. Es el karma de vivir al sur.

Claudio Andrade

candrade@rionegro.com.ar

Nota asociada: TRAGEDIA EN LA MINA: Angustia y resignación en el lento rescate de los mineros de Río Turbio  

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A Río Turbio siempre se llega de noche. Los colectivos que salen desde Río Gallegos a la capital del carbón lo hacen recién a las 7 de la tarde. Tal vez por que de esa manera se evitan la rutina del paisaje. La geografía santacruceña es abismal. Nada. Nada de nada.

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