Kirchner-Chávez: matrimonio por conveniencia
por Hugo E. Grimaldi
Si la diplomacia son formas, es bien sabido que a la política se la construye con discursos, pero también con gestos.
En el primer punto, desde el minuto cero de su mandato, el estilo del presidente Kirchner ha demostrado ser poco apegado a lo formal y en el manejo político, tras dos años y medio en el ejercicio del poder, ya se ha hecho más que evidente que conoce de sobra cómo responder, cómo provocar y cómo desviar la atención, con actitudes o palabras. Y lo hace siempre, casi como un divertimento y al borde del peligro, aunque del otro lado del tablero haya pesos pesados de verdad.
Con la lengua filosa, como ocurrió en la semana con la respuesta que le dio al documento de la Iglesia Católica o con el misterio, tal como se planteó desde el Gobierno el próximo viaje presidencial a Venezuela, en medio de una refriega monumental de Hugo Chávez con el gobierno de los Estados Unidos, con México y por extensión, y como secuela de la Cumbre de Mar del Plata, con casi todo el Continente.
Lo que aún genera dudas en cuanto al proceder de Kirchner es no saber, y probablemente ello quizás sea parte de su táctica, si cada jugada que él realiza es fruto de la improvisación o si tiene su correspondiente alternativa y contrarréplica equis movidas más adelante, cuando sean los rivales quienes desplieguen sus piezas, un ejercicio teórico más que interesante si de ajedrez se tratara. Pero ocurre que cuando lo que está en juego es, nada más ni nada menos, que la inserción argentina en el mundo, la generación de inversiones, la multiplicación de los empleos y, por lo tanto, el bienestar de los habitantes, es probable que el presidente no pueda darse el lujo de equivocarse por seguir a rajatabla su propia «verdad relativa», tal como le gusta decir.
En este aspecto, y aunque se trate de una cuestión de intereses, el periplo caraqueño resulta un gesto puertas hacia afuera, al menos, inoportuno. Hoy, la situación en Venezuela no es para nada clara, tras los insultos de Chávez hacia las manifestaciones del Departamento de Estado y de Vicente Fox. Azuzados sus partidarios, además, por el propio presidente con la transmisión de las charlas reservadas que los presidentes americanos tuvieron en privado en el encuentro marplatense y que habían convenido no reproducir.
En este punto, el gobierno argentino calla, pero no hay que olvidar que la transmisión oficial de la Cumbre la hizo Canal 7 Argentina, socio de Telesur, la televisora de inspiración chavista que tiene en su directorio a funcionarios argentinos y, al respecto, habría que aclarar si cobran un sueldo por tener esa función y de quién.
Es probable que el compromiso haya sido entregar los tapes a todas las delegaciones para la evaluación de cada una, pero lo que nunca nadie imaginó fue la jugarreta del venezolano.
En las marchas anti Fox-Bush, que se cruzan peligrosamente en las calles con otras de repudio al presidente Chávez, se promete agradecimiento eterno a la Argentina y a Néstor Kirchner por su viaje, que se ha vendido en Venezuela como de apoyo a la posición oficial.
Desde la Argentina tampoco se hizo demasiado para clarificar los motivos del viaje, que quedaron en un peligroso oscurantismo. Hasta se evitó hacer la habitual invitación a periodistas en el avión presidencial que, se asegura, irá lleno de empresarios, junto a una delegación oficial que no llevará ni al canciller ni al ministro de Economía, aunque sí a la esposa del presidente, al jefe de Gabinete, al ministro del Interior y al mejor interlocutor que tiene el gobierno venezolano en la Argentina, el ministro Julio de Vido. Lo que se filtró es que se avanzará en convenios comerciales, con ventas de maquinaria y de tecnología -incluida cierta cooperación nuclear- que servirá para equilibrar la balanza comercial, hasta ahora favorable a Venezuela por sus ventas de fuel oil.
Pero además, hay por detrás dos cuestiones que el mismo vuelo de la imaginación de algunos funcionarios, que piensan más en el marketing que en la estrategia, los ha puesto entre signos de interrogación.
