Cuesta abajo

Los hechos importan más que las palabras. Al negarse a celebrar la reunión con los productores rurales que fue prevista para ayer porque no le gustó «el tono» de los discursos que se pronunciaron el día anterior en Rosario, el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, que hablaba en nombre de sus superiores, sólo logró prolongar un conflicto que ya ha resultado ser muy costoso para el campo, el país y, sobre todo, el gobierno nacional. Sucede que para el ex presidente Néstor Kirchner y su mujer la prioridad no consiste en encontrar una solución para la crisis provocada por la introducción de retenciones móviles confiscatorias sino en «derrotar» al campo, poniéndolo «de rodillas», para que no quede duda alguna en cuanto a quiénes mandan aquí. Puesto que los ruralistas no tienen interés en dejarse humillar por un matrimonio que se ha hecho notorio por su prepotencia y, por lo demás, tienen aguante, toda manifestación de dureza por parte del gobierno provoca automáticamente una reacción igualmente dura por parte del campo, de ahí la retórica agresiva de los dirigentes de la Federación Agraria como el presidente de la entidad Eduardo Buzzi y el entrerriano Alfredo de Angeli.

Al convertir el problema desatado por la suba inconsulta de las retenciones en un enfrentamiento con el campo y tratar a los ruralistas como si lideraran un movimiento político opositor «oligárquico» y «golpista», el gobierno aseguró que los dos actos principales del 25 de mayo serían comparados. Huelga decir que todos entendieron que el campo ganó por un margen mayúsculo. Mientras que gracias a un esfuerzo movilizador, que es de suponer fue costeado en última instancia por los contribuyentes, los aparatos políticos que responden al oficialismo consiguieron que varias decenas de miles de personas fueran llevadas a Salta para escuchar, sin fervor genuino, una alocución relativamente anodina de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, frente al Monumento a la Bandera en Rosario se congregó la mayor multitud que ha visto el país desde la culminación de la campaña electoral de 1983 que preludió la restauración de la democracia después de años de dictadura brutal. A diferencia del acto rutinario de Salta, que fue un producto típico del clientelismo en que escasearon los asistentes espontáneos, el de Rosario fue autoconvocado y la mayoría abrumadora de los presentes concurrió porque quería participar de una protesta contra el gobierno de Cristina.

Por difícil que les sea a los Kirchner y sus simpatizantes incondicionales comprenderlo, el mapa político del país ha cambiado muchísimo desde las elecciones de octubre pasado. El gobierno se encuentra más aislado por momentos y a raíz de la inflación galopante corre peligro de perder el apoyo, tenue pero fundamental, de los sectores más pobres del conurbano bonaerense que constituyen lo que le queda de su base de sustentación popular. Así las cosas, a menos que haga un esfuerzo ingente por reconciliarse con la sociedad, la presidenta tendrá que acostumbrarse a gobernar con buena parte del país en su contra, lo que en vista de su capacidad para crearse más enemigos y su negativa a prestar atención a puntos de vista que no encajan en su «relato» particular sería una experiencia muy ingrata para todos. Mucho dependerá de la actitud asumida en las semanas próximas por los gobernadores provinciales, los intendentes municipales y los legisladores peronistas cuya lealtad tiene límites. De difundirse la convicción de que les convendría más alejarse de los Kirchner para no perder contacto con los votantes, al matrimonio no le sería nada fácil conservar por mucho tiempo más los poderes extraordinarios que por servilismo le fueron concedidos o el control absoluto de «la caja» que hasta ahora le ha permitido hacer de demasiados gobernadores provinciales e intendentes clientes supuestamente comprometidos con su «proyecto» personal. Mal que le pese al gobierno nacional, el acto masivo de Rosario no fue un mero episodio anecdótico que pronto sea olvidado. Fue una exhibición de fuerza con pocos precedentes en la historia del país, una que con toda seguridad impresionó a muchos oficialistas que ya estarán preparándose para una etapa que será muy distinta de la que se inició en mayo del 2003.


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