Sor Juana

Redacción

Por Redacción

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Por prepotencia de talento hubo una mujer nacida en el Virreinato de Nueva España que superó gran parte de las vallas impuestas por el poder masculino gracias a su valentía, aunque finalmente tuvo que capitular. Toda su vida fue una lucha como mujer para crear las condiciones necesarias para poder escribir; y escribir era una verdadera obsesión para Sor Juana Inés de la Cruz.
De pequeña mostró unas condiciones excepcionales para el estudio lo que la convirtió en una verdadera niña prodigio. Reticente a la corte y poco amiga del matrimonio, ya que estos dos destinos femeninos le impedirían dedicarse a las labores intelectuales, Sor Juana ingresó en la orden de las Carmelitas Descalzas. Mucho se ha escrito sobre su vocación monjeril; lo cierto es que esta decisión le permitió dedicarse por completo a la escritura y la lectura. En su celda atesoró la biblioteca más voluminosa del virreinato, tenía también instrumentos musicales y de investigación científica. Su formación intelectual abarcaba áreas tan dispares como astronomía y artes plásticas, filosofía y matemática, música y teología. Toda esta labor le hubiese dado un lugar importante en cultura hispanoamericana; pero Sor Juana era fundamentalmente escritora, fundamentalmente poeta, quizás la voz poética más poderosa de su tiempo.
Es difícil citar pequeños pasajes de una obra excepcional ya reconocida por sus propios contemporáneos aquende y allende el océano. Sus versos más conocidos son aquellos de la redondilla en la que se queja de los hombres: “Hombres necios que acusáis/ a la mujer sin razón…”. Con Garcilaso, Quevedo y Góngora integra el cuarteto que llevó al soneto en lengua española a una altura jamás supe rada. Siempre me ha gustado su autorretrato: “Éste que ves, engaño colorido,/ que del arte ostentando los primores,/ con falsos silogismos de colores/ es cauteloso engaño del sentido;// éste, en quien la lisonja ha pretendido/ excusar de los años los horrores,/ y venciendo del tiempo los rigores/ triunfar de la vejez y del olvido…”. Sor Juana murió en 1695, hacía ya muchos años que, derrotada y humillada, había dejado de escribir y estudiar por mandato eclesiástico.

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