Almirante muerte

Redacción

Por Redacción

OPINIóN

CARLOS TORRENGO

Le gustó el tiempo extremo en el que lo puso la historia. Gozó de ese tiempo de tragedia porque le liberó viejos sueños de ser él en plenitud. Ejercer poder ajeno a todo condicionamiento ético. Definir la suerte de miles de seres desde un Yo bien arrogante. Bien patrón de la vida y de la muerte. Por encima de él, nadie. Por debajo, todo lo que él quisiese. Como los nazis, sintió pasión, pasión libidinal para convertir a sus víctimas en meros objetos. Si le servían a sus proyectos políticos, levantaba el pulgar, si no lo bajaba. Y los cuerpos bajaban al lodo del río. Así fue este señor de la guerra. Pudo manejar Auschwitz. ¿Acaso en una de sus enfermas disquisiciones intelectuales no afirmó que había tres seres que le habían hecho mucho mal al mundo y vaya coincidencia, todos eran judíos? Pero lo suyo fue la ESMA. Picana. Violación. Asesinato. Botín de guerra… Y deleitarse junto con sus matarifes prometiendo a la montonera Norma Arrostito que jamás la entregarían al Ejército, que quería despedazarla con lentitud de tormento inquisitorial. Ganó Massera: la usó como trofeo de guerra. –La queríamos nosotros, pero ese hijo de puta del negro Massera se la quedó para él –le dijo una tarde de los ‘90 Carlos Suárez Mason a quien escribe estas líneas–. Sí, morocho. Hombre de gomina y buen quiebre para el tango. Entrador. Sonrisa fácil. Mirada directa. Demagogo. Aspiró a ser Perón. Fracasó, claro. Su sed de sangre la llevó más allá de la lucha contra la subversión. La inyectó incluso para definir cuestiones íntimas. Y negocios, claro. Fue él quien reactivó el trasnochado sueño de recuperar Malvinas por las armas. Pero, sensata quizá por única vez, Isabel le dijo “no”. Cuentan también que Emilio Massera fue el mejor comandante que tuvo la linda Fragata Libertad. Pero no está en duda que fue un asesino consumado. Ése es el rango con que ya está estampado en la historia. Historia que, para su caso, no acepta apelaciones.


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