Aumentan los síntomas de intolerancia

Las descalificaciones que usa el gobierno en el plano de la economía llegaron a la sociedad.

Derrota k en la ciudad de buenos aires

Los resultados que consiguió el Frente para la Victoria (peronismo) en la Ciudad de Buenos Aires la semana pasada no cubrieron las expectativas del oficialismo. La impotencia de muchos de los intelectuales K se tradujo en una catarata de agravios hacia el actual jefe de Gobierno, Mauricio Macri, y hacia toda la ciudadanía porteña que no apoyó con su voto la figura del candidato de la Casa Rosada, Daniel Filmus. Todos estos días el debate de ideas para mejorar las condiciones de la ciudad se centró en el insulto, la injuria y la deshonra. Pensamientos como el del titular de la Biblioteca Nacional, Horacio González; el del historiador y ensayista Norberto Galasso, el del filósofo Ricardo Forster, el del novelista Andrés Rivera y el del secretario de Cultura de la Nación, Jorge Coscia, entre otros, no hicieron más que alimentar la hoguera de insensatez contra el “asco” que generaba el electorado porteño. ¿No es el voto popular lo que legitima a los gobernantes en nuestra democracia? Uno puede desilusionarse por no haber podido lograr el apoyo esperado en una elección. Pero nunca descalificar e invalidar a los ciudadanos que tienen el derecho –y el poder– de elegir lo que ellos consideran la mejor opción para que los gobierne. Éste es uno de los fundamentos básicos de una sociedad republicana. En definitiva, pareciera que un grupo minoritario de intelectuales muy cerrados en el pensamiento único supone que la gente debe hacer lo que ellos piensan. Si el electorado no acata, se lo descalifica en forma impiadosa; una perspectiva castrense de hacer política. Cabe entender que los chicos de La Cámpora o cualquier otro militante del PJ porteño acepten este verticalismo castrense, porque en definitiva es un concepto que está enquistado en la esencia del peronismo (no hay que olvidar que el fundador del movimiento fue un importante general del Ejército y tres veces presidente de la Nación). Pero de ahí a que toda la sociedad se encuadre en una idea que no comparte es algo insólito de pensar y, más sorprendente aún, que hoy en día tenga posibilidades de ocurrir. La derrota de la Casa Rosada en la Ciudad de Buenos Aires sacó a la luz lo peor del pensamiento de muchos de estos intelectuales. Tal como lo señala el filósofo Karl Popper en uno de sus escritos, desde el punto de vista moral es extremadamente inmoral considerar a los opositores políticos como “moralmente malos” y al propio partido como bueno. Esto lleva al odio, que es siempre malo; lleva a una actitud que subraya la concentración de poder en vez de dar una contribución a la limitación de ese mismo poder. Los síntomas de intolerancia observados esta semana, ligados fuertemente a conductas fascistas, ponen de manifiesto, en definitiva, la manera en que el oficialismo concibe a sus adversarios políticos. Daniel Filmus, buscando despegarse de esta crítica destructiva, fue el único referente del gobierno nacional que salió frontalmente a criticar este tipo de inconducta. Los conceptos vertidos en los últimos días en las distintas redes sociales y medios de comunicación tenían, en muchos casos, un alto contenido ideológico. “Olor”, “asco” y “repugnancia” son palabras que remiten a algo fuertemente corporal que se relaciona al razonamiento fascista. Sólo hay que recordar que, hacia finales de los 20 del siglo pasado, el fascismo europeo se situaba frente a un enemigo creado (la comunidad judía) con una actitud de repugnancia, no de discrepancia de ideas. “Sentir repugnancia es colocar al otro en un rango inferior, ligado a lo animal, a lo más básico dentro de la razón”, sintetizó el filósofo Santiago Kovadloff al abordar el tema en una de sus apariciones públicas de esta semana. El abanico de opiniones descalificadoras del gobierno no fue sobre las ideas sino sobre las personas, lo que pone de manifiesto el diagnóstico de lo que ciertos intelectuales piensan sobre aquellos ciudadanos que no coinciden con sus proyectos: sencillamente no pertenecen al campo de lo considerable, de lo respetable. La misma lógica Este mismo razonamiento se traslada todos los días al campo de la economía. El verticalismo existente en determinadas áreas del gobierno termina por coartar las ideas para poder corregir los desvíos del modelo. Prima la irracionalidad y vuelven a aparecer el desprecio y la intolerancia hacia quien piensa distinto del “programa económico preestablecido”. Se llega a someter al sistema para que adopte un pensamiento único, negando, por ejemplo, la inflación, la pobreza o la corrupción. Y para lograr estos objetivos ponen a su disposición todas las instituciones democráticas en pos de quebrar convicciones. Para este caso los “alfiles” de la defensa del modelo (Guillermo Moreno y Cía.) tienen potestad para manejarse en forma “independiente” de las reglas del sistema. Esto genera absurdos tragicómicos pero no menos peligrosos para la democracia. Así terminamos asistiendo al insensato cierre de un quiosco porque vende diarios que no se someten a los pedidos de un gobierno, mirando absortos cómo las consultoras privadas son llevadas a la Justicia penal para que no informen sobre la evolución de los precios, preguntándonos por qué gobernadores aplauden por fondos que nunca llegan o atónitos observando cómo una tropa de agentes de la AFIP se instala en las oficinas de las empresas que no “acuerdan” con el gobierno el precio de un producto en la góndola. Toda una mecánica de hacer política que no sirve para consolidar los parámetros básicos que hacen al sano funcionamiento de una República. (Javier Lojo)


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