Mirar los lirios del campo

Por Héctor Ciapuscio

Hace unos días -el 1 de abril exactamente- los diarios nos trajeron un anuncio espectacular: desde Economía se lanzaba un programa informático con la meta de masificar el uso de computadoras colocando en el país, con la participación de 32 empresas, diez millones de computadoras personales en cinco años con financiación bancaria oficial de 2.300 millones de dólares. Tras cartón venía un aviso a página entera titulado: «Ministerio de Economía y Producción. Programa mi PC. Para que la tecnología entre en tu casa y vos puedas entrar al mundo». Dos avisos seguidos, también gigantes, estaban encabezados por «Microsoft. Programa mi PC, mi próxima compra» e «INTEL» con la misma leyenda. En ambos figuraban al pie los nombres y símbolos publicitarios de las 32 empresas aludidas por el Ministerio de Economía y Producción: Wal-Mart, Carrefour, Disco, Garbarino, Coto, Compumundo, Falabella, etc. etc., todas vendedoras comerciales de artefactos, ninguna de producción. La crónica remarcó que el ministro había dicho en la ocasión del lanzamiento que «el programa es un ejemplo de lo que se debería dar en otros sectores, ya que el Estado no pone recursos, no pone plata, para decirlo de la manera más cruda». Y uno se quedó atónico, confundido, asombrado como Alicia mirando en el país de las maravillas la sonrisa descolgada del gato de Cheshire. ¿No es «poner plata» otorgar nada menos que 2.300 millones de dólares en préstamos de los bancos oficiales (el Nación, el Bapro y tres provinciales como financiadores) a los adquirentes de estos artefactos a 50 pesos por mes?

Y, creciendo el estupor, uno leyó que el representante de INTEL, la que vende los aparatos, el hardware, se esmeró en asegurar que estas PCs «no son de última generación, pero tampoco son chatarra obsoleta ni mucho menos» y que el software viene sellado por Microsoft. Entonces uno averigua cuál ha sido la opinión del INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial) y de la Sepcyt (Secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva) y se cae de espaldas cuando se entera de que las autoridades de esos organismos científico-tecnológicos supieron del programa por los diarios. A esa altura medita amargamente que si los responsables de la política de fomentar el desarrollo tecnológico del país ni siquiera fueron consultados en el fraguado del plan es más que seguro que en este negocio mayúsculo no ha habido, no hay ni habrá aporte propio de inteligencia nacional, que se trata de algo así como de una enorme compra «llave en mano» de un paquete con moñito que nos viene de afuera (y de adentro pero de otro modo) como si la Argentina fuera Biafra. Y, en resumen que, a no ser que nos falte información, estemos mal informados o que nuestra lectura de los diarios haya sido estrábica, nuestro gobierno hace con la tecnología como los teros que decía el viejo Vizcacha: por un lado pega gritos de autonomía y por el otro pone los huevos.

No paran ahí las novedades sobre estas cosas que nos trae la edición periodística del 1 de abril. Leemos que el gobierno de Brasil -también víctima de la onda contagiosa de la alarma por la «brecha digital»- está estudiando el lanzamiento de un programa de «inclusión informática» de la población a través del cual pondría en el mercado un millón de computadoras personales de bajo costo y financiación accesible. Pero, claro, ellos aprendieron hace rato la vieja lección (1) y, por lo tanto, toman los recaudos necesarios para que el plan no resulte enajenante de su futuro tecnológico y su capacidad de decisión autónoma. Así, anuncian que exigirán como condición, entre cosas del hardware, que las computadoras de este programa vengan con software libre (como el Linux, un sistema operativo de código abierto) y no con el producto monopólico y más caro de Microsoft. Desde el gobierno, dice la noticia, los funcionarios que idearon el PC Conectado han reclamado ante Lula, quien decidirá en días, que no se usen impuestos de la población para facilitar que Microsoft continúe consolidando en el país un monopolio tecnológico.

¿No está claro por qué ellos se encaminan a convertirse en una potencia industrial mientras nosotros seguimos mirando los lirios del campo? (2)

 

(1) Mientras en Estados Unidos a fines del siglo XVIII William Hamilton emplazaba a los jóvenes americanos a desarrollar la industria y competir con Europa, el Vizconde Cairu en Brasil creía supersticiosamente en «la mano invisible» y repetía: «laissez faire, laissez passer, laissez vendre» (dejad hacer, dejad entrar, dejad vender). La cita es de David Landes, economista de Harvard.

(2) En 1990 -inicios del menemismo-, cuando un periodista le preguntó al flamante subsecretario de Industria y Comercio Jorge Pereyra de Olazábal qué proponía que leyeran los industriales locales, respondió: «La Biblia. Es importante que volvamos a mirar los lirios del campo».


Hace unos días -el 1 de abril exactamente- los diarios nos trajeron un anuncio espectacular: desde Economía se lanzaba un programa informático con la meta de masificar el uso de computadoras colocando en el país, con la participación de 32 empresas, diez millones de computadoras personales en cinco años con financiación bancaria oficial de 2.300 millones de dólares. Tras cartón venía un aviso a página entera titulado: "Ministerio de Economía y Producción. Programa mi PC. Para que la tecnología entre en tu casa y vos puedas entrar al mundo". Dos avisos seguidos, también gigantes, estaban encabezados por "Microsoft. Programa mi PC, mi próxima compra" e "INTEL" con la misma leyenda. En ambos figuraban al pie los nombres y símbolos publicitarios de las 32 empresas aludidas por el Ministerio de Economía y Producción: Wal-Mart, Carrefour, Disco, Garbarino, Coto, Compumundo, Falabella, etc. etc., todas vendedoras comerciales de artefactos, ninguna de producción. La crónica remarcó que el ministro había dicho en la ocasión del lanzamiento que "el programa es un ejemplo de lo que se debería dar en otros sectores, ya que el Estado no pone recursos, no pone plata, para decirlo de la manera más cruda". Y uno se quedó atónico, confundido, asombrado como Alicia mirando en el país de las maravillas la sonrisa descolgada del gato de Cheshire. ¿No es "poner plata" otorgar nada menos que 2.300 millones de dólares en préstamos de los bancos oficiales (el Nación, el Bapro y tres provinciales como financiadores) a los adquirentes de estos artefactos a 50 pesos por mes?

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