La primera es la construcción de un gasoducto continental Norte-Sur que no parece utópico, ya que contaría con financiamiento del Banco Mundial y con tramos instalados que podrían interconectarse. La segunda es la pretensión de que Chávez siga comprando bonos, para que con ese dinero la Argentina no necesite tomar compromisos para el 2006 con el Fondo Monetario y para que luego, en el extremo, pueda desafiliarse del organismo.
En este último punto, Roberto Lavagna sabe que, sin Programa con el FMI, tomar fondos a tasas más baratas en el mercado le puede estar vedado a la Argentina por mucho tiempo. Quedaría así a merced de los rendimientos que quiera obtener Venezuela, a quien tampoco será muy fácil convencer de poner toda la carne sobre el asador.
Hoy, a Chávez lo aqueja cierto opacamiento de la bonanza económica que proviene del petróleo, consumida en el crecimiento frenético del gasto público.
Lo cierto es que, si se concretan en los papeles, ambos anuncios podrían hacer correr ríos de tinta, aunque después se deshilachen, tal como ocurrió con la visita del presidente de China, Hu Jintao en noviembre del año pasado, un pretendido Mesías que –se dijo– iba a permitir decirle por entonces adiós al FMI.
En aquel momento, el gobierno soportó presiones fabulosas que le sirvieron a Hu para arrancarle a la Argentina el reconocimiento de su país como «economía de mercado».
A un año vista, lo más relevante de la relación comercial es que las importaciones chinas hacia el país, en los magros números que aún se manejan, crecieron nada menos que 66 por ciento, con una menor contrapartida en el aumento de las ventas locales al gigante asiático. Sin embargo, el evidente matrimonio por conveniencia con Chávez, que podría salir bien desde lo económico, tiene un amplio correlato de riesgos en lo político. Uno de ellos, la peligrosidad de sumarse al aislamiento en el que está el bolivariano.
Por ejemplo, las evidencias que llegan desde Brasilia indican o bien que Lula nunca pensó en viajar a Caracas para hacer una reunión tripartita o bien que viró sobre la marcha, para despegarse del problema.
La agenda del brasileño que dio a conocer el Planalto para el lunes lo ubica en cuestiones domésticas y se dice en su entorno que no hay nada dispuesto para el martes, último día de la visita del presidente argentino a Venezuela, a quien verá, de todos modos, el día 30 en Foz de Iguazú, en lo que será la despedida de Rafael Bielsa como canciller.
Hay un punto más que emparenta además por estos días la estrecha relación Kirchner-Chávez y es también desde las discrepancias hacia terceros comunes, en este caso la Iglesia Católica.
El presidente tuvo el martes un furibundo cruce con la jerarquía eclesiástica, en relación con el documento que se dio a conocer el sábado, tras haber evaluado durante las primeras horas hacer una reunión privada y aclaratoria con monseñor Jorge Bergoglio.
Sin embargo, apenas llegó a Buenos Aires tras su descanso en El Calafate y en medio de la sustanciación del juicio político de su aliado porteño, Aníbal Ibarra, Kirchner la emprendió contra los obispos. «Había que bajar el tema Ibarra de la tapa de los diarios», dijeron en la Curia; «alguien de su entorno le metió fichas», agregaron y aludieron directamente a la senadora Cristina Fernández. Lo del venezolano es muchísimo más grave.
Su pelea con la Conferencia Episcopal de su país que se asegura tiene preocupado a Benedicto XVI, se verbaliza a través de cruces muy duros con el único cardenal que tiene Venezuela, Rosalio Castillo Lara, quien dijo que su país vive en dictadura, y donde no faltan adjetivos recíprocos de la talla de «bandido», «inmoral», «alcahueta» y «fariseo», en este caso del presidente al sacerdote.
Castillo Lara, quien asegura haber vuelto de Roma a Venezuela después de haberlo convencido al Papa, calificó a su vez a Chávez de «nefasto», «filocomunista» y «paranoico» y acaba de decir que más que darle la bendición a su presidente «le haría un exorcismo».
Si la diplomacia son formas, es bien sabido que a la política se la construye con discursos, pero también con gestos.
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