Anatomía de un asesino serial

La infancia de Claudio Kielmasz es patética y dolorosa. La decadencia gradual de la familia hasta la pobreza absoluta, el abandono de la madre y el abuso sexual de su padre. Tres elementos terribles para destruir y aniquilar la personalidad de un niño y desatar sus peores tendencias. Claudio Kielmasz no ha cesado de hablar. Ha contado su crimen, el triple crimen, una y otra vez. Cambiando los personajes y atribuyéndoselos a terceros. Pero siendo preciso y minucioso al relatar los hechos. No solamente habló, sino que suministró pistas decisivas.

Redacción

Por Redacción

Por Julio Rajneri

En la literatura universal los asesinos seriales han sido protagonistas de innumerables publicaciones, dado el natural espanto y la fascinación que despiertan estos psicópatas fríos y metódicos, capaces de permanecer en las sombras para siempre como «Jack El Destripador» en Londres, o de ser descubiertos después de años de sucesivas muertes como el inefable Landrú en Francia, o el muy reciente «Camarada Chikatilo», quien durante quince años cometió 54 asesinatos en los alrededores de Rostov.

El país que reúne los mayores casos de asesinatos seriales es Estados Unidos, que registra anualmente un promedio de entre 300 y 500 crímenes, según el FBI, en proporción el doble que cualquier país europeo.

Quién no recuerda a Charles Manson, a Ted Bundy, a David Berkowitz «El hijo de Sam», o a Hieckock y Smith, los dos asesinos cuyos crímenes relata Truman Capote en su libro «A sangre fría», que lo catapultó a la fama.

Lejos de disminuir, en los Estados Unidos los casos se vienen duplicando sin que nadie pueda explicar la causa de este enorme crecimiento. Debido a esta circunstancia, a mediados de la década del «70 el FBI creó una unidad especial para el estudio de la conducta de los asesinos seriales (Behavioural Science Unit) asentada en Quántico (Virginia) y su función es construir perfiles psicológicos de los asesinos seriales, en tal forma que podrían indicar a la policía que los consulta, de una lista de sospechosos, el eventual culpable.

El resultado ha sido espectacular. Los perfiles han podido ser tan precisos que la unidad ha identificado culpables solamente en consultas telefónicas.

Todos los asesinos en serie tienen determinados rasgos comunes. Casi podría decirse que dejan huellas digitales. Por ejemplo, a esta clase de criminales les encanta hablar, cuando hablan de sus asesinatos se refieren a ellos en tercera persona. No tienen sentimientos de culpa. Para nada. Racionalizan. Les cargan la responsabilidad a otros y en ocasiones culpan a las víctimas.

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Muchos asesinos seriales están sexualmente motivados. Sin embargo, en sentido estricto, el sexo no es el estímulo primero. El asesino serial es un hombre que busca para su satisfacción y su propia estima, la motivación dominante. No es acerca del sexo, sino del poder.

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Estas son generalizaciones, pero hablando en términos de motivación, el asesino serial espera obtener algo de su conducta.

Todo el tiempo que duran la manipulación, la dominación y el control, para la mayoría de los asesinos seriales, tiene un trasfondo sexual, incluso cuando, como en el caso del «Hijo de Sam» David Berkowitz, los crímenes mismos no son abiertamente así.

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Realizan sus crímenes porque sienten sensaciones al realizarlo y tratan de que duren tanto como puedan. El factor decisivo para clasificarlo como serial es que por ese medio ellos obtienen éxito cuando lo hacen, y la prolongación del éxito les da más confianza para volver a hacerlo una y otra vez.

Cada asesinato es un misterio con un motivo en su corazón. Descubriendo el motivo se puede resolver el misterio.

¿Pero qué hacer cuando no existe relación entre el autor y las víctimas, cuando éstas son elegidas al azar y tuvieron el infortunio de pasar por el lugar y la hora precisa en que el predador estaba al acecho?

El motivo está, naturalmente, pero no en las víctimas, sino en el pasado. Alguien sobrevoló sobre el alma del chico cuando se estaba formando su personalidad, inevitablemente en su infancia y le dejó perturbaciones indelebles.

El asesino no está atacando a las víctimas actuales, sino a sus agresores del pasado.

A los fantasmas de su propia historia.

Los asesinos no empiezan cuando cumplen los 25 años y dicen: bueno, me parece que voy a empezar a atacar sexualmente a las mujeres y quemarles los pechos. Se trata de algo que se inicia mucho, muchísimos años antes y va desarrollándose dentro de un ciclo.

Hay una constante que se llama «triángulo homicida». Los especialistas han encontrado que casi todos los asesinos en serie tienen estas cosas en su adolescencia. Abuso o torturas de animalitos o de chicos de menor edad; enuresis, o sea orinarse en la cama en los mismos años, y provocar incendios durante esa etapa… Pueden comenzar a los diez u once años, desmembrando la muñeca de su hermanita. Es posible que el chico no pase de ahí y entonces zafa.

