Educación digital en sala de espera

Escasos días atrás Daniel Scioli inauguró la nueva Escuela Técnica Nº 2 en Campana y no perdió oportunidad en incluir en su discurso palabras como “conectividad e igualdad digital”, refiriéndose a las líneas educativas a seguir. Es muy interesante destacar que el plan Conectar Igualdad, impulsado por el kirchnerismo en el 2010, tenía (o tiene) como proyecto “transformar la educación” y eliminar la brecha digital mediante el reparto de netbooks a estudiantes y docentes de instituciones educativas públicas. Cinco años después, podemos barajar algunas interesantes reflexiones más allá del argumento electoral. En un análisis corto, es viable resumir tres puntos. En primer lugar, existen problemas operativos en las escuelas para conectar las computadoras a internet (en el mejor de los casos, la conectividad no llega a la clase). Más la necesidad ineludible de un servidor adecuado para la comunidad educativa que funcione (seguimiento, capacitación, etc.). En segundo lugar, los diseños curriculares siguen pensados para tiza (o marcador) y pizarrón. Y tercero, y sobre todas las cosas, el docente no sabe cómo usar la computadora en el contexto del aula, por lo tanto carece de la chispa creativa para integrarla en su enseñanza. Esencialmente, la computadora no está integrada en los programas. Es claro que el uso de esta herramienta brilla por su ausencia en las aulas. Sin embargo algunos alumnos la llevan en sus mochilas. Y ellos las usan si la necesitan, sea en la escuela o fuera de ella. Un sondeo personal en varias escuelas de la ciudad de Neuquén arrojó que los jóvenes tienen las mismas aplicaciones en sus celulares que las que tendrían en sus computadoras. Por tanto la tendencia es usar sólo el smartphone y no la computadora, que queda para tareas de trabajo y juegos en red. Sin menoscabo de lo dicho, el punto positivo del reparto de netbooks del programa nacional es enorme, pues se trata de un mensaje poderoso que puede incluir varios contenidos. Y los mensajes siguen ahí, hace cinco años, como un fenómeno increíble de marketing digital. El primero es “conectar igualdad”, un mensaje explícito impreso en la tapa de la netbook y un recordatorio de valores elevados, tanto que cualquier interpretación será afín a un contexto de progreso. El segundo mensaje es implícito: “La era digital se viene, y es un hecho, y todos hacia allá vamos”. Así bien, este segundo mensaje hay que seguir acompañándolo con hechos. Pues “la compu de Cristina”, como le dicen muchos, en algún momento quizá vaya a parar a la basura y su lenguaje se puede perder. Si alguien pensó que la entrega de las netbooks iba a “cambiar” el estilo de enseñanza de plano y al punto, como lo anunciaban los eslóganes del programa nacional, está viviendo en otro planeta. Los cambios enfrentan resistencia, siempre, y requieren tiempo para ingresar y consolidarse. Por tanto, la era digital en la educación pública será afianzada por los jóvenes en el futuro cercano. Por supuesto, hablamos del sistema educativo, que avanza lento. Las nuevas generaciones, por su parte, ya viven la era digital en el ámbito personal de sus vidas. Desde fines del siglo pasado estamos asistiendo a una revolución en la que la digitalización de la información es parte de la vida cotidiana y la escuela latinoamericana casi ni se ha dado cuenta. Trabajar con la gran diversidad de textos, y alfabetizar con confianza y sin temor a circular a través de los múltiples tipos de textos y de soportes textuales del mundo contemporáneo, es indispensable. Tal como afirma Emilia Ferreiro, el sistema escolar es de evolución muy lenta. Esta notable autora es digna de cuidadosa atención. Es argentina y se doctoró en Psicología con una tesis dirigida por Jean Piaget, en la Universidad de Ginebra (Suiza), en 1970. Es, además, doctor honoris causa de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad de Río de Janeiro. En 1997 le dieron la Orden Andrés Bello, en Venezuela. Hoy reside en México y se desempeña como investigadora del Cinvestav (Centro de Investigación y de Estudios Avanzados) y del SIN (Sistema Nacional de Investigaciones). Emilia Ferreiro da ejemplos del cambio lento de nuestro sistema escolar en el pasado. Por ejemplo, cuando apareció la birome, la primera reacción del sistema educativo fue que “eso no va a entrar porque arruina la letra”, y así hubo como una guerra “contra la birome”. Lo mismo sucedió cuando aparecieron las calculadoras de bolsillo: “Eso va a arruinar el cálculo escolar”. Así bien, en ese contexto hay que ubicarse: el cambio da miedo y por consiguiente lleva su tiempo. Es por eso que el truco está en preparar a nuestros hijos para que sean los generadores del “cambio”. Pero la paradoja es que la institución escolar siempre ha sido muy resistente a las novedades que no fueron generadas por ella. La computadora es una tecnología de escritura y tiene ventajas innegables para la enseñanza. ¿La primera reacción inconsciente del sistema educativo será de desconfianza? Aunque no lo parezca, quizá lo sea en diferentes grados, según la situación particular de cada provincia. El primer acto reflejo es que, si nos traen una, le ponemos llave. Y es lo que más o menos sucedió con la computadora de Nación, aunque siga dando vueltas en las mochilas de los estudiantes. Porque, claro está, no son los estudiantes quienes le “ponen llave”. Ellos están a sus anchas, son la generación de la era digital. Debemos admitir que hay un cariz ridículo o tragicómico en la lentitud de cambio del sistema educativo. En Argentina el proyecto Conectar Igualdad sigue vigente. Es decir, si está en el lenguaje, en el discurso, estamos en camino. Veremos cómo lo asumimos junto al nuevo gobierno. Y al fin de cuentas, conectarse a través de “la compu” es poder estar en red con todos los compañeros del aula y profesores para así compartir contenidos e interactuar. También es acceder a la biblioteca de la escuela y conectarse con otras aulas y otras instituciones educativas. Incluso, es utilizar aplicaciones fabulosas y programas adecuados para el aprendizaje. En definitiva, usar la red mundial de internet. El límite no está a la vista. (*) Licenciado en Letras

Sergio POvedano (*)


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