Después de las urnas

Los argentinos acudimos a las urnas en un comicio clave para definir el control del Congreso y el futuro de la gobernabilidad de la segunda mitad del mandato de Alberto Fernández.

Además de las bancas en juego, podría evaluarse la posibilidad de acuerdos mínimos que permitan mitigar la grave crisis económica y social que arrastra el país.

Si se confirman o amplían los resultados de las PASO, el oficialismo perdería el quórum -con el desafío de retener el control de Senado-, y arriesga su primera minoría en Diputados, donde dependerá más de aliados ocasionales. Aun si la nueva estrategia (cambio cosmético de gabinete, movilización territorial y el plan “platita”) le recortan distancias, el gobierno seguirá sin mayorías suficientes para imponer políticas unilaterales.

Quizás lo más importante de estos comicios sea la lectura política: si el Ejecutivo sale fortalecido o debilitado de cara a los años que le quedan. Si el presidente será capaz de sostener iniciativas innovadoras que movilicen a la sociedad o sufrirá el “síndrome del pato rengo”, cuya mayor aspiración es llegar como se pueda a la entrega del poder en 2023.

Si Argentina fuera un país próspero y el sistema presidencialista no tuviera tanto peso en la definición de políticas, la situación no sería tan grave. Pero nuestro país padece desde 2018 una de las crisis económicas y sociales más largas de su historia reciente: a la mala situación que dejó el gobierno anterior se sumaron la pandemia y los desaciertos del actual, que hoy se reflejan en estancamiento, cada vez más alta inflación y niveles intolerables de pobreza.

Tanto en el oficialismo como en la oposición ya preparan estrategias para algún diálogo político tras la polarizada campaña electoral (donde no hay incentivos para acordar). El peronista “renovador” Sergio Massa adelantó un eje de diez puntos básicos y desde el “albertismo” plantean una estrategia similar, teniendo en cuenta la compleja negociación con el FMI, la definición del presupuesto y otras urgencias legislativas. Desde JxC se optó por el silencio, pero trascendió que no participará ni de un “cogobierno” que socialice medidas ingratas ni definirá la interna oficialista, donde son evidentes las tensiones y desacuerdos en temas básicos.

La gran incógnita es cómo reaccionará el “cristinismo”, sector dominante del FdT, tras las urnas. Si habrá un giro pragmático hacia la moderación o, como otras veces, reaccionará ante la adversidad radicalizando posiciones para “ir por todo”.

Consensuar políticas de Estado no significa unanimidad, complicidad ni pérdida de identidad partidaria.

En su trabajo “La mesa de la rivalidad”, el politólogo español Daniel Innerarity señala que en escenarios políticos de extrema polarización, como el argentino, a menudo el mayor peligro para la gobernabilidad no viene del antagonismo entre partidos o coaliciones diferentes sino por la rivalidad en su interior. “La polarización dificulta los acuerdos, pero la rivalidad parece hacerlos imposibles”, asegura. Los sectores “duros” de cada bloque “tratan de condicionar o neutralizar a quienes adoptan posturas más posibilistas y proclives al pacto” y su ira no se dirige tanto hacia los adversarios sino a sus rivales internos cuando “amagan con rebajar el nivel de lo políticamente innegociable”. No contemplan otro escenario que la victoria total. Agrega que negociar en contexto de rivalidad requiere un nuevo tipo de liderazgos. “Quienes están a favor de las soluciones en cada bloque deben resistir el hostigamiento de los rivales propios, conseguir avances significativos a través de transacciones y ser capaces de comunicarlos” con claridad a la ciudadanía, sostiene el catedrático.

No se espera aquí un “Pacto de la Moncloa” fundacional, pero cuanto menos la alternativa de un acuerdo mínimo sobre un plan de estabilización económica y convivencia política, cuyo ámbito natural es el Congreso, de cara a “dos años más de continuo deterioro y aumento de las distorsiones económicas” con sus graves consecuencias sociales, como nos advierte el economista Eduardo Levy Yeyati.


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