La infancia de Claudio Kielmasz es patética y dolorosa. Varios fueron los disparadores que provocaron probablemente su crisis y desataron sus tendencias psicóticas. La decadencia gradual de la familia hasta la pobreza absoluta, el abandono de la madre y el abuso sexual de su padre. Tres elementos terribles para destruir y aniquilar la personalidad de un niño y desatar sus peores tendencias.

La agresión que sufre deja también un mensaje inherente.

Como el transgresor es el padre, en el futuro no hay autoridad. No hay ley. No hay límites. Solamente el instinto.

Hay también un elemento a considerar porque hay una identificación en cuanto a las futuras víctimas. A los once años Kielmasz, en su peor momento, se enamora de una chica de su edad y su rechazo debe sumarse al clima de violencia familiar y de abandono que sentía en ese tiempo. Esa identificación explica la característica de sus víctimas. En definitiva, una búsqueda de la adolescente que en su momento provocó su frustración.

Pero que ataque sólo a personas del sexo femenino da la pauta de que Claudio Kielmasz no solamente sintió el abandono de su madre como un elemento determinante de su infancia, sino que el abuso paterno formó parte del desamparo que le produjo el abandono de su madre. Como ingrediente sustancial, pero subordinado. En otras palabras, piensa que si hubiera estado la madre, no hubiera ocurrido.

Los criminales en serie son sujetos queribles, agradables. Resulta muy difícil que no nos caigan simpáticos. Los otros no lo son, tienen alguna alteración mental y el día menos pensado estallan. De modo que en el caso de los asesinos en serie no se trata de algo que tengan. Sino que son.

Hemos dicho que los asesinos seriales dejan huellas digitales. Los ataques de Kielmasz se reproducen como una conducta sintomática. Siempre a la misma hora, con la misma arma, los disparos han sido a quemarropa, ha tratado de cubrir los cadáveres con tierra, los lugares de los hechos son similares.

Pero el factor esencial para determinar la culpabilidad de los asesinos seriales ha sido su irrefrenable tendencia a hablar.

No hay Sherlock Holmes. No hay Kojak… No hay Hunter… Los delitos se resuelven, primero porque el sospechoso habla, o porque algún otro habla sobre el sospechoso. Lo cuentan. Yo diría que el 80% de los casos se resuelve en esa forma.

Resulta sorprendente comprobar la cantidad de gente dispuesta a hablar.

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A la gente le resulta muy difícil comprender por qué alguien confiesa. Matar a otro ser humano es una experiencia tan increíble… Es una experiencia cargada de emoción arrancar la vida a otra persona. Para la mayoría se convierte en algo aterrador, que no deja de perseguirlos. Felizmente el asesino quiere contárselo a alguien. Si no acude a la policía se lo contará a un amigo, a un pariente y quizás sea ese amigo o ese pariente quien lo diga luego a la policía. Nadie, a menos que tenga algo psicótico, nadie le va a decir toda la historia de entrada tal como es. La van suministrando en pedacitos, con verdades a medias y con muchas vueltas en torno de lo mismo… Por lo general después de un tiempo, la verdad, o por lo menos la mayor parte de la verdad, termina por aparecer. Ellos casi siempre se guardan un poquito sin contar. A veces cosas completamente tontas que se han reservado.

Claudio Kielmasz no ha cesado de hablar. Ha contado su crimen, el triple crimen, una y otra vez. Cambiando los personajes y atribuyéndoselos a terceros. Pero siendo preciso y minucioso al relatar los hechos.

No solamente habló, sino que suministró pistas decisivas. Se puso espontáneamente en el centro de la investigación desde que se contactó con los padres de las víctimas y a partir de ese momento quiso asumir un rol protagónico participando en las marchas, proponiendo un monumento a las chicas asesinadas, dando versiones imaginativas sobre los hechos y ocupando el centro de la escena como una necesidad imperiosa de afirmación de su personalidad.

En el caso de Yanet Opazo, Kielmasz, con sus declaraciones, abrió el camino de la investigación que finalmente lo involucró, aunque una serie de increíbles errores judiciales lo haya dejado definitivamente fuera del caso.

El asesino en serie leerá todo cuanto puede acerca de sus crímenes. Volverá a la escena del crimen, se pondrá en contacto con la familia de la víctima, con los medios. Eso les encanta. Cuando aparecen policías hablando con los medios, pueden tener la seguridad de que estará observándolos el asesino.

