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¿Con pedir perdón alcanza?

Las palabras que iba a pronunciar el Presidente, después de que se conociera la fotografía de los festejos de su esposa en Olivos en plena etapa de las severas prohibiciones de la pandemia, fueron muy esperadas.


En el país del pego y remiendo puede suceder cualquier cosa y sucedió lo esperado. La salida fue inteligente: pedir perdón, y asegurar que no va a volver a suceder. Y todo resuelto. ¿Pero es así? ¿Basta con pedir perdón y listo? No debiera ser así… porque ya van varias y muy graves.


Son muchos, demasiados, los argentinos que aún –¿alguna vez podrán hacerlo?– están tratando de curar sus heridas. ¿Se puede?, ¿se podrá?


Acá han muerto más de 100.000 personas por Covid. La muerte es un dolor terminal terriblemente dolorosa para los deudos, y las circunstancias que los DNU presidenciales obligaron a atravesar la hicieron mucho más penosa aún. Fueron extremas y no hubo contemplaciones.


Demasiados argentinos hemos sido tocados por el dolor de medidas de tal manera desatinadas e injustas, que será muy difícil olvidar y curar.


Personalmente debo hablar (el hablar suele operar en beneficio del consuelo) de la muerte de varios conocidos, vecinos, amigos, pero la que ha quedado como duelo perpetuo irrestañable fue la de un hermano al que no pude ver en sus momentos finales, al que no pude abrazar, al que no pude despedir.


Estábamos apenas a 150 kilómetros de distancia, y los avisos telefónicos iban dando cuenta de la progresión de su mal. En este caso fue por motivos ajenos al Covid. Pero la muerte ya había dictado la penosa sentencia.
Las fuerzas policiales cumplían órdenes, la ciudad donde él vivía –como tantas, como todas y cada frontera de cada ciudad del país– estaba cercada y no había manera de entrar a ella.


Como nunca antes la vigilancia se daba con encarnizada eficacia. No había excepciones. No hubo contemplaciones al dolor de parientes, hijos hermanos que necesitábamos dar el último abrazo, despedir, manifestar nuestro amor. Dar la compañía que tanto alivia.


Por mi parte le digo al Presidente: no señor, usted no tiene disculpas.



Por mi parte le digo al Presidente: no señor, usted no tiene disculpas.
Fuimos demasiados los fatalmente heridos. ¿Olvidar? Fueron demasiadas, más de 100.000 personas las que murieron en soledad repartidas en una república sitiada.


Las fronteras provinciales fueron cerradas, la policía actuaba con tanta fuerza y tan estricta eficacia como la que quisiéramos que se aplique a los verdaderos delincuentes, a los que vemos aparecer diariamente en televisión matando sin piedad en un país donde los robos y crímenes callejeros arrecian por doquier.


En un país, el nuestro donde asistimos impotentes a la actuación impune de los delincuentes que han ganado las calles porque están protegidos por el poder; en un país así donde brilla por su ausencia la actuación policial y los presos son dejados en libertad, ¿podemos explicarnos el encarnizamiento desplegado para lograr el cumplimiento a rajatabla de los DNU presidenciales, la exacerbada exageración de prohibiciones que a tantos mandaron solos a la muerte?
Será difícil perdonar, las heridas están abiertas, la fotografía que delata de qué manera se violaban simultáneamente en el centro mismo del poder lo que al pueblo se nos prohibió con inusitada fuerza, viene a enrostrarnos a los argentinos nuestra mansedumbre, nuestra incapacidad de solicitar y exigir justicia. Nuestro dejar hacer al poder de turno hasta tal punto denigrante.


Por eso, señor Presidente, deseo expresarle que, aunque sus adeptos le aplaudieron cada palabra que formuló pidiendo perdón, no lo justificamos, que su investidura presidencial ha quedado muy dañada.


Sus repetidos y contradictorias disposiciones, sus marchas y contramarchas, su falta de criterio claro, su debilidad cuando debiera demostrar fortaleza no hacen más que denostarlo.


Ojalá en el tiempo que le queda gobernando el país gane usted la necesaria lucidez a su cargo. De usted dependen demasiadas vidas. Las nuestras. Las de los argentinos.

* Educadora. Escritora


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