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Hay que considerar con mucho escepticismo a la gente que se ofrece voluntariamente para colaborar con la búsqueda. Muchas veces el asesino decide formar parte del grupo. Brindará su ayuda. Es algo que le provoca una mayor emoción. Está impulsando las cosas hasta el límite. Seguramente piensa: miren a esos estúpidos policías. Yo lo hice y ellos no tienen ni la menor idea.

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Suele decirse que los asesinos en serie quieren que los pesquen. No quieren que los arresten… Solamente buscan estrechar los márgenes cada vez. Cuanto más temen hacer algo, más les gusta. Para ellos la cosa es como un oxígeno psíquico.

Cuando hicieron el allanamiento en el domicilio de Claudio Kielmasz, se encontraron con cantidad de recortes periodísticos referidos al triple crimen, y su mujer declaró entonces que «además notó que se interesaba por todo lo relativo al triple crimen y cuando se le preguntó se largó a llorar y dijo: «Si te cuento me vas a dejar, es algo muy feo»».

Kielmasz no solamente ha llevado el riesgo hasta el paroxismo de la tensión, sino que hasta se ha permitido humoradas tan macabras como el acertijo que le planteó a Juan Villar en su primera conversación telefónica.

Lo que el asesino hace al cuerpo de la víctima y en qué momento lo hace resulta muy importante. Nos está diciendo qué clase de persona es. Si toda actividad o gran parte de ella se realiza después del asesinato: tajear, mutilar, insertar objetos extraños en los orificios, pensaremos que el culpable es una persona altamente inadecuada. Se llama así a quien medita el crimen en su fantasía, pero lo comete bajo impulsos del momento. Sus crímenes se cometen en medio de un frenesí; se encontrarán en la víctima múltiples heridas cortantes o punzantes. Muchas veces no se prepara para dirigirse a cometer el asesinato. En realidad, ni lo planea.

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Muy pocas veces se encontrará penetración por medio del pene cuando se trate de un crimen cometido por la persona inadecuada. No está muy seguro de para qué está allí. Es posible que introduzca un dedo… por lo general ni siquiera eso, tal vez un lápiz. Explorar casi como lo haría un niño…

El asesino experimentado no realiza todo ese trabajo exploratorio después del asesinato, como lo hacen las personalidades inadecuadas. No necesita hacerlo. El ejerce el control, ¿y cuál es el mayor control de todos? El que tiene sobre la vida y la muerte. Soy Dios. Y decido si habrá de seguir viviendo. Y eso constituye un paseo sexual para esa gente.

Poder y control son los grandes motivadores del asesinato, tanto en los criminales inadecuados, como en los organizados.

¿Era Kielmasz un personaje «inadecuado» en el sentido de inexperto o inseguro, en la transición a convertirse en un asesino experimentado?

¿Todas las lesiones fueron vitales, o algunas -como afirma Kielmasz- fueron hechas después de muertas?

¿Fueron acaso las lesiones en los genitales y los orificios producto de una fantasía fundada en su propia experiencia por la agresión del padre?

¿Los graves trastornos de su personalidad, fruto de un pasado de abandono, abuso sexual e historia reiterada del clásico perdedor, pueden ser jurídicamente causales de exculpación?

No hay duda de que un pasado que refleja extrema violencia encaja en la hipótesis según la cual exponer a los chicos a estímulos abrumadores antes de que sean capaces de dominarlos, viene ligado a primarios defectos de la formación del yo y serios trastornos en el dominio de los impulsos.

En los Estados Unidos, los asesinos seriales han sido casi siempre condenados a muerte.

En la mayoría de los estados que componen la Unión prevalece la doctrina M»Naghten, fundada en un caso en Inglaterra que llevaba ese nombre, que establece que si el acusado conocía la naturaleza de su acto y sabía que obraba mal, es mentalmente competente y penalmente responsable de sus actos.

La Justicia norteamericana no ha sido proclive a admitir testimonios de psicólogos o psiquiatras que alteren aquella sencilla ecuación, en blanco o negro, que no admite matices.

Pero los hechos están ahí, y hay que poner en la balanza no solamente al niño patéticamente abandonado de Cuatro Galpones, sino también al homicida que mató a Yanet Opazo, que hirió a Claudina Kilapi, que vio cómo se le escapaba la vida a Daniela Calfupán del vientre destrozado por una bala explosiva, y que durante una hora y media secuestró a María Emilia, Paula y Verónica, quienes no sólo fueron torturadas con procedimientos sádicos, sino que vivieron momentos de indescriptible terror.

Las dos últimas vieron morir a María Emilia, sintieron sus movimientos agónicos y estuvieron esperando que les tocara el turno, sabiendo que iban a morir y que no podían evitarlo.

Así murió posteriormente Paula, con gritos desesperados de ayuda y tal vez rogando clemencia.

Y después Verónica, ahogada en su propia sangre.

Sin piedad.


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